domingo, 14 de julio de 2013

¿Cierto o falso?

Las encuestas y sondeos de opinión dan tema para debatir.

“El 66 por ciento de los encuestados aprueba la gestión de Pérez Molina”, asì comienza el análisis de resultado de la encuesta realizada por CID Gallup y publicada por El Periódico el sábado pasado. La pregunta que queda flotando es si esos resultados -66 por ciento aprueba gestión pero 54 cree que el país va por el camino equivocado- reflejan el sentir de la población, marcan alguna tendencia o tienen algún impacto en la ruta a seguir.

Los números no siempre son una medida real de las cosas. Las personas muchas veces responden de acuerdo con su experiencia más reciente o su estado de ánimo. Es decir, aunque las metodologías de medición sean las correctas, las desviaciones probablemente están definidas por lo aleatorio de la naturaleza humana.

En eso influyen factores tan particulares como la cortesía o la corrección política. Me ha tocado observar a personas criticar duramente a los funcionarios de gobierno en una plática informal, para transformarse en todo un dechado de diplomacia al nomás ser interrogada por algún desconocido. ¿Temores ancestrales, desconfianza?

No soy ninguna experta en estadísticas, pero como a cualquier persona me intriga la manera como operan estas mediciones y he dedicado algún tiempo a escudriñar en lo que sucede a mi alrededor en cuestión de opinión. Muchos ciudadanos lo hacen y en cierto modo elaboran sus propias estadísticas, pero eso solo configura un mundo de percepciones aisladas e inconexas.

Por ejemplo, ¿cuál es el concepto de buen gobierno en la mente de un ciudadano común? En Guatemala, es probable que un buen gobernante sea quien lo hace menos mal. Es decir, quien roba pero no mucho, quien se rodea de más expertos que de amigos y parientes, quien tiene una mejor campaña de imagen, quien hace un poco más de obra visible o quien tiene mayor carisma. Después de tantos años de mala ejecución y corrupción descaradas, los parámetros de calidad son excesivamente bajos en comparación con otros países cuyas normativas impiden esos desmanes.

Por lo tanto, criterios de preferencia de lo malo por sobre lo peor deberían, por lógica, constituir filtros distorsionadores de la auténtica valoración de una administración determinada. La población, por lo general, no tiene el tiempo ni el conocimiento técnico como para poner en duda la certeza de estos sondeos. Se asume su precisión y a partir de ahí se acepta el hecho de que si fulanito sacó 66 en conducta es porque no ha de ser tan deficiente. Y el propósito supuesto del estudio estadístico -el cual debería ser exigir mejores resultados en tal o cual aspecto de la administración- se queda como mera referencia numérica desvinculada de la fiscalización ciudadana.

Entonces, ¿cómo leer estos números y cuáles serían las interpretaciones correctas? Para saberlo con certeza hay que acercarse a los expertos. Muchas veces allí se genera una discusión interesante sobre los límites de la certeza y cuánto influyen sobre la opinión pública esas gráficas. Para mí, ellas revelan cuánto falta para lograr el ejercicio de una ciudadanía más exigente e involucrada con el desarrollo del país.
(Publicado el 11/02/2013)

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