domingo, 14 de julio de 2013

Las máscaras


Tengo sobre mi escritorio unas bellas máscaras africanas que traje de un viaje a Sudáfrica y a Zambia. También cuelgan sobre la pared una que me trajo Caro de Cuba y otra, muy guatemalteca, que compré yo misma en el mercado central. Cuando me siento a escribir no puedo evitar mirarlas, pero a veces ni siquiera mirándolas las veo. No pienso en ellas porque son como un objeto de adorno que perdió su identidad en el momento de adquirirlo. Sin embargo, hoy me impusieron su presencia al pensar en los temas sobre los cuales escribo religiosamente cada semana. Mis artículos sobre el hambre, la injusticia, el abuso, la corrupción y la violencia se parecen a estas máscaras un poco en eso de hacer de adorno cuando fueron hechos para conjurar otros demonios. Y estas máscaras me vienen a recordar la presencia de todos esto y la inutilidad de gastar mis energías en el intento de denunciarlos en un país pequeñito, hacia un grupo de persoas que no conozco, en medio de un continente en constante cambio, con todas las amenazas que socavan sus estructuras y que no tenemos la menor oportunidad de vencer. Esto me lo recuerdan esas máscaras porque en Africa las cosas no son mejores que aquí. De hecho, son peores las injusticias, los asesinatos masivos, el hambre que extermina con insidia a la población civil y con más saña aún a niñas, niños y mujeres que no tienen otro lugar -ni otro continente- a donde refugiarse.

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