lunes, 25 de noviembre de 2013

sábado, 21 de septiembre de 2013

El gen del conformismo

Adjudicar a otros las responsabilidades propias es un síndrome generalizado.

Una de las virtudes de las redes sociales es su calidad de espejo de la sociedad. Allí se puede apreciar con bastante nitidez la manera de ver la vida, el comportamiento social, los mecanismos de evasión y aquellos rasgos característicos que marcan a una cultura determinada.

A través de los meses, me ha resultado fascinante comprobar la facilidad con la cual la mayoría echa sobre los hombros de Dios el pesado fardo de proteger a la niñez, combatir la corrupción, reducir la violencia, colocar en el mando a un buen y honesto gobernante, reducir el costo de la vida, resguardar el patrimonio natural, evitar el contrabando y combatir el narcotráfico. Para todo es bueno y todo se espera de su infinito poder, siempre y cuando no sea la ciudadanía la que tenga que involucrarse en tan complicadas tareas.

Es y ha sido el mensaje más recurrente recibido en los muros de facebook, por ejemplo, al compartir notas sobre asesinatos de personas inocentes cuyo único pecado para alcanzar tan lamentable final ha sido el simple hecho de existir, excusa suficiente para que un perverso asesino les quite la vida con un par de balazos.

Este afán de endilgarle semejante paquete de obligaciones parece haberse infiltrado en el imaginario social con la persistencia y profundidad de un gen. Tanto como el color del cabello o la complexión física, la convicción de que Dios va a resolver todo sin que uno tenga que mover un dedo, parecen ser rasgos indeleblemente impresos en lo profundo del ADN.

Creo firmemente que una cosa es la fé y otra muy distinta el cumplimiento de las responsabilidades que vienen implícitas en el ejercicio de la ciudadanía. Una sociedad no se mueve únicamente por la fuerza de las creencias religiosas. De hecho, su motor es la participación ciudadana en todos los aspectos de la vida en comunidad. Por ello, encomendarse a Dios puede ser muy positivo siempre y cuando no sea el único acto dirigido a cambiar un estado de cosas torcido y lleno de fallas estructurales.

Esta especie de conformismo congénito tiene una variante peligrosa, y es la negación absoluta de que el ser humano también tiene el poder de alterar la ruta de su propio destino, siempre y cuando actúe en esa dirección. De creer más en la humanidad y en su capacidad de adaptación al cambio, en su talento para romper estructuras y crear otras más aptas para las necesidades de la sociedad, no habría tanto estancamiento como el que se percibe actualmente.

La consigna para alcanzar objetivos comunes es involucrarse y participar. Actuar con decisión para exigir resultados, hacer más eficiente la gestión del Estado, controlar el gasto de los fondos -cuyo origen es el trabajo de cada ciudadano-, denunciar la corrupción y comprometerse a no alimentarla, son pasos aparentemente insignificantes pero de enorme impacto si todos van en la misma dirección.

Encomendarse a Dios es algo positivo, siempre y cuando no se utilice como un refugio contra la realidad. Las doctrinas religiosas también enseñan a servir, a compartir y a comprometerse en una labor común para lograr todo aquello que engrandece a las naciones.

(Publicado el 21/09/2013)

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Ciudadanía

Pertenecer a una sociedad no se reduce a vivir en ella.

Cae bien, en medio de las fiestas patrias, reflexionar sobre la responsabilidad individual, la participación, el goce de derechos y el cumplimiento de responsabilidades ciudadanas. Lo cierto es que el ejercicio correcto de la ciudadanía implica mucho más que ir a votar un día de elecciones con los documentos vigentes y una actitud respetuosa. Tampoco basta tener al día el pago de obligaciones tributarias o haber obtenido el DPI y el impuesto de circulación en las fechas indicadas. Todas esas son obligaciones básicas.

El respeto a las leyes viene en el pacto social desde el momento de nacer, por lo cual no debería considerarse un gesto de buena voluntad o una cualidad excepcional, sino el simple cumplimiento de un deber insoslayable. Sin embargo, es fácil observar que ninguna de estas condiciones se cumple en forma generalizada. Quien tiene un buen asesor financiero y contactos ubicados en altas esferas logra con extraordinaria facilidad evadir el pago de grandes sumas de dinero por concepto de impuestos, consigue rutas expeditas en trámites que a otros les lleva una vida entera y construye una especie de limbo, una esfera de protección que lo coloca por encima de sus iguales. Lo sorprendente de este fenómeno es que quienes logran ingresar a estos círculos privilegiados obtienen de manera automática una especie de certificado de buena ciudadanía y así son vistos por el sistema.

Esa visión deformada de lo que se concibe como vivir en sociedad se transmite de generación en generación con sus derivaciones éticas y morales. De allí vienen la visión racista y el abuso de poder, consideradas una forma de vida aceptable por quienes se benefician de ellas y tolerada por un sistema construido en función de privilegios y la imposición de unos por sobre otros.

A partir de esta realidad, es importante reflexionar sobre los valores inculcados a las nuevas generaciones por ciudadanos cuya visión de las cosas se reduce a sacar partido de las debilidades del Estado. Una muestra del escaso concepto de ciudadanía es la fragilidad de los procesos electorales, en los cuales predomina la propaganda anticipada en abierta trasgresión de las normas establecidas por las autoridades del Tribunal Supremo Electoral, entidad incapaz de poner orden y endurecer sanciones. La parte irónica del asunto es el discurso moralista de quienes violan esos preceptos. La parte patética es que aun así consiguen obtener votos.

El mensaje enviado en medio de desfiles y fanfarria patriotera es que no importan las leyes en tanto se pueda sacar partido de sus debilidades. No existe una postura sólida sobre el apego a las normas de convivencia, no hay una campaña educativa dirigida a la juventud sobre sus derechos y obligaciones, no se percibe en el ámbito político ninguna voluntad de reconstruir el tejido social sobre la base de solidaridad y respeto mutuo.

De ello se colige sin mayor dificultad la absoluta ignorancia de la juventud respecto de su papel como ciudadano, con todo lo que ello implica. Entonces, ¿cuál es el sentido de celebrar una fiesta nacional si los fundamentos valóricos que le dieron origen han desaparecido?

(Publicado el 16/09/2013)

Historias de terror

La amenaza acecha desde la habitación contigua.

Ha sido la técnica estelar del cine de terror desde hace décadas. La víctima, refugiada en la seguridad de su casa sin saber que el enemigo la espera detrás de la siguiente puerta. Sombras, efectos de sonido y actores de primera línea recrean con éxito uno de los ambientes más siniestros posible. Pero la realidad es mucho más cruda que el cine. Y cuando la víctima es una niña indefensa de apenas 4 o 5 años y el victimario, su padre, entonces ningún argumento cinematográfico es capaz de emular el horror y la impotencia.

Durante los últimos meses han desfilado los relatos de niñas violadas de manera reiterada por quienes deberían ser sinónimo de seguridad, confianza y protección. Padres, tíos, hermanos o maestros han sido señalados de crímenes tan sádicos e incomprensibles como la violación sexual en niñas y niños que aun viven sus primeras etapas de desarrollo.

La sociedad no solo ha callado sino ha ido mucho más allá, protegiendo a los agresores y dudando de las denuncias de quienes no tienen ni la edad ni la experiencia para inventar historias tan pavorosas. Siempre me he preguntado cuál ha sido la razón para que la niñez sea relegada y puesta en riesgo por adultos irresponsables cuyo poder de decisión marca para siempre la vida de otro ser humano inocente. Pero no la encuentro. La situación de dependencia de niñas y niños continuará representando un riesgo mientras no se fortalezcan las instituciones del Estado supuestas a protegerlos.

El caso de Gia, la niña quetzalteca aparentemente asesinada por su padre, es uno de esos relatos que parecen sacados de la literatura negra. Sometida a esclavitud sexual desde muy pequeña, Gia parece estar logrando la justicia póstuma gracias a los espeluznantes dibujos de un diario en donde dejó constancia de su tragedia. Las denuncias contra este individuo señalan que también abusaba -de 4 a 5 veces por semana- de sus hijos de 3 y 5 años de edad. Cuando esto sucedía Gia tenía apenas 2 años y era forzada por su padre a participar con su hermano de 5 en escenas pornográficas, so pena de fuertes castigos.

Muchos son los casos que se acumulan en los despachos de Ministerio Público, cada uno más terrible que el anterior. Y aunque parecen extraídos de un prontuario excepcionalmente perverso, la recurrencia indica que es un mal enquistado en todos los niveles de esta sociedad, entre cuyos problemas más extremos no está la inseguridad, sino el silencio.

Es imperativo buscar y encontrar las razones de este pacto siniestro para buscar la salida a una de las patologías sociales más extendidas, como es el abuso sexual contra niñas y niños indefensos, en su propio hogar. En innumerables casos la madre de estos infantes se ha alineado junto al agresor para descalificar las denuncias y también suele suceder que por falta de pruebas contundentes, estos menores regresan a un hogar en donde seguirán siendo objeto de crueles tratos.

A la par y muy relacionado, están el maltrato contra la mujer y el femicidio. Por ello, sorprenderse de la agresividad de quienes nos rodean es absurdo en tanto no se profundice en las raíces psicológicas de los traumas, los cuales parecen ser una herencia transmitida de generación en generación.

(Publicado el 14/09/2013)

Los niños de Siria

Los niños sirios sirven como excusa perfecta para una invasión.

A estas alturas del conflicto, resulta difícil constatar la veracidad de las declaraciones del Departamento de Estado sobre los ataques del gobierno sirio con armas químicas contra la población civil. De hecho, los arrebatos justicieros del país del norte despiertan muchas dudas, dada su bien ganada reputación de actuar acorde a pretextos fabricados para alcanzar objetivos estratégicos bien definidos, tal como sucedió en Irak.

Algo así se observa actualmente con relación al conflicto en Siria. De acuerdo con un reporte de Thierry Mayssan, periodista francés fundador de la red informativa Voltaire y presidente del proyecto Omicar para la defensa de la libertad de expresión, resultan muy reveladores los videos compartidos por Estados Unidos a través de YouTube, en donde aparecen niños víctimas de las fuerzas gubernamentales sirias, aparentemente filmados con anticipación a los hechos denunciados; sumado a esto la numerosa cantidad de infantes entre las víctimas (casi todos de la misma edad), sin familiares que acompañaran sus restos y el hecho aun más extraordinario de que el gas matara a cientos de niños y hombres pero no afectara más que a dos mujeres.

De acuerdo con la investigación de este periodista francés, la difusión masiva de las imágenes satelitales permitió a las familias de los alrededores de Lattaquié reconocer a sus hijos secuestrados dos semanas antes por los rebeldes -un proceso lento y difícil porque casi no quedaron sobrevivientes de la masacre perpetrada por los aliados de Estados Unidos, del Reino Unido y de Francia en las localidades leales al régimen-.

Este reporte también hace énfasis en el hecho de que los gobiernos estadounidense, francés y británico se han puesto de acuerdo en cuanto a expresar su absoluta convicción de que la armada siria ha exterminado con gas a un número indeterminado de civiles. Sin embargo, Meyssan hace énfasis en que las evidencias documentales dejan patente algunos datos interesantes:
1. Estados Unidos y las fuerzas aliadas parecen haber utilizado un tipo de gas sarín que no afecta a las mujeres.
2. Estados Unidos observó durante cuatro días los preparativos de este crimen de lesa humanidad, sin intervenir.
3. La víspera de su utilización, este gas mágico habría matado a niños secuestrados dos semanas antes por las fuerzas Jihadistas a una distancia de 200 kilómetros del punto en donde fueron supuestamente filmados.
4. Los servicios occidentales tienen algún procedimiento secreto para identificar el gas sarín sin necesidad de realizar cultivo de tejido humano.

Sean éstas evidencias o conjeturas, la realidad es que los ataques contra la población civil utilizando armas químicas –similares a las utilizadas por Estados Unidos y sus aliados en otros conflictos- parece un argumento tan verosímil como la historia de las armas de destrucción masiva que escondía Saddam Hussein hasta en el sótano de su casa. Pretexto suficientemente útil en su momento, pero mentira posteriormente aclarada para burla y bochorno de la comunidad internacional.

(Publicado el 09/09/2013)

El reducto femenino

El papel de la mujer en la publicidad se quedó en los años de 1950.

La modelo baila abrazada a un guacal de ropa recién lavada, con el rostro iluminado por una sonrisa de satisfacción que refleja la sensación de éxtasis provocada por la efectividad del nuevo detergente. Claro que le tocó meter las manos al agua, restregar la ropa, manipular su lavadora y luego colgarla de una cuerda. También le corresponderá ¡por supuesto! plancharla, doblarla y colocarla ordenada en los armarios respectivos para que la familia sea tan feliz como ella.

En otras producciones, el mensaje varía y el protagonista es un frasco de desinfectante para pisos, un producto especial para desengrasar cocinas o un nuevo sabor de refresco que hará la delicia de sus niños. El papel continúa manteniendo la ruta infalible de la domesticidad como destino y vocación de todo el género de manera estricta e inamovible. No faltará en este abanico de creatividad la joven señora sorprendida por la efectividad de un nuevo producto que facilita el planchado, el cual le brindará –como por arte de magia- el privilegio de dedicar ese tiempo tedioso de labores domésticas a jugar con sus hijos en el jardín.

La imagen femenina en la publicidad de nuestros países conservadores, retrógrados y sexistas no ha variado un ápice desde aquellos anuncios de la era mesozoica cuando no había para la mujer otro horizonte que casarse, tener muchos hijitos y pretender ser feliz solo con eso. Y sumado a esto, el uso de la imagen femenina en anuncios dirigidos al sector masculino continúa la vieja tendencia de convertirla en una cosa linda, seductora y fácil de manipular.

Cuando la publicidad hace el esfuerzo de trascender esos esquemas anquilosados, utiliza el recurso mucho más efectivo y moderno de la sofisticación y el humor. Pero ahí también se vuelve a caer en los estereotipos de la mujer tonta y superficial que solo piensa en sus zapatos o en el bolso de última moda. Y se regresa una vez más a la utilización banal y deformante de la imagen femenina, tan degradante como aquellos afiches de taller mecánico que usan a las “pin ups girls” como elemento decorativo.

Lo curioso es que a pesar de una fuerte presencia de mujeres talentosas en el medio publicitario, se mantengan las técnicas y los recursos ya desgastados por tanto uso. Esto hace pensar si no serán los anunciantes quienes prefieren lo ya tradicional y trillado, limitando las opciones a aquellas imágenes que siempre les resultaron efectivas. Desde ese punto de vista, también es preciso poner atención en la audiencia, ya que de no haber una receptividad positiva de esos estereotipos tampoco se produciría el efecto de venta deseado.

Las nuevas generaciones de publicistas deben analizar la pertinencia de realizar un cambio de esquemas en el campo de la publicidad dirigida a las mujeres, el cual permita salir del marco en el cual se ha enclaustrado. Los tiempos actuales, tan difíciles y cargados de conflictos, especialmente en lo referente a los derechos de las mujeres, requieren de propuestas creativas y novedosas que reflejen la participación de este segmento de la población en la construcción de un mundo mejor, más equitativo y más justo.

(Publicado el 07/09/2013)

Mundos opuestos

Desde el pequeño trozo de planeta donde vivimos, el mundo parece ajeno.

Cuando la rutina cierra las compuertas y nos condiciona el tiempo y el espacio, tendemos a creer que así es el mundo. Absorbidos por las actividades diarias no percibimos más allá del entorno inmediato y nos acomodamos en ese pequeño cascarón, desde el cual fingimos una sensación de seguridad tan frágil como falsa.

Guatemala y gran parte de nuestro continente ha vivido bajo la influencia de intereses ajenos a su naturaleza. Nos han convencido de necesitar objetos, bienes y servicios de los cuales podríamos prescindir sin dolor, así como nos han inculcado ideologías cuyos principios tienen raigambre en otras culturas, en otras latitudes, ancladas en otros tiempos.

Aunque hemos avanzado de manera notable, nuestras sociedades parecen ir a tropezones hacia un futuro cambiante de cuyas bondades no hay certeza alguna.

Sin duda una consecuencia de esa dicotomía entre necesidades reales y entrenamiento mercadológico, es la falsa idea de haber alcanzado cierto grado de desarrollo a partir del paisaje urbano y capitalino, así como de una vida diseñada bajo la premisa de que el consumo es bienestar. A esto se debe añadir el aderezo de una ilusión de prosperidad impresa en cifras macroeconómicas, en volúmenes de exportación o en los informes sesgados de algunas organizaciones internacionales que ven el panorama desde una óptica estrictamente cuantitativa.

Pero hay otra realidad. Y es aquella de la pobreza extrema, de la violencia bajo cuya amenaza vive todo un segmento de la sociedad carente de medios de protección –es decir, la abrumadora mayoría- y de los grupos humanos vulnerables a las agresiones, tanto por las actuaciones de funcionarios corruptos, como de organizaciones criminales o compañías poderosas que se han apoderado de su entorno. Esta otra perspectiva es la que obliga a pensar en el mito del tal desarrollo y nos vuelve a enfrentar al retroceso en la calidad de vida y en las posibilidades de avance en aquellos aspectos más relevantes para el ser humano, como son la educación y la cultura, la salud y la estabilidad laboral.

Sin embargo, quienes deciden sobre cada acción determinante para el futuro del país parecen creer que el atraso en aspectos fundamentales es culpa de los pobres. Incluso lo afirman sin ambages. De ahí que en estos reductos de poder se consideren tan indeseables las organizaciones comunitarias, los sindicatos, la prensa, las cooperativas y los grupos de vecinos en defensa de su territorio. De hecho, se los combate con una fuerza desproporcionada que demuestra de manera palpable la falsedad de los conceptos de democracia y desarrollo.

Solo es cuestión de salir de la burbuja capitalina con sus ostentosos centros comerciales, sus enormes edificios de lujo medio vacíos y su pequeña burguesía ciega y sorda al caos que la rodea, para ver que un poco más allá del kilómetro 20 en cualquier dirección, el mundo es otro. Allí está la verdadera muestra de que los preceptos económicos procedentes del mundo desarrollado y mal aplicados por gobiernos corruptos -con la venia de los sectores más poderosos- han dado como resultado una miseria poco menos que irremediable y que, para salir de ella, es absolutamente indispensable revisar conceptos.

(Publicado el 02/09/2013)

Mercado negro

Una siniestra línea comercial: órganos infantiles.

¿Cuánto valen los ojos de un niño? ¿Cuánto la virginidad de una adolescente? La manera como se ha expandido por toda Centroamérica la actividad de la trata de personas es uno de los más grandes desafíos que enfrentan los gobiernos de la región. El tema, que permaneció oculto durante muchos años bajo la superficie de otros tráficos, como el de narcóticos, por fin comienza a debatirse y enfrentarse de manera más abierta.

Las redes de trata son algunas de las organizaciones más siniestras en el mundo del crimen. Trafican con seres humanos de todas edades, sexo y condiciones. Desde recién nacidos para adopciones ilegales, hasta hombres y mujeres adultos para esclavitud sexual o laboral, pasando por la amplia gama de niños, niñas y adolescentes en una serie de vertientes a cuál más perversa: sus órganos sanos para la venta, prostitución, pedofilia o producción de material pornográfico en condiciones de cautiverio.

El combate a estas redes no es cosa de conformar un grupo de tarea para realizar operativos de menor escala. Se requiere de políticas públicas que enmarquen todo un conjunto de medidas de gran impacto, involucrando a todo el aparato estatal en sus diferentes instancias. En este comercio inhumano no se puede actuar con medias tintas. Las redes jamás podrían haber alcanzado los niveles de impunidad y facilidad operativa de los cuales hacen gala, de no contar con la protección y la complicidad de algunos elementos bien colocados en círculos institucionales.

En esta lucha desigual, la sociedad tiene mucho qué aportar. La organización ciudadana en los barrios, en aldeas y caseríos, podría por lo menos crear barreras de protección para los grupos más vulnerables, como son los niños, niñas y adolescentes. Las desapariciones de estos menores se producen a diario sin que las instituciones encargadas de investigar -como el Ministerio Público o la Procuraduría General de la Nación- puedan dar respuesta inmediata a estos casos, ya sea por falta de denuncia o por deficiencias en su capacidad operativa.

No parece posible que una sociedad acepte con resignación una amenaza tan directa contra los miembros más jóvenes de su comunidad. Pero la reiteración de la noticia va creando un bloqueo inconsciente y estos sucesos –los cuales se producen con una frecuencia aterradora- se transforman en una desgracia ajena, vista a la distancia como algo terrible que probablemente nunca nos va a tocar.

Las autoridades tienen que comprender que el crimen no es tolerable. Pero en esa amplia gama de actos de agresión y las violaciones contínuas a la ley, perpetradas por estos grupos criminales, los peores son los cometidos contra la niñez y la adolescencia. La responsabilidad y el compromiso son palabras muy grandes para representar la realidad actual. En las declaraciones oficiales se puede reflejar el propósito de acabar con estas redes, las cuales sin duda están identificadas gracias a los sistemas de inteligencia con los cuales cuenta el Estado, pero las acciones parecen no calzar con la proporción descomunal del poder de acción demostrado una y otra vez por estos seres depravados.

(Publicado el 31/08/2013)

Falsos cristianos

Mentir amparándose en íconos sagrados, es un acto deleznable.

La manipulación de la fe, el aprovechamiento de íconos sagrados para aparentar integridad moral y una espiritualidad no demostradas en otros actos de la vida, constituye una ofensa grave, pero sobre todo una demostración del poco o ningún respeto que inspiran, a los líderes políticos y empresariales, las doctrinas religiosas y también quienes creen en ellas.

No es necesario ser un fervoroso creyente para darse cuenta de que esa mixtura entre política, negocios y espiritualidad no se ve bien. Suena a falsedad por sus cuatro costados y si, además, se escarba en el historial de los protagonistas, resulta obvio que ahí no hay atisbo de autenticidad.

Orar por la paz, la seguridad y la prosperidad de Guatemala no tiene nada de malo. Pero que lo hagan públicamente quienes con sus decisiones han llevado al país a una situación de insostenibilidad en esos precisos temas, es francamente contradictorio. Las oraciones, en este caso, serían más pertinentes si provinieran de quienes se han visto afectados por las acciones de sus líderes, como por ejemplo quienes reciben por su trabajo menos del salario mínimo en las empresas y fincas de los pomposos personajes de la foto y sin que el Estado los proteja.

Se justificaría más si apelaran a la divinidad todas aquellas mujeres que hoy o mañana van a morir de parto y enfermedades prevenibles, si lo hicieran las niñas víctimas de la redes de trata, las cuales son amparadas por la corrupción en todos los niveles de la administración pública. Y, por supuesto, la niñez desnutrida desde antes de nacer.

El cristianismo es una doctrina cuyos fundamentos se afincan en las mejores cualidades humanas. Otra cosa son las iglesias como instituciones -cuyos intereses muchas veces van en dirección opuesta a la esencia de su credo- pero el mensaje original demanda respeto por el prójimo, honradez absoluta, generosidad, comprensión.

Es de preguntarse, entonces, si quienes acudieron a la convocatoria viven bajo estas premisas de manera puntual y comprobable. Si pagan puntualmente sus impuestos sin derivar sus ganancias hacia cuentas en paraísos fiscales. Si cumplen en sus empresas con lo especificado en las leyes, si las acatan en cada momento de su vida pública y privada haciendo lo correcto de acuerdo con los mandatos de la fe que dicen profesar.

Si ante una oportunidad de negocio se atienen a la ética y rechazan el soborno y la manipulación. Si son fieles y respetuosos hacia la persona con quien comparten su vida. Si realmente pueden invocar el nombre de Jesucristo sin que se les crispe la conciencia.

La ciudadanía ha soportado y continúa soportando una presión cada vez más intensa. Su seguridad y la de su familia están en riesgo constante, así como su estabilidad laboral. Todo esto derivado de malas administraciones, de personas cuyas ambiciones han sobrepasado todo lo imaginable, aunado su actuar a la ineficacia de sus políticas y a una constante variación en el rumbo de su gestión. En esta nueva y desafortunada variación de la estrategia de imagen, el parangón con los mercaderes del templo resulta inevitable.

(Publicado el 26/08/2013)

Señorío antigüeño

La Antigua es el reflejo palpable de las debilidades institucionales.

Quien conoció La Antigua Guatemala de hace 30 o más años no la reconocería hoy. De esa ciudad colonial tranquila, de lento palpitar y medio adormecida por el aroma de los floripondios ya no queda más que el recuerdo. Hoy, sus habitantes viven bajo la presión de una creciente invasión de bares y discotecas, para diversión de una nutrida población juvenil capitalina que por alguna misteriosa razón ha preferido trasladar sus parrandas a la ciudad de las rosas.

Hace algunos días circuló el vídeo captado por un vecino de La Antigua, en donde se puede escuchar el estruendo de la música y las montañas de basura que arrojan a la calle desde algunos de estos establecimientos. Cualquier persona puede observar, después de un fin de semana de fiestas y relajos, los “recuerdos” que han dejado los visitantes ocasionales: latas, botellas rotas, papeles, envoltorios de comida, orines y excrementos en plena vía pública.

La Unesco declaró a La Antigua Guatemala Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1979. Un título tan honroso ineludiblemente traía consigo una serie de compromisos y obligaciones. Una de ellas –y no la menos importante- es la preservación de la arquitectura y el auténtico ambiente colonial de esa pequeña urbe. Para garantizar esa condición existe un Consejo Nacional de Protección de La Antigua Guatemala, cuya misión es el “cuidado, protección, restauración y conservación de los bienes muebles e inmuebles, nacionales, municipales o de particulares situados en La Antigua Guatemala y sus áreas circundantes”.

El panorama actual de La Antigua, sin embargo, no parece corresponder a esta declaración de principios institucionales. Edificaciones que rompen la armonía del entorno, basura, escasa iluminación y el libertinaje en el uso de ciertos inmuebles de gran valor histórico hablan de un deterioro acelerado de este patrimonio de la Humanidad, cuya preservación no parece preocupar mucho a las autoridades.

La Antigua Guatemala podría ser una joya. Y aun en su estado actual, sigue atrayendo a miles de turistas cada año, visitantes que ven en ella ese poderoso potencial todavía latente. Sus fachadas, su empedrado y los resabios aun perceptibles de ese señorío tan característico de su época, sugieren la posibilidad de revertir el daño ocasionado por una cadena de malos administradores carentes de visión y faltos de autoridad.

En las condiciones actuales, caminar por esa ciudad ya no es la experiencia grata que alguna vez ofreció a sus habitantes y a sus huéspedes. El tráfico excesivo, con su cauda de contaminación atmosférica, el ruido estridente y el escaso cuidado en la conservación de sus banquetas –lo cual dificulta en grado sumo ese acto básico y cotidiano de caminar por ellas- comienzan a pesar de manera determinante en la pérdida de su encanto legendario.

La Antigua es uno de los atractivos turísticos más emblemáticos de Guatemala. Resguardar esa riqueza con su interesante ingreso de divisas debería ser una prioridad, ya que también es un compromiso de alcance mundial. Por ello, quienes poseen el poder y la autoridad para devolverle el brillo perdido no tienen excusa para no hacerlo.

(Publicado el 24/08/2013)

Compromisos y promesas

Los compromisos de Estado son independientes de la ideología de gobierno.

El Consenso de Montevideo, aprobado por representantes de 38 países miembros de la CEPAL durante la Primera Reunión de la Conferencia Regional sobre Población y Desarrollo de América Latina y el Caribe, coloca nuevamente sobre la mesa algunos temas torales para nuestros países, como los derechos sexuales y reproductivos, el embarazo en adolescentes, la atención a la niñez, el acceso de la juventud a oportunidades educativas y laborales, la equidad de género y la implementación de políticas públicas tendientes a reducir las enormes desigualdades prevalecientes en cuanto al nivel de vida y el acceso a la riqueza.

Esta ha sido una reunión regional cuyo peso específico –a nivel de consensos, resoluciones y acuerdos- dependerá de la voluntad política de los actores principales: los gobernantes y sus huestes políticas y económicas, quienes detentan el control sobre los mecanismos burocráticos indispensables para realizar los cambios que los países necesitan para salir del subdesarrollo.

Una revisión a las promesas de campañas electorales en todos los países involucrados, daría como resultado una especie de pre-consenso de Montevideo. Todos o casi todos los actuales gobernantes han ofrecido mucho de lo que hoy se presenta como plan estratégico para después del 2014. Es decir, estos mandatarios y sus ministros deberían explicar por qué razón todavía los objetivos fundamentales presentados durante sus respectivas campañas se mantienen en el capítulo de los asuntos pendientes y cuáles son las excusas frente a la cada vez más deteriorada calidad de vida de la población.

Los compromisos de Estado trascienden el marco ideológico de los gobiernos y se erigen como una obligación de estricto cumplimiento, no importando la tendencia de la administración bajo la cual se deban honrar. Desde el momento que las asambleas legislativas de las naciones democráticas ratifican acuerdos, tratados y convenciones, éstos salen del ámbito de lo negociable para entrar en la fase de la obligatoriedad y son ineludibles.

Este protocolo de carácter universal existe precisamente para fortalecer la institucionalidad y proteger las conquistas de los pueblos en el ámbito de los derechos humanos en todas sus vertientes. Por esa razón, consensos como el de Montevideo constituyen un importante avance en la perspectiva de desarrollo humano de los países de la región, al ocuparse puntualmente de temas como la reducción de la brecha en el acceso universal a servicios de salud sexual y reproductiva, equidad de género, protección de los derechos de los migrantes, de las personas de la tercera edad, de las poblaciones indígenas y afro descendientes, o el embarazo en niñas y adolescentes.

Este foro regional debe asumirse como una voz de alerta y un nuevo recordatorio de la agenda prioritaria para aquellas naciones rezagadas en la ruta del desarrollo humano, entre las cuales Guatemala tiene uno de los puntajes más bajos y una de las perspectivas menos prometedoras. Los compromisos asumidos durante este evento tienen suficiente sustancia como para conformar la base de un buen plan de gobierno.

(Publicado el 19/08/2013)

Vivir con el enemigo

Si los comunicadores no comunican, la democracia queda muda.

Una de las más graves amenazas para la democracia son los atentados contra la libertad de expresión. Signo inequívoco de la corrupción del sistema, la intimidación y los actos de violencia contra periodistas y otros comunicadores revelan las intenciones nada nobles de algunos sectores cuyo objetivo es mantener a la población en la ignorancia, y a la disidencia en el silencio.

Los medios de comunicación con vocación de independencia editorial son las primeras víctimas de los intentos de sabotaje, por erigirse como abanderados en la denuncia y la protesta. Aun cuando existen leyes creadas para garantizar la libertad en la emisión del pensamiento, cualquier fisura en el estado de Derecho constituye un peligro de colapso de éste y otros derechos cívicos a manos de grupos interesados en echar una red de contención a la prensa.

En Guatemala esto no es novedad, durante su historia -antigua y reciente- muchos han sido los intentos de acallar a la prensa y también muchas las batallas ganadas por este sector. Sin embargo, en los últimos meses han arreciado los intentos de intimidación, al punto de hacerse obvios para una sociedad que usualmente se mantiene ajena a este tipo de conflictos. Lo más preocupante es la impunidad que ha rodeado a los ataques, la cual denota el enorme poder que los ampara.

Si en este conflicto han salido a relucir nombres conocidos en el ambiente político y social, tampoco se puede pasar por alto que uno de los aspectos más críticos de esta guerra contra la prensa nacional es la vulnerabilidad de los periodistas y corresponsales que trabajan en el interior de la República. Estos colegas desempeñan una labor fundamental en el ejercicio de la profesión sin más escudo que su carnet de prensa y encomendándose a todos los santos para no sufrir represalias por sus investigaciones, muchas veces relacionadas con el crimen organizado o temas ambientales que ponen el dedo sobre empresas poderosas.

“Viviendo con el enemigo” sería el título de la saga, si ésta fuera una novela de ficción. Pero la situación es real y también lo son las amenazas para acallarlos, lo cual hace temer que el periodismo de provincia se encuentra en proceso de extinción. Enfrentados a una situación de extremo peligro y con el desafío adicional de proteger a su familia y mantenerse vivos, estos profesionales no podrán cumplir su tarea a menos que las autoridades asuman la responsabilidad de hacer valer las leyes que protegen el ejercicio periodístico y recuperen la institucionalidad en todo el territorio nacional.

Lo experimentado por los comunicadores es una situación que podría calificarse como un secuestro de los derechos y libertades ciudadanas. Si la prensa no puede funcionar, tampoco lo harán las instituciones fundamentales del Estado y eso se verá replicado en todas y cada una de las instancias que lo conforman. Este escenario tan precario para el goce de derechos de la ciudadanía implica un desgaste innecesario para el gobierno, el cual debería ser el primer interesado en recuperar el espacio perdido y alinear su actuar con las garantías constitucionales que juró defender.

(Publicado el 17/08/2013)

Huérfanos de nacimiento

La muerte materna no es solo un tema de salud, sino de Estado.

Se habla de la muerte materna como dato estadístico. Como consecuencia de las privaciones de ciertos estratos socio económicos, como el resultado de la pobreza y como una realidad inevitable para muchas mujeres carentes de educación y recursos. Pero la muerte materna trae aparejado mucho más que números. Es un reflejo de las enormes desigualdades en el goce de derechos y el profundo racismo existente en Guatemala.

En numerosas ocasiones he conversado con expertas, entre ellas la doctora Mirna Montenegro Rangel, del Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva, Osar, entidad que ha llevado a cabo un monitoreo constante de este problema. Las estadísticas presentadas por el Osar constituyen la radiografía incontestable del drama de miles de niñas, adolescentes y mujeres adultas cuya vida depende de decisiones políticas y actitudes administrativas que no las favorecen en nada.

De los datos de este observatorio se deduce que una postura racional y correcta del gobierno respecto a las políticas públicas en salud sexual y reproductiva podría contribuir de manera radical a la disminución de los embarazos en adolescentes y a la reducción de las muertes maternas con solo implementar programas de educación, nutrición y atención primaria a lo largo y ancho del país.

Pero esto no es solo decisión de una administración –la cual podría ser anulada en cuanto se produzca un relevo en el poder- sino un consenso de toda la sociedad para establecer una política de Estado sin influencia de sectores interesados en mantener las cosas como están, sin presiones doctrinarias ni ideológicas.

Para ejemplificar la dimensión del problema, basta saber que solo en el departamento de Huehuetenango de enero a mayo de 2013, de acuerdo con datos proporcionados por el Programa de Salud Reproductiva del Área de Salud, se detectaron 462 casos de embarazos en niñas de entre 11 y 15 años. Niñas cuyo cuerpo no está preparado para el proceso de la maternidad ni su mente lo está para asumir semejante reto. Las imágenes de esas menores desnutridas, abrumadas por una responsabilidad que no les corresponde y cargando a un bebé con un futuro tan incierto como el de su madre, revelan algo mucho más grave que una deficiencia en la educación. Es la denuncia patente de un sistema de injusticias alimentado por la corrupción, el cual marca la vida de un amplio sector de la población.

A este escenario se añade la violencia sufrida por estas menores al ser objeto de abuso sexual por parte de personas cercanas a su entorno familiar. Y no bastando eso, también experimentan la discriminación a nivel institucional al no contar con una atención integral adecuada a su estado etario y étnico, siendo tratadas como adultas en los centros de salud, cuando tienen acceso a ellos.

Estas niñas violadas tienen más probabilidades de morir durante el parto que una mujer adulta, físicamente preparada para la reproducción. De ahí que una cuarta parte de las muertes maternas se produzcan en niñas y adolescentes. Pero el problema no está solo en evitar esas muertes, sino en reparar las injusticias de un sistema social, político y económico profundamente discriminatorio.

(Publicado el 12/08/2013)

La paz como utopía

Basta una sola voz, escuchada y repetida hasta formar coro.

“Es imposible seguir callando”, “no se puede vivir con miedo”, “estamos hartos de esta violencia” es el tono creciente en las redes sociales y en los medios de prensa frente a la realidad de un ambiente de criminalidad que parece estar fuera de control. Sin embargo, así como abunda la protesta en estos sistemas de comunicación también es notable la apatía de la ciudadanía cuando se compara con la reacción decidida de la población en otros países ante los abusos de ciertos sectores o simplemente como forma de manifestar su descontento.

Una reacción ciudadana no sucede únicamente frente a decisiones políticas, como es el caso de la gratuidad en la educación en Chile, o las marchas callejeras en España frente a la crisis económica que afecta a la población. También puede ser una manifestación del justo deseo de vivir en paz.

En los últimos años pocas han sido las protestas callejeras masivas, pero todas han tenido un origen y una intención política muy definida. Hoy aparece una iniciativa audaz y diferente, cuyo origen es el desencanto y la frustración de una mujer joven cuyo contacto con la violencia extrema ha sido a través de su participación activa en el movimiento Voces por Cristina. María Fernanda Gallegos actúa en esta ocasión por decisión personal, sola como el famoso Llanero, en una convocatoria que pretende exteriorizar de manera mucho más rotunda el deseo de la sociedad de vivir en paz, de erradicar la violencia criminal, de dejar constancia de su insatisfacción y su voluntad de recuperar las calles y los espacios públicos en donde hoy predomina el miedo.

Guatemala tiene una larga historia de violencia, de manipulaciones políticas y desconfianza en los líderes, por lo cual generar algún movimiento social topa de frente con un gesto espontáneo de rechazo. De inmediato, ante su página en Facebook “Marcha por la Paz. Guatemala”, surgió la sospecha de que detrás del llamado de esta mujer existían fuerzas oscuras que pretendían apoderarse de la acción para aprovechar la convocatoria con intenciones proselitistas. Y comenzaron las especulaciones y rumores. Y se llenaron las redes de hipótesis sobre oscuras confabulaciones.

Pero la realidad del origen de esta Marcha por la Paz convocada para mañana domingo es una especie de reventón de la ola para una joven consciente de que no es este el ambiente en el cual desea vivir, formar una familia y educar a sus hijos. Una mujer joven y productiva quien no quiere más violencia en los hogares ni en las calles y tampoco considera tolerable vivir tras alambre electrificado dejando a su país bajo el dominio de la delincuencia.

Es una postura extremadamente idealista e ingenua en un ambiente cargado de recelos y conflictos de poder, pero al final de cuentas es un paso hacia la expresión de un deseo legítimo. A mí me costó creer en tanto valor, especialmente viniendo de alguien carente de apoyo y sin un grupo que le brindara su respaldo. Por ello, aun si realiza su plantón sola en la Plaza de la Constitución con su bandera azul y blanco, Mafer Gallegos debería ser escuchada porque en ese acto simbólico lleva la voz de miles de seres humanos cuyo único anhelo es vivir en paz.

(Publicada el 05/08/2013)

La casita en la pradera

La ostentación de riqueza altera la moral ciudadana.

Recordé esa serie televisiva de los años 70 al ver fotos de las propiedades de Francisco Eduardo Villatoro Cano, uno de los hombres más buscados por las fuerzas del orden. Caballos pura sangre, gallos de pelea y toda clase de objetos de lujo encontrados en sus numerosas mansiones contrastan de manera radical con ese concepto setentero, austero al extremo, del estilo de vida de la familia Ingalls de la casita en la pradera.

¿Por qué recordé esa serie almibarada y romanticona ante el despliegue de riqueza de Guayo Cano? En realidad no lo sé, pero de algún modo tiene que ver con la evolución torcida que ha tenido el concepto de éxito en la vida durante las recientes décadas. Esa obsesión por el poder y el dinero, capaz de elevar el delito a la categoría de estrategia, ha sido una de las causas de mayor decadencia moral de nuestras sociedades; y, por el otro lado, el regreso a los valores fundamentales -como es un concepto realista de las necesidades básicas para tener una vida digna- cae al nivel de conformismo o simple y llano fracaso.

El regreso a los valores y principios de conducta alineados con una visión de ciudadanía según la cual se sume el aporte de cada quien, podría ser la base de un cambio radical en el actual sistema de vida y, por ende, una manera de comenzar a enderezar las torceduras provocadas por la corrupción y la criminalidad. Esto, sin embargo, no parece tarea fácil ante el embate de nuevos conceptos de éxito que han echado raíces muy profundas en las nuevas generaciones, todos ellos amarrados a la conquista de espacios de poder y a la acumulación de bienes materiales.

De acuerdo con estas nuevas pautas resulta más complicado llevar una vida modesta que subirse al carro del enriquecimiento ilícito. Quienes luchan por mantenerse adentro de los límites marcados por la ley tienen menos oportunidades de éxito que aquellos avivados conocedores de todos los trucos, siempre listos para aprovechar los resquicios del sistema para abusar y escamotear lo que corresponde a otros.

Volviendo a la casita en la pradera, ¿quién podría vivir así, cultivando su pedacito de tierra sin necesidad de químicos ni semillas modificadas, sin pagar sobornos, sin sufrir extorsiones, sin verse atrapados en un sistema corrupto? Y, de ser esto posible, ¿se consideraría un éxito de sostenibilidad o esa familia pasaría a engrosar el amplio contingente de quienes nunca triunfaron en la vida?

Es, entonces, procedente preguntarse si la acumulación de bienes trastorna la visión del bien y el mal de quienes observan este despliegue. Si no despierta un deseo de emulación o adormece su sentido de la moral. Al final de cuentas, sería interesante conocer si una vida al estilo de los Ingalls, con sus vaivenes y problemas cotidianos, con el trabajo requerido para conseguir sobrevivir dignamente y educar a sus hijos en un sistema de valores, no es visto como indeseable, precisamente por el inevitable esfuerzo implícito. El ejemplo de estos carteles, por lo tanto, impacta en la sociedad de más de una forma. Siembra la duda y debilita la conciencia. Y las nuevas generaciones en formación constituyen el objetivo perfecto.

(Publicada el 03/08/2013)

Emociones al extremo

Vivir al borde del abismo no es la mejor perspectiva.

Una de las características más distintivas de los tiempos modernos –y me refiero también al siglo pasado- es la búsqueda de emociones extremas. Ya sea a bordo de un bólido o montado en la montaña rusa, la adrenalina parece haberse convertido en la sustancia adictiva de mayor popularidad en el mundo entero. La segunda, ya sabemos, es ilegal.

Vivir en constante aceleración resulta, para muchos, una forma de vida. Es una práctica que transforma el estrés más elevado en un estado indispensable para mantener un ritmo de actividad capaz de satisfacer un estilo de vida lleno de cargas innecesarias, inventadas por un sistema de gratificaciones basado en el dinero y mercadeado gracias a un concepto bastante torcido de lo que significa el éxito.

En esa carrera frenética en pos de un sitio en el mapa económico, las personas olvidan sus auténticos objetivos y, sobre todo, cuál es su misión. Soy una convencida de que todos tenemos una y también de que la mayoría de nosotros no le dedicamos ni siquiera un breve pensamiento. La esencia misma de nuestra existencia, por lo tanto, se ha relegado a un lugar marginal, mucho más atrás que la consecución de ciertos objetivos banales y prescindibles, como es alcanzar un buen estatus social como resultado de una chequera abundante.

¿Cuánta energía dedicamos a formarnos –proceso que tiene un principio pero no un final- y cuánta a fabricarnos una imagen con el único objetivo de ser aceptados y quedar bien con los demás? ¿Cuánto tiempo dedican los padres a comunicarse con sus hijos en una relación de mutuo respeto, con el único propósito de conocer sus pensamientos y guiarlos en un marco de valores? ¿Cuánto conocemos a quienes nos rodean?

En los últimos días he intentado saber un poco más sobre la vida de personas a quienes no conozco, nunca encontré y con quienes no sé si me hubiera relacionado. Pero con las cuales compartí el espacio urbano y quizás pasaron alguna vez por mi lado. La diferencia es que a ellas las asesinaron y a mí todavía no. Y sus nombres pasaron por una rotativa y un noticiario radial o televisivo como miles de nombres de víctimas de la violencia, a los cuales no les prestamos mayor atención precisamente porque su condición de víctimas les quitó toda cercanía.

He leído muchos comentarios en las redes sociales durante estos meses y da la impresión de que la ciudadanía sufre una sobredosis de adrenalina. Huye del dolor, cierra los ojos a la miseria y los vuelve hacia su propio entorno, aunque en éste la violencia también sea un elemento cotidiano. Sin embargo, con ese gesto deja de constituir una comunidad, se aisla y renuncia a un espacio que le pertenece por derecho.

Y luego, cuando sale de su hogar a enfrentar la calle, esa rutina que antes fue normal y agradable significa algo muy distinto: sobresaltarse con cada moto que se acerca, evadir a los conductores agresivos y prepotentes, escudriñar detrás de ese vidrio negro por si viene un individuo armado hasta los dientes, experimentando en cada esquina esa descarga de adrenalina de los juegos de la infancia, pero con el miedo y la inseguridad como nuevos compañeros de ruta.

(Publicada el 29/07/2013)

El reporte semanal

En esta carrera por la supervivencia, es imperativo celebrar la vida.

Viviana Virginia Choc Barahona, de 15 años, fue una de las adolescentes asesinadas cuyo deceso abrió la semana. Alumna del Instituto María Luisa Samayoa, iba junto a una compañera, quien también fue víctima de los agresores. Éstos, de acuerdo con el reporte policial, las obligaron a hincarse antes de dispararles en la nuca. Se investigaba la posible desaparición de otra adolescente.

Ese mismo día se publicó la noticia del fallecimiento por trauma craneofacial y hemorragia interna abdominal como consecuencia del ataque de una turba, de Diego Armando Moisés Pereira, de 25 años. Él, por robar un celular, abrió fuego contra Leonel Guillén Sosa, de 19 años, alumno del Colegio San Sebastián. Leonel murió en el hospital días después del incidente.

A estos hechos se sumó la muerte de 3 integrantes de una familia: Sara Luz Gómez Gómez, Adán Gutiérrez y Aracely López Esteban, atacados por individuos armados que llegaron a sus viviendas.

El martes la prensa publicaba la captura de 3 individuos acusados de violación, dos de ellos por agredir sexualmente a menores de edad. Ellos son Víctor Vicente Muj Bartolomín de 58 años, Erick Rigoberto Sequén Díaz, de 21 y Virgilio Estacuy Coroxón de 73, quienes se incluyen en el centenar de capturados por este crimen durante el primer semestre del año. A la par de esta nota, el ataque armado contra un vehículo del sistema penitenciario -en el cual perdió la vida Gustavo Adolfo Anavizca Gonzáles de 28 años- y el asesinato de Erick Estuardo Amado, piloto de la ruta 3 quien fue atacado a balazos por pandilleros en la zona 5.

El miércoles, la residencia de doña Everilda Carrillo, de 62 años, fue escenario de otro crimen horrendo. Hombres armados ingresaron a su vivienda con la intención de saquearla. Se llevaron todo lo de valor, pero no contentos con eso agredieron a la mujer con armas punzocortantes y luego intentaron secuestrar a Kimberly Gabriela Ruano, su pequeña nieta de apenas 5 años quien, por resistirse al ataque, fue salvajemente asesinada y arrojada a una pila.

También ese día, en una calle de Puerto Barrios, fue encontrado el cadáver de Luis Alberto Paredes Aquino, de 26 años, quien había sido secuestrado días antes. Este joven recién había cerrado pensum de la licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales y hacía sus prácticas en el Bufete Popular de esa localidad. De acuerdo con el examen forense, antes de morir asfixiado el joven fue torturado.

En la misma página de prensa se consignaron otros dos asesinatos: el de un taxista, German Estuardo Morales Cuque. En la escena encontraron casquillos de bala de calibre 9 milímetros; y el de Gladis Antonia López Mérida de 56 años, atacada a tiros por dos hombres que se conducían en motocicleta. Se conjetura que el motivo de la agresión fue por haberse presentado a declarar en el caso del asesinato su hijo Cristián Omar Lima.

Este repaso debería poner a la ciudadanía en contexto de la gravedad de los niveles de inseguridad en los cuales se desarrollan sus actividades cotidianas. Es una práctica dolorosa pero necesaria olvidar las estadísticas para dar nombre y apellido a las víctimas y restituirles así su dignidad humana.

(Publicada el 27/07/2013)

María Alejandra

Una niña como muchas, con ilusiones y una vida por delante.

María Alejandra Oseyda Vásquez era una niña a quien usted, probablemente, nunca conoció. Yo tampoco. Era una niña dedicada a las actividades normales de una pre adolescente de 10 años. Asistía a clases y sacaba las mejores notas. Eso cuentan sus parientes más cercanos. Tenía sueños, proyectos y aspiraciones y los compartía con sus amigas, como toda niña de su edad.

Pero todo eso quedó en el pasado al ser interceptada cuando se dirigía a clases. No se sabe si fue uno o varios hombres quienes la secuestraron, violaron y después de profanar su pequeño cuerpo la estrangularon para que nunca pudiera delatarlos. Ellos acabaron con esos sueños, proyectos y aspiraciones como probablemente han acabado con los de otras niñas parecidas a María Alejandra.

Arrojada a una zanja y vistiendo aun el uniforme de la Escuela Rural Mixta Miguel Ángel Asturias, esta niña fue víctima de un sistema corrupto, pero también de la profunda crisis de valores instalada en esta sociedad como una enfermedad terminal.

La tragedia de este país es que así como María Alejandra, hay muchas niñas y niños capturados por criminales y torturados hasta la muerte. Y no hemos sido capaces de protegerlos. Los esfuerzos de las organizaciones de la sociedad civil son ineficaces ante la realidad de una criminalidad impune y descarada. No solo contra niñas y niños, también contra mujeres y hombres cuyo único delito es vivir en un país donde no tienen protección alguna.

A diario se publican los reportes de niñas y adolescentes vendidas como carne de matadero para ser usadas en prostíbulos por las poderosas redes de trata. Lo paradójico es el desconocimiento de la población sobre esta realidad abrumadora del comercio más perverso que existe. Es como si los casos particulares de secuestro o desaparición de niñas y niños fueran acontecimientos aislados en la mente del público, cuando en realidad lo más seguro es que pertenezcan a un esquema estructurado de este tráfico infame.

El episodio de María Alejandra se repite en todo el territorio. Eso sucede porque una niña violada es una niña silenciada. En la mayoría de estos casos de violación, los perpetradores son personas de confianza de la familia o integrantes del mismo círculo familiar y aunque no todos terminan con un asesinato, todos ellos acaban con las ilusiones y esperanzas de una niña inocente.

Lo más fácil es culpar a los padres, con énfasis particular en la madre: “no cumplió con su deber”, “no la protegió lo suficiente”, “mejor la hubiera dado en adopción”, son los comentarios que surgen como por reacción automática. Sin embargo, el estado de violencia e inseguridad en el cual vive la ciudadanía no es culpa de las madres ni de los padres de manera individual, es responsabilidad de toda una comunidad humana incapaz de responder a este inmenso desafío de una pérdida de valores convertida en sistema de vida.

La muerte de María Alejandra, como la de muchas otras víctimas inocentes, debe servir para reaccionar ante este estado de cosas. Si la ciudadanía permite que quede impune, será equivalente a asesinarla y volverla asesinar.

(Publicada el 22/07/2013)

El hábito

La repetición constante disminuye el efecto.

El hábito es una especie de segunda naturaleza. Es una manera de organizar las respuestas del ser humano a su entorno, crear un sistema facilitador de innumerables funciones que se repiten a lo largo de su vida sin mayores variaciones. Constituye en sí mismo un factor de economía mental, de movimientos y energía para la realización de rutinas que no exigen atención consciente. Es, como se puede apreciar, un mecanismo muy útil en la vida diaria.

El problema es cuando el hábito se instala como una actitud de resignación o pasividad ante situaciones que requieren toma de decisiones, análisis y acción. Es lo que sucede a la ciudadanía cuando los acontecimientos la sobrepasan en impacto y saturan su capacidad de respuesta, alterando su entorno y condicionando todos los aspectos de su vida.

La criminalidad en niveles excesivos, como existe en Guatemala y otros países de la región, es un fenómeno capaz de generar una respuesta semejante al hábito. El impacto emocional de las noticias que llegan por todos los medios de comunicación se asemeja al golpe de la droga. Es como una inyección de adrenalina capaz de romper el equilibrio de la cotidianidad.

Esto sucede con una pasmosa frecuencia –todos los días y a toda hora- a una población que, además de sentirse amenazada, está consciente de la debilidad del Estado. De ahí su necesidad vital de defenderse neutralizando el impacto. Para ello, lo más efectivo es restarle emoción y arrojar ese fardo indeseable a la zona gris de lo acostumbrado.

Esta es una de las formas más perversas del hábito. Está asociada a la negación y al bloqueo de cualquier forma de responsabilidad personal, semejante al acto de levantar muros para crear la ilusión de un refugio a prueba de agresiones externas, pero en medio de una zona de guerra.

Los efectos de esta patología en una sociedad fragmentada en bloques monolíticos opuestos –entre ellos los ricos muy ricos y los pobres de pobreza extrema, separados por una clase media centrada en su supervivencia- llevan a dejar los espacios públicos disponibles para fuerzas agresoras, es decir, las organizaciones criminales, el sicariato, las redes de trata, las extorsiones, los secuestros y la competencia territorial de las maras.

Esta es mi hipótesis. No encuentro otra explicación posible al escaso efecto que tiene sobre la ciudadanía la violencia, la impunidad, la corrupción o la participación de personajes de elevados círculos de poder en crímenes de alto impacto. Es como si el hábito se hubiera instalado de manera definitiva como la única forma de tolerar un ambiente que, de otro modo, ya hubiera estallado en un frenesí de psicosis colectiva.

¿Será acaso esta apatía un mecanismo -el único posible- de supervivencia? El problema es que ese hábito, como el de las drogas, poco a poco va carcomiendo a las víctimas, las insensibiliza y las vuelve cómplices de sus propios victimarios. Es un juego de resistencia del cual nadie sale indemne. También como con las drogas, la vuelta a la realidad es larga, dolorosa y requiere de una enorme dosis de compromiso y valor. 
 
(Publicada el 20/07/2013)

domingo, 8 de septiembre de 2013

IV


“Rosina, tienes una piel de alabastro”, le había susurrado Jorge mientras acariciaba sus muslos. Era cierto, aunque Rosina no era una belleza clásica, sus grandes ojos oscuros medio hundidos, las cejas espesas y esa blancura perlada de la piel siempre le habían valido lisonjas. Esa tarde estaba más hermosa que nunca, se había deslizado a la habitación de su madre para robarle un poco de colorete y bálsamo para los labios. Quería impresionar.
El cuartito de costura tenía una claraboya. Por ahí entraba un rayo de luz que daba al ambiente una atmósfera casi azul de tan tenue y daba un brillo espectral a su pecho desnudo. Las manos de su amante eran diestras y cada uno de sus gestos le provocaba un arrebato de placer. “Te amo”, le había dicho un momento antes pero ella no pudo responder. Estaba aterrorizada por las consecuencias de este desvarío y sabía bien que no tenía futuro. Había gozado de este amor fugaz con un constante sentimiento de culpa y el pánico de ser descubierta, pero eso también le había dado una emoción inusual a todos sus encuentros. Esta vez había decidido arriesgarse a pesar de la presencia inevitable de su hermana en la cocina, apenas al otro lado de la pared.
Jorge comenzó a hurgar en su intimidad con esa delicadeza que la había enloquecido más de una vez y poco a poco Rosina fue dejándose llevar por el deseo. Húmeda y anhelante cedió complaciente a la frenética búsqueda de un éxtasis que la dejó exhausta y temblorosa, con ese resplandor indescriptible de las mujeres amadas.
Sobre su pecho, el relicario de plata parecía un pedazo de luna.

Ángela

El agua corría sin ruido. Ángela metió los dedos en el remolino grasiento y dejó que fluyera hacia el agujero negro de la reposadera. Hacía calor. El sudor le corría por la espalda sin que hiciera nada por evitarlo.

Escuchó desde la cocina el portazo y supo que había llegado. No tenía que imaginar mucho para saber de su ceño fruncido y ese gesto de desgano que supuestamente era parte de su carácter, pero en realidad reflejaba un profundo aburrimiento y un rechazo visceral a este compromiso de por vida que le llegó como castigo, una tarde que se sentía particularmente solo y sin nada qué hacer.

La gota de sudor resbaló por encima de su nariz afilada y con una blandura transparente fue a hundirse en el agua jabonosa. El calor la martirizaba y no ayudaba para nada en su estado de ánimo ambivalente, por eso trataba de imaginarse en una piscina de agua fresca y un largo gin and tonic, como tratando de espantar la imposibilidad de escapar a este horno de barrio pobre donde había venido a parar su vida mediocre y sin futuro.

En los cinco años que llevaban juntos se fue haciendo evidente entre los dos un extraño desapego sin origen definido. Ángela casi podría marcar las fechas cuando los gestos habían desaparecido. Primero, los abrazos espontáneos, luego los besos profundos, ésos que la dejaban trémula deseando más. Mucho después había venido el silencio y las frases sueltas que trataban de justificar el precario vínculo que aún insistían en llamar relación. Que hubo cambios en la oficina, que Fulano había ganado la plaza de gerente, que me siento agotada por la ida al mercado o que casi me roban el bolso en el camino de regreso. Naderías intercambiadas con plena conciencia del vacío que se había instalado entre ellos.

Al secarse las manos, pensó en cómo había cambiado su vida, pero desechó la idea por inútil. Ya no había nada que hacer al respecto. Se acercó silenciosamente al cuartito que hacía de recibidor y contempló la chaqueta colgada en una silla –“¡cómo odio esa manera de arruinar el poco atractivo de este hoyo inmundo!”- y aspiró la estela de humo que flotaba en el ambiente. “Debería dejar esa porquería”, pensó para sus adentros, sintiéndose aún más impotente.

Cinco años atrás, Ángela era una mujer joven y atractiva, entusiasmada hasta el deliro por una incipiente carrera literaria que, estaba convencida, la llevaría a la cumbre. Aún no sabía a qué cumbre, pero eso era lo de menos. Se rodeaba de gente interesante, asistía a conferencias y reuniones literarias, se sentía interiormente viva y exteriormente interesante, porque muchas veces se lo habían dicho, medio en serio y medio en broma, en medio de alguna discusión sobre la poesía moderna.

Había sido una de esas tardes, tomando el té con sus amigos de la universidad, en una vieja cafetería que se puso de moda por algún esnobismo ya olvidado, donde lo vio por primera vez. No es que le llamara tanto la atención, pero poco a poco se fue acostumbrando a sus frases breves y a sus silencios rolongados y comenzó a sentirse atraída por este hombre pálido que parecía sacado de otra época, una aún más decadente.

Al principio sus salidas eran esporádicas, pero pronto se fueron convirtiendo en una necesidad perentoria, en una exigencia vital. Se casaron sin mayor pompa una mañana de invierno. “Todavía recuerdo el frío y la lluvia sobre mi vestido verde musgo. Estaba tan feliz que hasta me pareció romántico cuando el taxi nos dejó en medio de un charco.”

Durante los primeros meses, se convenció a sí misma de que todo marchaba a la perfección. Había vivido con la certeza de que tenía un lugar en el mundo y su realización residía en seguir el camino marcado por sus sueños. “Si no escribo, muero”, había sentenciado con arrogancia años antes.

Los problemas comenzaron cuando él decidió mudarse a la provincia, porque la compañía lo destinaba a una de sus sucursales. No iba a ganar más, pero seguramente gastarían menos. No había cafés de moda ni necesidad de vestir elegante para salir en las tardes. Tampoco era probable que asistieran a conferencias o a conciertos en ese agujero rebosante de tedio en medio de plantaciones de maíz. Así es que después de dejarse convencer de que la mudanza era “por un tiempo corto, lo suficiente para ahorrar y garantizar nuestra independencia”, aceptó su destino con la secreta convicción de que a lo mejor la tranquilidad del campo le vendría bien a su inspiración. Después de todo podía ser ésta una señal del destino.

Descubrió su error el día que le habló de sus obligaciones. Hasta entonces, nada la había hecho suponer que se había casado con un hombre profundamente convencido de que la vida de ambos dependería de sus decisiones inapelables. Para Ángela fue como descender de la nube de la igualdad, esa fantasía de su vida urbana de estudiante y aprendiz de intelectual, para caer en una especie de prisión voluntaria en la que ella misma se había atado las cadenas.

Comenzó a vislumbrar la realidad a los pocos meses de haberse instalado en uno de los barrios obreros que habían surgido en la periferia del pueblo, producto del desarrollo la industria de la maquila en algunas provincias que presentaban serias crisis de desempleo. Se dio cuenta de que había entrado de lleno en un mundo regido por los prejuicios, los estereotipos sexistas y la absoluta carencia de perspectiva, según la cual a ella le correspondía el papel de fuerza de trabajo doméstico y donde su marido tenía por derecho ancestral el privilegio de dar las órdenes y ser obedecido.

Al principio fue más bien sutil, pero a medida que pasaban los meses perdió por completo el territorio natural de sus primeros años, cuando compartían hasta la más insignificante de las tareas. El primer grito –por algo que ni siquiera recordaba- le disparó la alarma una mañana de domingo. Conocía la sensación. Ese nudo en la boca del estómago que corta la respiración, el pecho oprimido por una sensación de miedo irracional, la certeza de que todo había cambiado.
(continuará)

miércoles, 28 de agosto de 2013

Aires de verano

No sea grosera con su prima, pídale perdón. Fue lo único que me saqué por tratar de ser digna. A veces odio esas vacaciones de prima pobre, con una maleta llena de cosas que no quiero ponerme porque me dan vergüenza, y un sentimiento de arrimada que no se soporta. Pero también, en algún contradictorio rincón de mi ser, quería sentirme como si mi vida fuera perfecta.

Ellas son amables y hasta cariñosas. No sé cómo pueden.

Lo vamos a pasar bien, vaaamos… insistió con una sonrisa demasiado auténtica como para molestarme. El sentimiento de culpa se aloja y dura todos esos días y semanas interminables, calientes y al final divertidos, aún a mi pesar.

El auto siempre me produce esa sensación de encierro e impotencia. Los chicos atrás, decían, aunque en realidad éramos todas chicas. Y nos apretujábamos en el asiento trasero, donde siempre me tocaba en medio de las grandes porque nunca lograba hacer valer mi derecho a ventanilla. Hasta que empezaba a boquear, medio en serio y medio haciéndome la mareada como último recurso para respirar aire puro.

Los almendros de la casa del cerro eran una de mis fantasías del verano. Era tan raro comer almendras en casa. Cuando las compraban era para preparar esas enormes fiestas, que duraban la noche entera y en la que todos terminaban borrachos perdidos. Sé que terminaban borrachos porque se ponían alegres y me hacían bailar, porque en casa nunca se tocó el tema. Allí, al parecer, nadie se emborrachaba jamás. Eso es de pobres, decía mi mamá muy orgullosa de que sus propias indignidades fueran tan elegantes.

Bajamos por la cuesta y al final de la curva se abrió el mar. Siempre me aturdía esa superficie azul que me dejaba quieta por el resto del día. También cuando íbamos en tren, el trencito de la costa lleno de veraneantes que se bamboleaba mientras cruzaba a toda velocidad frente a la mirada estupefacta de las vacas.

Compremos cocos, decía mi mamá y sacaba un billete crujiente de su cartera. Era uno de los signos vacacionales, porque había otros: el café con leche batida muy temprano en las mañanas, el olor a bronceador al acostarnos en las camas extrañas, y la arena pegada a la piel.

También había privilegios que fluctuaban, que sucedían a veces sí y a veces no. Como el permiso para irnos solas a la carpa donde se reunían todos al atardecer a bailar y comer palmeras pegajosas con coca cola, y donde nos sentábamos expectantes a ver quien conseguía que un chico guapo le concediera el primer baile.

En la noche, tenía los ojos afiebrados y la piel roja y tirante. Todos habían caído rendidos después del baño, menos yo, que todavía sufría la verguenza de mi desnudez frente a mi prima. Era como exhibir las llagas de la guerra, de una guerra que nunca terminaría porque estaba pegada con cola a mi destino de niña pobre.

Su mirada cálida no había hecho menos humillante el hoyo en mis calcetines ni los tirantes de mi combinación llenos de nudos para sostenerla en su sitio. Además, estaba esa suciedad perenne que yo no había conseguido sacar pese a que me raspé las manos en el lavadero hasta sacarme sangre. Siempre sabía que iba a tener que exhibirme, tarde o temprano, cuando mi tía nos llamara para el baño de rigor.

Papá encendió un cigarrillo y me miró con severidad, como si hubiera cometido un crimen capital. Siempre me sentía así en su presencia. Era como si practicara con nosotras las materias de su breve paso por la escuela de leyes. Era el juez supremo y nosotras un par de miserables hormigas pecadoras.

Pero esta vez el nudo en el estómago se hizo menos duro, quizás porque allí estaban mis primas, en la habitación de al lado y él no se atrevería a pegarme por no parecer abusivo. Tenía una sensibilidad especial para calcular cuándo estaba frente a sus admiradores y cómo actuar. Supongo que fue ese talento lo que lo mantuvo tanto tiempo en la política.

Esa noche me senté en el banquito del tocador para ver cómo se maquillaba Juanita. Iría al casino con los mayores. Admiré siempre su estatura, su piel lisa y blanca y los ojos verdes. No creí que su cuerpo regordete le quitara ni un ápice a su belleza natural. Sobre todo porque era la mayor de todas, ya era grande, ya podía irse al casino con los adultos y nadie le criticaba nada como a todas las demás.

La mano iba y venía con el pincel aplicador. Sombra verde, luego gris y una raya perfecta para alargar los ojos que, en realidad, estaban algo chiquitos (pero verdes). El vestido no tenía nada de especial, aunque marcaba sus formas como si estuviera mojado. De todas maneras, nada hubiera podido evitar que le dedicara mi más rendida admiración.

Mamá también se había esmerado. Esas noches de casino eran célebres. Todos teníamos algo que ver en los preparativos, hasta que finalmente se subían al auto, nos dejaban recomendadas con los primos mayores, y desaparecían en un estruendo cerro abajo.

La crespa era la más seria de todas. Le decíamos crespa porque tenía el cabello ensortijado, con destellos dorados. Mis mechas lacias y rojizas lo envidiaban a morir, porque yo estaba convencida de que el cabello ensortijado era lo más bonito del mundo. Nada podía ser mejor, excepto tener unos pechos redondos y cintura de avispa, todo lo cual me había sido vedado por naturaleza, aunque ni siquiera tenía la edad para comprobar esa triste realidad.

Los días transcurrían lentamente, como si tuvieran pereza de acabar con el verano y hacernos regresar a la ciudad. Mis padres desaparecían durante semanas y nos quedábamos solas en esa enorme casona, donde mi tía ni siquiera se hacía notar. La madera de los pisos olía a cera y esa media penumbra se adhería a una como efecto residual de un tiempo suspendido.

lunes, 15 de julio de 2013

La humanidad ausente

Es un mecanismo de auto protección que bloquea las emociones.

El sábado se publicó la noticia sobre el asesinato de una joven mujer. Recibió varios impactos de bala en la cabeza, decía la escueta nota. Un femicidio. Uno de esos crímenes a los cuales ya nos hemos acostumbrado. La nota que circuló por las redes, sin embargo, se enfocó en el perro que salió a defenderla de los sicarios. Herido en una pata, fue el protagonista de la jornada y la mujer muerta quedó en el olvido.

Nada tengo contra los perros, todo lo contrario. Por lo general los estimo más que a muchas personas, por nobles, generosos y solidarios. El tema es la indiferencia ante un estado de violencia criminal que nos alcanza a todos por igual y al que intentamos evitar con todas nuestras fuerzas. No queremos saber, no queremos ver ni oír. No queremos vivir la realidad.

Esa especie de autismo inducido nos ha llevado a contabilizar los hechos de violencia en términos abstractos. De ese modo, no solo le restamos fuerza al impacto, también lo hacemos tolerable y lejano. Las mujeres y hombres asesinados, las niñas violadas, las víctimas de trata y aquellas niñas y niños que vemos a diario en las noticias, agonizantes por la desnutrición –eso también es crimen- se transforman en estadística y pasan por nuestra cotidianidad dejando apenas un soplo de drama, pero ningún remordimiento.

No es que seamos culpables, pero cuando la tolerancia rebasa los límites de lo posible, cuando preferimos callar a protestar y nos encerramos tras alambres espigados que tampoco nos protegen, entonces creamos un ambiente propicio para el abuso y el crimen, para la corrupción y la mentira, para que quienes lo deseen hagan de nuestra vida y nuestro territorio una tierra de nadie.

Es importante conocer la vida detrás de esas muertes. Averiguar si esa mujer tirada en la calle con el cerebro reventado a tiros tenía hijos. Si su madre dependía de ella o si sus compañeros de trabajo le tenían afecto. Empecemos por conocer su nombre. Por identificarla como a un ser humano que paseó por las calles creyéndose segura. No perpetremos en ella otra agresión negándole la existencia porque entonces nos volveremos cómplices de su total desaparición.

El femicidio no es una exageración. Los asesinatos de pilotos y las extorsiones contra pequeños comerciantes -quienes acaban muertos por no pagar lo que no tienen- tampoco lo son. Tengamos la decencia de por lo menos reconocer su calidad de vecinos, de seres humanos con derecho y obligaciones, con un nombre propio y una vida real.

Es importante aterrizar desde la nube virtual en la cual hemos construido un falso refugio para tomar conciencia de la dimensión del deterioro social. Quizás así veremos desde otra perspectiva hasta qué punto hemos contribuido con nuestro silencio a esa decadencia moral. Las muertes por violencia, los asaltos, las violaciones y sus terribles consecuencias no son algo que tenía que suceder, es algo posible de erradicar si por lo menos existe una expresión de rechazo y la ciudadanía hace patente su condena.

La mujer se llamaba Ruth Noemí García Ico y tenía 20 años. Que en paz descanse.
(Publicado el 15/07/2013)

Nicanor Parra


Hay dos panes. 

Usted se come dos. 

Yo ninguno. 

Consumo promedio: 

un pan por persona

domingo, 14 de julio de 2013

Las máscaras


Tengo sobre mi escritorio unas bellas máscaras africanas que traje de un viaje a Sudáfrica y a Zambia. También cuelgan sobre la pared una que me trajo Caro de Cuba y otra, muy guatemalteca, que compré yo misma en el mercado central. Cuando me siento a escribir no puedo evitar mirarlas, pero a veces ni siquiera mirándolas las veo. No pienso en ellas porque son como un objeto de adorno que perdió su identidad en el momento de adquirirlo. Sin embargo, hoy me impusieron su presencia al pensar en los temas sobre los cuales escribo religiosamente cada semana. Mis artículos sobre el hambre, la injusticia, el abuso, la corrupción y la violencia se parecen a estas máscaras un poco en eso de hacer de adorno cuando fueron hechos para conjurar otros demonios. Y estas máscaras me vienen a recordar la presencia de todos esto y la inutilidad de gastar mis energías en el intento de denunciarlos en un país pequeñito, hacia un grupo de persoas que no conozco, en medio de un continente en constante cambio, con todas las amenazas que socavan sus estructuras y que no tenemos la menor oportunidad de vencer. Esto me lo recuerdan esas máscaras porque en Africa las cosas no son mejores que aquí. De hecho, son peores las injusticias, los asesinatos masivos, el hambre que extermina con insidia a la población civil y con más saña aún a niñas, niños y mujeres que no tienen otro lugar -ni otro continente- a donde refugiarse.