lunes, 15 de julio de 2013

La humanidad ausente

Es un mecanismo de auto protección que bloquea las emociones.

El sábado se publicó la noticia sobre el asesinato de una joven mujer. Recibió varios impactos de bala en la cabeza, decía la escueta nota. Un femicidio. Uno de esos crímenes a los cuales ya nos hemos acostumbrado. La nota que circuló por las redes, sin embargo, se enfocó en el perro que salió a defenderla de los sicarios. Herido en una pata, fue el protagonista de la jornada y la mujer muerta quedó en el olvido.

Nada tengo contra los perros, todo lo contrario. Por lo general los estimo más que a muchas personas, por nobles, generosos y solidarios. El tema es la indiferencia ante un estado de violencia criminal que nos alcanza a todos por igual y al que intentamos evitar con todas nuestras fuerzas. No queremos saber, no queremos ver ni oír. No queremos vivir la realidad.

Esa especie de autismo inducido nos ha llevado a contabilizar los hechos de violencia en términos abstractos. De ese modo, no solo le restamos fuerza al impacto, también lo hacemos tolerable y lejano. Las mujeres y hombres asesinados, las niñas violadas, las víctimas de trata y aquellas niñas y niños que vemos a diario en las noticias, agonizantes por la desnutrición –eso también es crimen- se transforman en estadística y pasan por nuestra cotidianidad dejando apenas un soplo de drama, pero ningún remordimiento.

No es que seamos culpables, pero cuando la tolerancia rebasa los límites de lo posible, cuando preferimos callar a protestar y nos encerramos tras alambres espigados que tampoco nos protegen, entonces creamos un ambiente propicio para el abuso y el crimen, para la corrupción y la mentira, para que quienes lo deseen hagan de nuestra vida y nuestro territorio una tierra de nadie.

Es importante conocer la vida detrás de esas muertes. Averiguar si esa mujer tirada en la calle con el cerebro reventado a tiros tenía hijos. Si su madre dependía de ella o si sus compañeros de trabajo le tenían afecto. Empecemos por conocer su nombre. Por identificarla como a un ser humano que paseó por las calles creyéndose segura. No perpetremos en ella otra agresión negándole la existencia porque entonces nos volveremos cómplices de su total desaparición.

El femicidio no es una exageración. Los asesinatos de pilotos y las extorsiones contra pequeños comerciantes -quienes acaban muertos por no pagar lo que no tienen- tampoco lo son. Tengamos la decencia de por lo menos reconocer su calidad de vecinos, de seres humanos con derecho y obligaciones, con un nombre propio y una vida real.

Es importante aterrizar desde la nube virtual en la cual hemos construido un falso refugio para tomar conciencia de la dimensión del deterioro social. Quizás así veremos desde otra perspectiva hasta qué punto hemos contribuido con nuestro silencio a esa decadencia moral. Las muertes por violencia, los asaltos, las violaciones y sus terribles consecuencias no son algo que tenía que suceder, es algo posible de erradicar si por lo menos existe una expresión de rechazo y la ciudadanía hace patente su condena.

La mujer se llamaba Ruth Noemí García Ico y tenía 20 años. Que en paz descanse.
(Publicado el 15/07/2013)

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