domingo, 14 de julio de 2013

Perros peligrosos

Creada la herramienta, ahora a perseguir chuchos…

No conozco las estadísticas sobre ataques de perros peligrosos, pero como opinan algunos conocedores, de estadísticas está empedrado todo el camino desde Guatemala hasta el mismísimo infierno. Lo que sí sé es la responsabilidad de los humanos en el comportamiento de sus mascotas, sean éstas perros, loros, gatos u hormigas.

Por eso no le he encontrado mucho sentido a la nueva Ley para el Control de animales peligrosos y menos aun la urgencia, como para que los honorables miembros del Congreso hayan abandonado un enorme cúmulo de proyectos de ley importantes, para dedicarle tiempo a la discusión y aprobación de algo que difícilmente se implementará.

De acuerdo con el artículo 1 de esta Ley, su objetivo es “de interés social y tiene por objeto establecer la normativa aplicable a la tenencia, crianza, control, entrenamiento y adiestramiento, cuando sean posibles, de animales considerados potencialmente peligrosos”, lo cual no parece mala idea si se considera que son los dueños de estos animales “peligrosos” quienes hacen lo posible por convertirlos en máquinas de matar. Por ende, el control tiene que orientarse, más que a perseguir a los perros, a realizar exámenes psicológicos y de adaptación social a sus propietarios.

Lo curioso es el artículo 6, en el cual se detallan las razas señaladas como peligrosas y altamente peligrosas. Es un listado de perros grandes y poderosos, pero no necesariamente peligrosos, dado este último comportamiento depende exclusivamente de la crianza y entrenamiento, ambos factores derivados de las intenciones, actitudes y habilidades de sus dueños. Un perro maltratado, dejado a la intemperie atado constantemente a una cadena pesada, sin comida ni agua, no será jamás un animal amistoso ni inofensivo. No importa cuál sea su raza.

Si a eso vamos, debería figurar en ese listado el Llhasa Apso. Yo rescaté uno y jamás he tenido un animal más cariñoso. Pero eso era conmigo. Al acercarse un extraño se convertía en una fiera y se lanzaba directo a los tobillos del intruso. Supongo que elegía los tobillos porque de haber sido más grande su objetivo habría sido la yugular. Eso era un perro peligroso, tan agresivo como aquel poodle miniatura que una vez me mordió la pantorrilla sin haber mediado alerta alguna.

Pero digamos que la ley sirviera para reducir significativamente los ataques a niñas y niños que inocentemente se acercan a estos ejemplares furiosos. Eso estaría bien, pero ¿quiénes van a aplicarla? Para ello, ha de haberse contemplado la contratación de un verdadero ejército de expertos cuya tarea será circular por las calles y los vecindarios cinta métrica en ristre para medir correas y listos para requisar a los perros que paseen sin bozal. Para ello necesitarán una buena provisión de vehículos acondicionados especialmente para el efecto, de esos mismos de los cuales carece la policía para capturar delincuentes.

No cabe duda de que los diputados saben muy bien cuáles son las necesidades más urgentes de la población. Tampoco cabe duda de que esos bozales, utilizados con buen criterio, tendrían mejor aplicación en otros lugares antes que en el hocico de un dogo guatemalteco.
(Publicado el 08/04/2013)

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