sábado, 8 de agosto de 2009

El costo del abandono

Existe la peligrosa tendencia a menospreciar la importancia de la función pública en el desarrollo del país. Ha sido un trabajo de relojería. Preciso hasta en el menor de los detalles, con una perfecta sincronía con el devenir político. Me refiero a la cuidadosa estrategia de los gobiernos del periodo democrático, los cuales -sin excepción- han logrado desmantelar el complejo engranaje de la burocracia estatal para convertirla en un recurso de uso personal en el pago de deudas políticas, para ubicar a personas de confianza en puestos clave con miras a encubrir actos de corrupción y, en algunos casos recientes, simplemente con la intención de debilitarla como mecanismo de consolidación del poder económico en el sector privado. Las consecuencias de estas tácticas, no obstante su enorme incidencia en la calidad de vida de la población, han sido casi ignoradas por los medios de comunicación y la sociedad civil organizada. El estado lamentable en el cual se encuentra la estructura burocrática del Estado y el enorme desafío que implica reconstruir el tejido funcional del servicio civil para que sea capaz de dar soporte a las políticas públicas de manera eficaz y eficiente, constituye uno de los grandes obstáculos en el desarrollo nacional. Esto no es pura teoría. Basta imaginar un Estado sólido, con instituciones administradas por funcionarios de carrera, cuya estabilidad laboral no dependa de la pertenencia a un partido político ni de la amistad con un funcionario electo. Es decir, un sistema burocrático diseñado y construído para servir de vínculo entre el gobierno y la ciudadanía, y no para transformarse en una herramienta que ampare toda clase de abusos de poder, tal como es actualmente. El desprestigio que rodea a la imagen de los funcionarios estatales no es necesariamente parte de la naturaleza de la función pública. Ha sido el resultado de décadas de abandono de la compleja ingeniería del sistema, del uso inmoderado de la discrecionalidad en la elección de empleados para puestos de responsabilidad, la falta de planes de capacitación y profesionalización que permitan ir avanzando en la calidad del servicio a la sociedad en todas las dependencias públicas, pero sobre todo del silencio que ha rodeado a este sector en cuyas manos se encuentra una buena parte de los recursos que hacen posible el avance de los planes de desarrollo y la correcta aplicación de las políticas públicas. Hay que poner más atención a las estrategias perversas de debilitamiento del aparato estatal. No hay que creer en las supuestas ventajas de una reducción del Estado. En el mundo no existe país desarrollado sin un Estado fuerte, bien estructurado y capaz de hacer respetar los límites marcados por la ley a los derechos y obligaciones de cada uno de los sectores que componen el tejido político, social y productivo de una Nación.

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