sábado, 22 de agosto de 2009

Feliz día, triste ciudad

El sábado fue el día de la Virgen de la Asunción, patrona de la ciudad capital, la antigua y muy recordada “tacita de plata”. ¿Quién recuerda los paseos por la sexta? Me refiero -aunque los jóvenes de hoy no lo conciban siquiera- a la sexta avenida de la zona 1 con sus tiendas rebosantes de artículos de buena calidad y mejor gusto, sus veredas impecables y casi ninguna contaminación ambiental. La capital tenía áreas verdes. También avenidas con árboles y no existían enormes carteles con propaganda ocultando toda esa belleza urbana. Los edificios históricos no estaban iluminados porque no se habían enterado aun de lo históricos que eran, por lo tanto se incorporaban al paisaje con total naturalidad. Los nuevos, en cambio, se erguían orgullosos en las zonas comerciales y financieras desplegando toda su novedad arquitectónica. El Hipódromo del Norte era uno de esos parques destinados al paseo dominical. También La Aurora con sus museos, su Casa de Té y su despliegue de especies nativas: ceibas, chicozapotes, caobos, matilisguates y otras que han logrado mantenerse erguidas a pesar del “desarrollo”, fenómeno económico que ha transformado el entorno en una anárquica, sucia, fea y maloliente urbe gris. No hay excusa para tal abandono, comenzando por el hecho de que la anarquía urbana no es un sinónimo de progreso sino de poca visión de futuro, mala administración y retraso. ¿Cómo es posible que las personas no tengan veredas por donde caminar? ¿Cómo se explica que no exista autoridad capaz de impedir a los dueños de las residencias apoderarse de las franjas públicas por las cuales deberían circular los seres humanos? Hasta las ciudades más insignificantes de una provincia cualquiera de un país poco desarrollado tienen un cierto encanto que las hace atractivas, tienen plazas con bancas, árboles y senderos, tienen kioscos en las esquinas donde se venden periódicos y revistas, en otras palabras, tienen ese algo que les brinda identidad y las hace vivibles para sus propios habitantes. En esta otrora linda ciudad, en cambio, el avance de los tiempos ha representado una creciente deshumanización de su estructura y de sus servicios. ¿Cuántas colonias residenciales sufren por falta de agua potable? ¿Cuántos de sus pobladores gozan de un servicio de transporte adecuado a sus necesidades? ¿Hasta qué punto se protegen los privilegios de unos pocos para desolación y abandono de los más? Las celebraciones del Día de la Asunción, por ejemplo, en lugar de evolucionar hacia una gran fiesta de todos los capitalinos, se ha ido reduciendo a unos cuantos actos aislados de poca resonancia y no está lejano el día de su desaparición, porque nadie se acordará de su existencia.

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