domingo, 14 de julio de 2013

Mujeres tontas

Negar la realidad puede ser una estrategia muy perversa.

Ayer fue un día de mensajes positivos. Fue una jornada de reconocimiento al esfuerzo de mujeres, hombres y organizaciones de la sociedad en el camino de la igualdad de oportunidades, la equidad de género, la justicia y el respeto por los derechos de esta otra la mitad de la población que produce y aporta riqueza al país desde todos sus ámbitos.

Es evidente que en esa multiplicidad de manifestaciones no podía faltar una voz disonante. Más que disonante, estridente. Me refiero al comentario publicado en un medio de comunicación, en el cual una mujer califica de tontas a sus congéneres del mundo entero que viven sometidas a situaciones de exclusión y violencia.

El comentario no merece ser publicitado y por ello no mencionaré a su autora, pero sí es importante recalcar el hecho de que refleja el pensamiento de un cierto sector de hombres y mujeres cuya opinión sobre la lucha por la igualdad de género siempre ha sido negativa y descalificadora. Esa opinión, aunque hace ruido en el imaginario social, se basa en prejuicios y desconocimiento de la realidad y de los sólidos obstáculos jurídicos e ideológicos construidos por las culturas patriarcales contra los derechos de las mujeres, como ésta en la cual todavía vivimos.

Esa facilidad con la cual se etiqueta a grupos enteros confabula contra el análisis racional y equilibrado, convirtiendo los temas sustantivos en una especie de lucha en la cual vence quien grita más alto o quien pega más fuerte. En este caso, la postura agresiva de calificar como tontas a mujeres víctimas de violencia constituye, más que una ofensa, una muestra de ignorancia e irresponsabilidad ciudadana.

Los sistemas estructurados con una firme base en el privilegio masculino no son exclusivos de las culturas atadas a doctrinas religiosas, como sucede en los países musulmanes, en donde textos sagrados dictaminan el sometimiento absoluto de la mujer y la negación de muchos de sus derechos.

También en nuestras sociedades latinoamericanas supuestamente democráticas la religión y las costumbres han jugado el papel de cepos para la libertad y el desarrollo social, cultural y económico del sector femenino. De hecho, aun en pleno siglo XXI aun existe legislación condicionada por la supremacía del derecho masculino en temas como el matrimonio y el control sobre las decisiones y los bienes familiares.

Los ejemplos de discriminación y sometimiento de la mujer, sacralizado por las tradiciones, son innumerables. Ese concepto se refleja de la manera más evidente y cruda en las elevadas cifras de embarazos en niñas y adolescentes cuya vida transcurre en un medio familiar de abuso y violaciones reiteradas e impunes. Esas niñas no son tontas. Son víctimas de un sistema propiciado por quienes opinan con ligereza respecto a la realidad y pretenden distorsionarla.

Así es como se construye una sociedad disfuncional e injusta: negando la verdad de las cosas y adjudicando a las víctimas toda la responsabilidad por los hechos perpetrados en su contra. Quienes divulgan esta clase de pensamiento también se suman a la lista de victimarios.
(Publicado el 09/03/2013)

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