domingo, 5 de octubre de 2008

La Comisaría 13

Una de las tantas comisarías señaladas por comisión de actos ilícitos, es la encargada de cuidar los sectores más lujosos. Les dieron a los ratones la responsabilidad de cuidar el queso. Así deben sentirse los policías de la comisaría 13. No sólo tienen a su cargo la seguridad de los sectores residenciales más lujosos de la capital, sino además han tenido todo el tiempo y el espacio para montar un eficiente sistema de espionaje, seguimiento e información para cometer secuestros, asaltos a residencias y automovilistas, asesinatos, violaciones y otros crímenes que, por falta de investigación, aún no han sido descubiertos. La población ya está cansada de los abusos cometidos por la policía. No sólo en sectores donde habitan las clases más privilegiadas, sino también en las pequeñas comunidades del interior del país y las áreas marginales que rodean los centros urbanos, en donde estos elementos actúan como caciques todopoderosos, con total impunidad. Las denuncias pocas veces alcanzan el estatus de casos judiciales con alguna sentencia condenatoria en tribunales. De hecho, rara vez los procesos de depuración impulsados por las autoridades del más alto nivel del ministerio de Gobernación terminan con la aplicación de la ley a quienes se demuestre culpables de actos delictivos y de corrupción. Todo lo contrario, estos elementos depurados van, por regla general, a engrosar las filas de los ratones que cuidan el queso… A las garitas de los condominios de lujo, reciclados a través de empresas de seguridad creadas por otros depurados de mayor antigüedad, en donde pasarán el tiempo suficiente para limpiar –a cambio de unos pocos quetzales- sus hojas de antecedentes penales y policíacos. Guatemala ya no resiste más el caos y la impunidad, la agresión a la cual se somete a diario a una ciudadanía indefensa y cada vez más aterrorizada. Las pandillas –como la de los policías de la Comisaría 13- constituyen el verdadero rostro del retraso social y político de este país, cuyas oportunidades de desarrollo se destruyen a balazos mientras los diputados pierden su tiempo negociando cuotas de poder. ¿De qué sirve crear superinstituciones para investigar a los cuerpos clandestinos y del crimen organizado si éstas se pierden en un laberinto de burocracia que las vuelve tan inoperantes como el Ministerio Público? Mientras los especialistas redactan sus elaborados informes llenos de estadísticas, los cadáveres mutilados de mujeres, hombres, niñas, niños y adolescentes se acumulan en las mesas de la morgue. No hace falta hilar muy fino para ver dónde está el problema: en la debilidad institucional y la incapacidad del gobierno, porque el clientelismo y la corrupción han carcomido sus estructuras hasta el punto de no retorno.