domingo, 14 de julio de 2013

El peso de la palabra

El fenómeno de la comunicación y sus significados.

Cuando una se sienta frente a la página en blanco con la mente también en blanco, le resulta mucho más evidente visualizar ese proceso de la comunicación de ideas que comienza por la elaboración –como una receta de cocina- de los distintos elementos del mensaje, el tono y la intención. Este guiso no siempre resulta como se espera. A veces es francamente desabrido y en otras ocasiones, tan carente de consistencia que es preciso repetirlo una y otra vez. Sin embargo, ahí está la página y si somos responsables y más o menos duchos en el oficio, terminamos por llenarla.

Uno de los factores de mayor incidencia en este fenómeno de la mente en blanco es el agotamiento físico o la carga psicológica resultante de vivir en inmersión constante en el tráfago de la noticia. En Guatemala son los hechos de violencia, las crisis institucionales, el manipuleo político y las denuncias de corrupción los temas situados en el nivel más alto de ese flujo.

Al final de cuentas, esos tópicos cargados de negatividad terminan por ser unos focos de atención tan poderosos que postergan a otros tanto o más importantes para el resto de la sociedad y, si nos rebelamos contra esa tendencia, corremos el riesgo de producir un material sin mayores repercusiones para un universo ávido de temas de actualidad.

Es curioso cuánto pesa la palabra. En medios escritos, lo impreso adquiere la categoría de verdad al punto de que para contradecirla es preciso tener evidencias, como si se tratara de un proceso judicial. Si está escrito y publicado, dicen muchos, ha de ser cierto. Si no lo es, entonces ¿cuál es la verdad? Ese poder tiene su balance, sin embargo, en la enorme responsabilidad de quien toma la decisión de imprimirla.

En ciertas circunstancias y dependiendo de quien las pronuncie, hay palabras no escritas cuyo impacto es enorme. El mejor ejemplo son los discursos políticos y, entre ellos, las alocuciones realizadas tanto en actos oficiales como en spots publicitarios. Esas palabras, como en el caso de un presidente de la República, deben reflejar la estatura de la investidura representada y, por ende, ser veraces y precisas.

En esos ámbitos del poder, la demagogia y la propaganda electoral han demostrado ser instrumentos de precisión de la mentira institucional. Lo que en discursos y elaborados mensajes políticos se manifiesta raramente coincide con los hechos y casi nunca se traduce en el cumplimiento real y concreto de acciones prometidas. Más aun, se espera la exageración y la manipulación de conceptos o de estadísticas como una consecuencia inevitable de la actividad política, perdiendo la palabra todo su valor.

En definitiva, esa herramienta tan poderosa, la palabra, es una materia prima maleable con la cual se produce tanto un pasquín de la peor calaña como una obra de arte trascendente y universal. Y si nos remitimos a los niveles intermedios entre lo malo y lo superior, encontramos toda clase de medios de comunicación -algunos más empeñados que otros en informar con apego a la verdad- pero la mayoría partiendo de esa plataforma de credibilidad que les otorga su naturaleza editorial. Por eso es comprensible y necesario temerle y tratarla con sumo cuidado.
(Publicado el 04/02/2013)

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