domingo, 14 de julio de 2013

La infancia feliz

Un país que no protege a la niñez está condenado al fracaso.

Las investigaciones señalan que el 38 por ciento de los muertos por el Ejército en el área ixil durante el cnflicto armado, de acuerdo con las osamentas halladas en fosas clandestinas, eran menores de 12 años. Y el Informe de Desarrollo Humano 2013 indica que Guatemala está solo por encima de Haití en los indicadores de (sub)desarrollo, siendo su población infantil la más afectada del continente por la desnutrición crónica y la escasa cobertura en salud.

La juventud no está mejor. Esa desnutrición crónica no es un fenómeno de generación espontánea. Viene agravándose desde hace ya muchas generaciones por la falta de alimentación adecuada, poco acceso de la mayoría de la población a servicios básicos como agua potable y saneamiento, una pobreza cada vez más pronunciada en las áreas rurales y suburbanas con el crecimiento de los anillos de pobreza alrededor de las ciudades.

Para constatar los efectos de la desnutrición crónica no hay que investigar mucho. Es cosa de salir con una cinta métrica y observar la disminución progresiva de la talla de los habitantes menos favorecidos en la repartición de la abundante riqueza del país. En otras palabras, estamos matando de hambre a la niñez y no nos importa si vive o muere. Más aun, no habría que descartar la posibilidad de que a algún sector político o empresarial más bien le convenga lo segundo, porque de ese modo no será necesario atender más adelante a esa población improductiva cuyas capacidades intelectuales y físicas fueron reducidas al mínimo por la falta de alimento.

Entonces, hay que preguntarse ¿cuál es el propósito de las políticas impuestas por los gobiernos desde la última dictadura? Gobiernos democráticos, es preciso aclarar. Presidentes cuyo discurso se ha centrado fundamentalmente en promesas de atención a la niñez y a las mujeres más pobres, con promesas de maravillosos programas para darles la oportunidad de crecer y desarrollarse a plenitud y disfrutar de una vida, si no ideal, por lo menos decente. Eso dicen en las campañas, eso repiten a los representantes de otros Estados y de organismos internacionales, eso le cuentan al Papa mientras le besan el anillo. Y todos les creen.

Pero a la niñez de Guatemala no solo le afecta el hambre total, esa que la mantiene al borde de una muerte contra la cual ni siquiera se resiste, porque no hay energía más que para respirar. También es atacada por la violencia dentro de su hogar. Madres frustradas y agobiadas por partos continuos iniciados en la adolescencia en las condiciones más precarias, padres violentos, alcohólicos muchos de ellos y otros simplemente convencidos de tener poder absoluto sobre su descendencia para hacer con ella lo que le venga en gana.

No es asunto de negar esa realidad, porque los estudios de organizaciones expertas en el tema, así como el Ministerio Público, señalan que el 90 por ciento de las agresiones sexuales a niñas y niños se produce en el seno del hogar. Y entre esas paredes, por lo visto, reina la impunidad. La niñez debería ser la etapa más feliz y despreocupada del ser humano y los Estados existen para garantizarlo. Cuando no lo hacen, es porque son fallidos.
(Publicado el 25/03/2013)

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