domingo, 14 de julio de 2013

Mercado de niñas

Es, ni más ni menos, el viejo mecanismo de la oferta y la demanda.

Apenas saliendo de la cuna con su cuerpo frágil y su conciencia limpia, las niñas –aquí y en muchos otros paises desarrollados o no- empiezan a ser vistas como objeto de deseo. Así de crudo como suena, estas pequeñas habitantes de nuestro planeta se enfrentan desde la más tierna infancia a la amenaza del abuso, la violación y luego (muy luego) al embarazo no deseado.

Producto ellas mismas, muchas veces, de madres abusadas, su existencia parece estar condenada al servilismo sexual y doméstico sacralizado por doctrinas religiosas tanto como por leyes redactadas por hombres e impuestas en culturas eminentemente patriarcales. Las niñas, entonces, son vistas como encantadores seres inferiores sin voz ni voto, no solo en lo referente a su crianza y seguridad sino también en cuanto a sus derechos como ser humano integral.

El negocio de la trata las prefiere así, indefensas y tiernas. Es su más cara mercancía y se cotiza bien en los mercados internacionales. Entonces los gobiernos hacen como que combaten este tráfico inhumano pero en el fondo están comprometidos con él por medio de sus redes de corrupción, por su incapacidad para enfrentarlo, combatirlo y vencerlo. Entonces, las niñas son abandonadas a su suerte.

La sociedad en la cual vivimos tan conformes no está diseñada para protegerlas. Los trabajadores del sistema de salud observan las señales de maltrato o violación en una niña, así como los embarazos en niñas y adolescentes y raramente reportan estos casos. Si lo hicieran como parte de un estricto protocolo, estaríamos todos horrorizados por su enorme incidencia. Los embarazos en niñas y adolescentes son una epidemia nacional. Pero eso no sucede porque las niñas sean promiscuas ni porque anden “buscando” que las abusen. Es porque no las protegemos y porque ellas no saben defenderse. Les hemos grabado en el subconsciente que los hombres son superiores y ellos mandan.

Es de este modo como una niña no concibe oponerse a la voluntad de un padre, un tío, un hermano o un vecino abusador. Eso, porque la figura masculina, en su incipiente concepto de la sociedad, tiene un rol de autoridad.

La pequeña ventana de denuncia que ha comenzado a abrirse gracias a los esfuerzos de representantes de la sociedad civil, en conjunto con autoridades del sistema de administración de justicia, del Ministerio Público y de la prensa, muestran un aumento de las denuncias, algo que ha sorprendido a esta sociedad y la ha sacudido de su cómoda inercia. Esas denuncias no significan que en estos tiempos haya más abusos sexuales contra niñas, sino que por fin se comienzan a abordar como un tema de impacto social.

Este esfuerzo por cambiar nuestros parámetros de conducta y actualizar nuestra visión de las estructuras de poder en el interior de la familia y la sociedad debe ser objeto de políticas integrales orientadas a rescatar a la niñez del sitio marginal al cual la hemos relegado. Colocar a las niñas en un lugar prioritario en las políticas de educación y salud las salvará de un destino de esclavitud, pero también tendrá un impacto positivo en el resto de la comunidad. Y esto es una deuda pendiente, no una concesión que merezca aplausos.
(Publicado el 02/03/2013)

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