domingo, 14 de julio de 2013

Por el honor

Y de cómo se convirtió en el cepo y la tortura.

En la vigésima segunda edición del Diccionario de la Lengua Española, una de las definiciones de honor es “honestidad y recato en las mujeres, y buena opinión que se granjean con estas virtudes”. Esta acepción no solo lleva implícito un estereotipo discriminatorio –el cual demanda de la mujer un comportamiento personal determinado y sujeto a censura respecto a su sexualidad- sino se proyecta en la sociedad como un valor, aun cuando conlleva una fuerte carga de prejuicio y la ratificación de la autoridad patriarcal que legitima y respalda un trato diferenciado entre hombres y mujeres.

El impacto de la idea del honor en la vida de millones de mujeres en el mundo no se detiene en el marco de la conducta. También afecta a su libertad, estilo de vida y oportunidades de desarrollo, hasta tocar el extremo de amenazar su supervivencia. Por cuestión de honor, mujeres de diferentes culturas son víctimas de tortura, lapidación y muerte. Son violadas y despojadas de sus bienes, alejadas de sus hijos y expulsadas de su hogar. Por el honor se cometen contra ellas crímenes abominables, los cuales –también por cuestión de honor- quedan impunes al estar protegidos sus hechores con la legitimidad que otorgan las leyes.

En días pasados se publicó una nota sobre el abuso sexual de niñas en India. En ella se mencionaba el nivel de impunidad en esos delitos cometidos por hombres cercanos a sus víctimas. Y esa impunidad se debe, precisamente, al tan arraigado como distorsionado concepto de honor, según el cual las familias afectadas –que son mayoría- sufrirían ostracismo y marginación por parte de la sociedad.

El concepto de honor debe experimentar una profunda revisión. No es aceptable, en una sociedad de este siglo, atribuir a la vida íntima y personal de una mujer –la cual solo a ella le pertenece- el peso de la reputación de todo un grupo social y mucho menos la condena moral por la manera como decida vivir.

Tampoco es aceptable (de hecho, es una monstruosidad por donde se le analice) condenar a las niñas al abuso sexual reiterado apelando al honor, porque desde el momento que el crimen se perpetra y los testigos callan, ese supuesto honor ya fue destruido. La complicidad en esta clase de actos de barbarie es tan perversa y culpable como la comisión misma del delito y no hay excusa alguna para ampararlo.

El honor, como el mismo Drae lo señala, es una cualidad moral. El ocultamiento de actos criminales no lo es. Por eso esta reflexión debería calar en lo profundo de la conciencia de quienes en Guatemala –tanto como en India, Pakistán, Estados Unidos, Brasil o cualquier otro país del mundo- ubican el honor en el sexo femenino, lo condenan, lo marcan a fuego, lo violan y lo satanizan a fuerza de prohibiciones, credos y mitos.

Si somos capaces de llevar la ciencia y el arte a niveles de sublime exquisitez, si la humanidad se pavonea con el desarrollo de sus grandes logros, si nos consideramos superiores a todas las especies, entonces estamos obligados a redefinir conceptos arcaicos cuya vigencia desmiente todo lo anterior y nos coloca en el peldaño más bajo de la escala.
(Publicado el 09/02/2013)

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