sábado, 8 de agosto de 2009

Picando piedra

El trabajo infantil es una patología social de viejo cuño. La infancia ha sido explotada a lo largo de la historia de la Humanidad. Es parte de la cultura y así se ha tolerado gracias al amparo de leyes y doctrinas religiosas: los padres son dueños de sus hijos o, lo que es igual, niñas y niños dependen de la suprema voluntad de sus padres. De este modo, se han consolidado formas de abuso físico, sexual, económico, moral y psicológico contra la infancia y la adolescencia bajo la complaciente mirada de líderes políticos y espirituales. Si estas formas de explotación existen con relación a la mujer adulta, con mayor razón la población más vulnerable, aquella cuya edad y situación legal les priva de toda protección, se mantiene en una situación de completo sometimiento a las decisiones de sus mayores. En algunos casos el trabajo infantil corresponde a un patrón cultural de supervivencia familiar enraizado en las más antiguas tradiciones. Para ciertas comunidades, la llegada de los hijos es una forma de incrementar la mano de obra y, por ende, el patrimonio familiar. Entonces los vástagos se incorporan a las labores agrícolas en cuanto tienen la edad suficiente para resistir las duras jornadas, y así se convierten en eslabones de la cadena productiva. En el caso de las niñas, simplemente se las destina a labores domésticas y se les niega el derecho a la educación con la excusa de que de todos modos terminarán cocinando, barriendo, lavando y criando hijos. Esta manera de adoctrinamiento las va condicionando a una actitud de resignación y a aceptar un destino predeterminado por razones de género y su esfuerzo laboral, aún cuando sea extenuante, continúa siendo menos apreciado que el de sus hermanos varones. Este escenario es común en todos los países cuyo escaso desarrollo social y altos niveles de corrupción dejan a la población de escasos recursos a la deriva. Para estos sectores no hay razones que valgan. Si se obtienen más ganancias empleando a niñas y niños para las labores más duras y peligrosas, como fabricar artefactos pirotécnicos o picar piedrín, no habrá ley que lo impida. Al fin y al cabo, las sagradas leyes de la oferta y la demanda facilitan enormemente el reclutamiento de menores hambrientos y abusados. El esfuerzo por visibilizar la explotación de menores –especialmente en lo referente a su derecho a no trabajar- tendrá resultados a partir del momento en que se apliquen de manera implacable las penas por prevaricato, corrupción, tráfico de influencias, enriquecimiento ilícito y otras violaciones presentes en la administración pública y en la iniciativa privada. Hasta que eso no suceda y no se corrija esa clase de abusos, de nada servirá proclamar nuestra complacencia y expresar nuestra aprobación por la celebración del Día Mundial contra el Trabajo Infantil.

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