domingo, 14 de julio de 2013

Atavismos

Las doctrinas religiosas deben actualizarse.

El hombre se acercó a la mujer que manifestaba frente a casa presidencial y con aire de enojo le espetó: “Ustedes las mujeres deberían estar en su casa atendiendo sus labores domésticas, tal y como lo manda la Biblia, no tienen nada que hacer en la calle”. Luego dio media vuelta y se alejó satisfecho de haber cumplido con un deber superior.

Esto no es novedoso. Basta con asistir a una boda para escuchar cómo los estereotipos sexistas marcan la vida de una pareja desde el momento de su unión, bajo la indiscutible norma espiritual. A partir de allí se establecen las jerarquías, en las cuales la mujer siempre termina en posición secundaria, cuando no se la coloca de entrada en un peldaño inferior al de sus propios hijos en el esquema familiar.

Esta costumbre se repetía también hasta hace algunos años en la boda civil, al leer los artículos del Código relativos a la unión matrimonial, conminando a la esposa a cuidar del hogar, prohibiéndosele trabajar fuera de él sin autorización del esposo. Este Código fue reformado, pero sin duda los viejos ejemplares aun circulan y se utilizan en muchas ceremonias, ante la ignorancia de las parejas sobre la derogación de tales monstruosidades jurídicas.

Por eso, cuando se analiza la violencia de género, resulta evidente que en las estrategias para combatirla y erradicarla no pueden quedar al margen las instituciones religiosas ni los profesionales participantes en la institucionalización de las uniones. Allí debe insistirse en la toma de conciencia y la reeducación de hombres y mujeres sobre derechos y obligaciones. Es un momento oportuno para dejar estampada la igualdad con tinta indeleble. En estos tiempos y ante la violencia imperante, ese compromiso podría constituir un toque de timón hacia la dirección correcta.

Los atavismos tienen la característica de impregnar la vida casi sin sentir, son unos elementos subrepticios capaces de condenar a la miseria a todo un grupo social, escatimándole derechos a unos para otorgárselos a otros. En esos atavismos cargados de prejuicios no existe la justicia. Ni la divina ni la terrenal. Y es desquiciante vivir bajo sus parámetros.

El progreso y la actualización de los roles masculino y femenino, como los percibimos desde un centro urbano desarrollado y de costumbres cosmopolitas, no es igual al de la aldea perdida en la montaña en donde los hombres no permiten a su mujer parir por cesárea “porque ya no estará completa”. Y peor aún, en donde el personal de salud muchas veces respeta más la voluntad del esposo que la vida de su mujer.

Esas ideas primitivas de autoridad y dominio masculino inciden en los índices de violaciones sexuales y abuso en el seno de la familia. El concepto arcaico de “jefe” de hogar determina implícitamente una jerarquía sacralizada por las doctrinas religiosas y reproducida por la sociedad. ¿Por qué no se habla de “socios” en la complicada aventura de una vida en pareja? ¿Por qué no se educa en el concepto de equidad desde la más tierna infancia? ¿Por qué se sigue sacrificando un lechón cuando nace un varón y se instala una atmósfera de frustración cuando la recién nacida es una niña? Esos perversos atavismos nuestros…
(Publicado el 28/01/2013)

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