martes, 21 de agosto de 2007

Cuenca, España, con esa luz dorada y transparente

El derecho a no estar

Hoy estuve pensando en cuán lejos hemos llegado en esta obsesión por hacer coincidir nuestras auténticas necesidades y la oferta del mercado. Es decir, mientras nuestra absurda ambición por tener cosas parece no tener límites, nuestro espacio personal se jibariza, se reduce a la cuasi nada y nos vamos perdiendo entre objetos y cualidades adquiridas gracias a un estilo de vida que tiene tanto de vida como de estilo. A propósito de esto escribí, hace ya mucho tiempo -de cuando mi primer celular parecía una vieja tortuga que pesaba toneladas y me costaba una fortuna- algo respecto a la puerta que hemos abierto a la invasión de la privacidad. Obviamente, somos incapaces de controlar los elementos externos, al igual que hemos sido incapaces de controlar el engaño y las trampas en las que nos hace caer la publicidad a cada rato. Pero releyendo ese artículo, me doy cuenta de lo lejos que me encuentro de esos inicios del desastre comunicacional de hoy... 05/07/1999 No sólo hemos perdido parte del espacio vital, sino estamos siendo invadidos por aparatos que ponen en serio peligro nuestro derecho a la privacidad. ···················· MI DERECHO A NO ESTAR Al principio fue el teléfono. El desquiciante riiing riiing, insistente e impositivo, nos obligaba a contestar aunque no quisiéramos, porque quizás era urgente aunque en el fondo sabíamos que lo más probable es que se tratara de una llamada sin importancia y sólo nos quitaría tiempo. Ahora ya no es únicamente el teléfono. Es el localizador electrónico que suena todo el día y que, cuando no lo estamos oyendo, de todos modos sabemos que ya debe tener una larga fila de mensajes en espera de respuesta. Y además el celular que nos persigue porque se lo permitimos. El aparatito que al principio, cuando comenzó la moda, nos daba estatus, porque… ¡no podíamos dejar de tener uno!, ahora nos condiciona la vida entera. Si damos el número, en el fondo sabemos que nos comprometemos a estar localizables las veinticuatro horas del día para cualquier insignificancia que se le antoje al depositario de tal desproporcionada muestra de confianza. Si no lo damos, al menos otorgamos el privilegio de ser localizados a través del biper como una concesión de segunda categoría, o al número directo de la oficina que, a estas alturas de la intimidad comunicacional, a nadie parece interesarle. Pero la cosa no se detiene ahí. También está la sutil intromisión del correo electrónico, que ya tenemos en casa y en la oficina porque es preciso revisarlo con suficiente frecuencia para que no se nos vaya a escapar ni un solo mensaje, pese a que ya nos han incluído en listados de información sobre compras de helicópteros franceses o para ofrecernos información sobre la legislación laboral del Kurdistán y alguno que nos trae noticias frescas de la asociación de pescadores con arpón. No quiero decir con esto que el correo electrónico sea malo, en absoluto. Reconozco que nos permite mantenernos en contacto con mucha gente a la que no le escribíamos desde que dejó de funcionar el correo, y eso ya nos remonta a la prehistoria. Es, simplemente, que el email se ha transformado en una peligrosa dependencia comunicacional más a la que tendremos que encontrarle pronto el antídoto, antes de que nos engulla por completo. Ahora resulta que ha salido al mercado un servicio nuevo, ofreciendo todo este hermoso abanico de comunico-condicionantes en un solo flamante paquete de alta tecnología. Así, nos pondremos a la punta de la vanguardia –aunque aún no tengo una idea muy clara de para qué queremos estar en esos superpoblados extremos del espectro- para recibir mensajes de biper, correo electrónico y teléfono celular y, encima, contestar a todos los que nos llaman, conocidos o desconocidos, simplemente accionando un diminuto teclado incluído en el mismo mágico aparatito. ¿No será mejor comenzar a recuperar el espacio privado y simplemente dosificarnos, como lo hacíamos cuando la fiebre llegaba a un nivel normal de dependencia? Quizás si volvemos a contestar el teléfono en casa y en la oficina, a las horas normales para estar en casa y para trabajar en la oficina, logremos recuperar la cordura.

Esto sucedia en el 99

El comercio de niñas y niños es una de las actividades más rentables de las organizaciones de traficantes que actúan al amparo de su increíble poder económico. NIÑOS PARA LA VENTA Cualquier niña o niño podría caer bajo sus garras. Ni siquiera es necesario que sea un pequeño abandonado, sino simplemente alguien que carezca de formación y criterio suficientes para defenderse de las maniobras de reclutamiento creadas por el crimen organizado. Promesas de una vida mejor, de un estatus social atractivo, de una aventura prohibida y quizás de grandes beneficios económicos encandilan a pequeñas víctimas que ni siquiera imaginan el destino que les espera al ingresar a las redes de prostitución. Pero no sólo se utilizan estos métodos. También, y cada vez con mayor frecuencia, se practica el secuestro para engrosar las masas de niñas y niños que se destinarán como carne de matadero a satisfacer los instintos de millones de hombres ávidos de sexo y pornografía. Si esto sucediera en estratos sociales de cierto nivel, el escándalo no hubiera dejado que fructificara el negocio. Pero las víctimas son por lo general niñas y niños de escasos recursos, provenientes de familias que apenas tienen cómo subsistir, hijos de padres que no cuentan con los contactos indispensables para que las autoridades respondan a sus llamados de auxilio y que, por lo general, desconocen los alcances de la ley porque apenas pueden leer y escribir. Esto sucede en todos los países del tercer mundo, pero en los últimos años Guatemala ha adquirido un deshonroso sitio entre los que presentan mayor incidencia de tráfico de menores y pornografía infantil. ¿Por qué? No cabe duda de que para encontrar una explicación plausible a esta inconcebible situación, es indispensable profundizar en las condiciones en que vive la mayoría de los habitantes de las áreas marginales, rodeados de miseria e insertos en un contexto en el que se disputan el territorio el tráfico de drogas, el contrabando, la prostitución y el latrocinio. Y en el que, para terminar de rematar el cuadro, no existe un mínimo de asistencia educativa ni de seguridad para la población menor de quince años, que sufre con mayor fuerza el embate de las bandas organizadas. La prostitución infantil no es un fenómeno aislado del panorama general de la criminalidad. No es una actividad independiente, sino que representa un macabro “side line” del negocio en el que se disputan el liderazgo el tráfico de drogas, el secuestro y el robo de vehículos. Por lo tanto, para combatirlo y acabar con esta lacra, es preciso tener la voluntad de acabar también con aquello que le proporciona recursos y oxígeno, y de paso aplastar las férreas estructuras del tráfico de influencias que ha constituido uno de los peores escollos para alcanzar el desarrollo en nuestros mal administrados países. Ya no es cuestión de que las niñas y niños son el futuro de la patria. Eso quedó atrás cuando se convirtieron en algo más cercano a la esperanza de supervivencia de la democracia misma.

Otra de esas que permanecen en un album olvidado

domingo, 19 de agosto de 2007

Hoy estuve viendo fotos antiguas

Y a proposito de las elecciones...

Niños y candidatos Otro eslabón de una interminable cadena de políticos ávidos de alimentar sus ambiciones con las terribles carencias de la gente. Hay temas que jamás se tocan en una campaña y otros que, si los políticos tuvieran una pizca de vergüenza, jamás deberían abordar si no tienen la voluntad de trabajar en ellos una vez asumido el cargo. Uno de éstos es el de la infraestructura escolar y de salud. Apenas ayer, escondido entre cientos de mensajes-basura que entran a mi correo electrónico, llegó uno que reproducía noticias del interior del país. En él se menciona específicamente el lamentable estado de algunas escuelas como la de San Juan Atitán, Huehuetenango, la cual se encuentra a punto de colapsar por el deterioro ocasionado por las lluvias, más una falla en el terreno donde se encuentra. De ahí, dicen, evacuaron a más de 500 alumnos. Y continúa la nota describiendo el desastre de otros establecimientos escolares a punto de hundirse bajo el peso de sus paredes húmedas, sus grietas nunca reparadas, la desidia de los gobiernos que se alternan en el poder que sólo dan más a quienes más tienen, olvidando que el piso se les hundirá –igual que las escuelas- por la peligrosa presión de la injusticia social. Los candidatos no parecen darse cuenta del impacto negativo que causa su actitud triunfalista, sus besos en las mejillas de niños hambrientos, las palmadas en la espalda de los caciques de pueblo y sus caminatas blindadas de guardaespaldas armados hasta los dientes, mientras se caen las escuelas. Todos los presidentes de los últimos veinte años han pasado por lo mismo y ninguno, ni siquiera aquellos aparentemente comprometidos con el rescate de la patria y las obras sociales, los derechos humanos o la lucha por consolidar la tan manoseada y nunca vista democracia, han movido un dedo por cambiar de raíz la miseria en la cual se desenvuelve el trabajo de los maestros y donde mueren las esperanzas de miles de niños. Sin embargo, han cerrado los ojos cuando sus huestes vacían las arcas nacionales, han autorizado transferencias obscenas de dinero a un ejército cuya razón de existir es un tema pendiente de discusión nacional, voltean la cara para no comprometer su lealtad hacia una clase poderosa que continúa evadiendo impuestos, pero niegan recursos a los programas de salud sexual y reproductiva, a los planes de construcción y reparación de escuelas y de centros de salud, así como a todo aquello que represente un paso adelante en el desarrollo general de la nación. Por eso es repugnante verlos repartiendo besos a diestra y siniestra. Porque es una escena repetida, absurda y barata, ofensiva para quienes, como esos niños de San Juan Atitán, Huehuetenango, perderán su escuela y se quedarán sin nada.