domingo, 14 de julio de 2013

La semilla fundamental

Educación es la palabra. Sin ella nunca habrá paz ni democracia.

A pesar de ser una pieza tan obvia del discurso político, la educación es y seguirá siendo un sueño inalcanzable para la mayoría de la población. No esa instrucción elemental de los planes de alfabetización creados para maquillar las políticas sobre la materia, sino una educación integral orientada al empoderamiento de la niñez y la juventud, con poderosa visión de derechos y apuntando hacia la eliminación de las barreras que dividen a la sociedad actual. En dos platos, la fórmula para una sociedad realmente incluyente y participativa. Una sociedad auténticamente democrática.

Pero no son esos los planes. Dado que la calidad en la educación se consigue por medio de medidas audaces, cambios estructurales, revolución en las ideas y en las acciones de cambio, además de una fuerte inversión, ese tema ha sido sistemáticamente marginado de la agenda pública. Los paños tibios a los cuales se ha acostumbrado la clase política solo ocultan por un tiempo la suciedad conceptual del modelo imperante, pero no calan hasta lo más hondo en la situación de empobrecimiento progresivo de este sector, que afecta a más de la mitad de la población escolar con absoluto énfasis en los sectores de bajos ingresos.

Mucho se discute respecto de programas y contenidos. Pero estamos frente a una escena de divorcio entre el hoy y el mañana provocada por la dicotomía entre lo que el país necesita y la visión particular de quienes llevan las riendas de las políticas educativas. Un diagnóstico preciso podría llevar a reformar no solo los planes de estudio sino también las ofertas de especialidades para una juventud que corre por vía directa hacia el desempleo y la criminalidad. Carreras técnicas orientadas a cubrir necesidades específicas que promuevan más desarrollo y mejores soluciones para problemas puntuales, podrían convertirse en la palanca que ayude a iniciar un movimiento de reforma con impacto en todos los aspectos de la vida nacional.

Guatemala es un país dividido entre un pequeño sector altamente sofisticado y de altos ingresos y una enorme masa cuya energía se invierte casi totalmente en la lucha por la supervivencia. Esa brecha entre estos dos mundos ha sido acunada y propiciada a la sombra de pactos políticos y económicos, con vistas a mantener un gran contingente de mano de obra barata incapaz de negociar la venta de su trabajo y privado de las herramientas intelectuales que le permitan erigirse en una contraparte legítima para la defensa de sus intereses. En medio, un estamento político que actúa como defensor de los intereses de los primeros y represor de las protestas de los segundos.

Sin embargo, el discurso dice otra cosa. Se utiliza el tema de la educación como un recurso demagógico y se le menciona como un puntal para el desarrollo nacional pero negándole los recursos indispensables para hacer realidad sus planes más básicos. Guatemala es uno de los países de América Latina que menos invierte en la educación de su gente y eso tiene repercusiones inmediatas y de largo plazo en todos sus indicadores de desarrollo. Quienes definen las políticas públicas deberán revisar sus prioridades y conceder un mínimo de validez a las legítimas demandas de la ciudadanía.
(Publicado el 11/03/2013)

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