sábado, 8 de agosto de 2009

Esa vieja esclavitud

Entre las manifestaciones más claras del desprecio por el género femenino está la manera de abordar el tema del servicio doméstico. Guatemala es uno de esos países donde aún existe el servicio doméstico casi como un derecho adquirido, sin regulación legal alguna, fuente de explotación laboral y de abuso físico y económico contra las mujeres cuya situación les impide tener acceso a otras fuentes de trabajo, principalmente porque jamás tuvieron acceso a la educación. El tema de las regulaciones legales del trabajo doméstico, en Guatemala, es casi como discutir la legalización del aborto en una asamblea de fundamentalistas religiosos: casi imposible. Existe una resistencia atávica de un fuerte sector de la población cuyos ingresos les permiten conservar el privilegio de tener una empleada trabajando a tiempo completo por un sueldo de miseria, y no será fácil cambiar su visión de las cosas. Uno de los mayores obstáculos lo constituye la grada socio económica entre patrones y empleadas, con toda la carga de menosprecio y discriminación que ello involucra. La mayoría de las mujeres trabajadoras en casas particulares pertenecen a la población indígena. Son jóvenes que emigraron hacia las ciudades en la búsqueda de mejores oportunidades para ganarse la vida y se encontraron, la mayoria de las veces, enfrentadas a una situación de dependencia y explotación fomentada por los altos índices de desempleo y la enorme competencia por encontrar una fuente de ingresos. Obligadas a iniciar el día durante las primeras horas del alba y a mantenerse atenta a servir hasta que el último miembro de la familia decida lo contrario a avanzadas horas de la noche, la mayoría de trabajadoras recibe a cambio un sueldo inferior al mínimo fijado por ley. Mantenido a capricho de la sociedad como una actividad informal, el servicio doméstico se ha convertido en una de las más humillantes formas de esclavitud para miles de mujeres cuyas limitadas opciones de supervivencia las someten a la aceptación forzada de unas condiciones de vida tan precarias como humillantes. En este contexto, el maltrato contra la mujer toma una forma de convivencia natural e indiscutible. So pretexto de proporcionarles trabajo, casa y comida, sus patrones tranquilizan su conciencia ante las variadas forma de abuso a las cuales las someten de manera consuetudinaria. Por supuesto, las excepciones existen y eso hace la regla. Sin embargo, el sólo hecho de comenzar a discutir recién en el siglo veintiuno el tema de las regulaciones laborales para este numeroso contingente de trabajadoras, demuestra lo poco que se las valora en el ámbito de la productividad y la generación de riqueza. En estos tiempos de búsqueda de la justicia y la equidad de género, es imperioso enderezar estos entuertos, resabios de la época colonial, y eliminar esta degradante forma de discriminación.

3 comentarios:

  1. Trata de Personas en el Perú: http://tratadepersonasenelperu.blogspot.com/

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  2. Carolina, comparto totalmente su post sobre el poco valor que se confiere al trabajo doméstico y por ende a las necesidades y aspiraciones de quienes lo ejecutan. Me alegra el hecho de que ya se considere evaluar y a lo mejor, modificar en parte estas condiciones tan deleznables. Sin embargo, me preocupa enormemente que estos cambios provoquen más desempleo y sobre todo más necesidad, en este enorme grupo de mujeres que ahora tienen poco, pero que podrían luego no tener ni eso. En muchos casos, a lo mejor la mayoria, las empleadas del servicio doméstico laboran en hogares cuyos ingresos también han sufrido los embates de la crisis...

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  3. Maru, tu comentario es muy válido. El problema es que si no se implementa una legislación justa y adecuada al trabajo doméstico, si no se respetan los derechos humanos de esas mujeres en el interior de los hogares, esas patologías sociales continuarán prevaleciendo en Guatemala. Creo que por algo hay que comenzar a enderezar las torceduras...

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