domingo, 14 de julio de 2013

Sutileza lingüística

El uso de las palabras corrrectas sigue siendo una ciencia oculta.

Crimen pasional. Esa fue la conclusión preliminar de los investigadores en los asesinatos de una pareja en Amatitlán. También se desliza el concepto en la investigación asesinatos de mujeres, así fue en el crimen de monseñor Gerardi y en el polémico escándalo Rosenberg. De fácil uso, la palabrita se cuela recurrentemente en los reportes policiales pero también en las notas de prensa sin ser objeto de cuestionamiento alguno.
La excusa del crimen pasional está muy bien elaborada. Sirve de maravilla para justificar un hecho de sangre -la muerte de un ser humano- facilitándole al criminal el pretexto de haberse encontrado bajo el efecto de fuerzas superiores que lo llevaron a cometer el asesinato aun en contra de su voluntad. Los celos, la rabia extrema, el despecho, aparecen como impulsos irrefrenables ante las cortes de justicia.
Bien adornados por los abogados defensores, estos motivos muchas veces logran desviar las sentencias, reducir penas y culpas para, finalmente, librar a un asesino sádico de pagar por su crimen.
El problema, sin embargo, no es solo el manejo irresponsable y descuidado de los conceptos por parte de las fuerzas del orden y los investigadores del sector judicial, también lo es la relajada actitud de los medios de comunicación al aceptar, sin mayores reservas, esa clase de explicaciones por parte de sus fuentes informativas.
El reportero rara vez cuestiona tales afirmaciones y no obliga a sus fuentes ni a sus lectores a profundizar en el análisis. Entonces la nota se traslada a la sociedad con un deformante concepto cuya validez quedó obsoleta ya desde el siglo pasado.
En la mayoría de femicidios, la primera versión es el crimen pasional. Aun si se aceptara esa definición -lo cual no debería suceder- queda en la oscuridad el tipo de pasión al cual se refiere el suceso en cuestión. Por ello es mejor recurrir al diccionario en el cual pasión es definida, entre otras acepciones, como “cualquier perturbación o afecto desordenado del ánimo” (Drae, 21.a edición) y no necesariamente como un amor intenso e incontrolable que empuja al individuo a cometer un acto irreflexivo aun en contra de su voluntad, como se pretende hacer creer a un público ávido de emociones.
Crímenes perversos como la tortura, violación o asesinato de una mujer nunca son crímenes pasionales motivados por el amor, un sentimiento noble cuya ausencia es la nota más evidente en la escena del crimen. El uso común de esta explicación, por lo tanto, debería ser erradicado para siempre del lenguaje jurídico y policial por inexacto y contradictorio con los hechos investigados.
Utilizar las palabras correctas no es cosa fácil, pero en ámbitos cuyos límites son precisos y de enorme relevancia para la aplicación de la justicia, este debe ser un requisito obligatorio para todos sus representantes, desde el primer agente de policía que llega a la escena del crimen hasta el juez que dicta la sentencia.
No se debe permitir a los criminales el privilegio de disimular sus actos de violencia detrás de un sentimiento noble. Es así como se burlan de la justicia y hacen mofa de sus víctimas.
(Publicado el 14/01/2013)

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