miércoles, 18 de septiembre de 2013

Señorío antigüeño

La Antigua es el reflejo palpable de las debilidades institucionales.

Quien conoció La Antigua Guatemala de hace 30 o más años no la reconocería hoy. De esa ciudad colonial tranquila, de lento palpitar y medio adormecida por el aroma de los floripondios ya no queda más que el recuerdo. Hoy, sus habitantes viven bajo la presión de una creciente invasión de bares y discotecas, para diversión de una nutrida población juvenil capitalina que por alguna misteriosa razón ha preferido trasladar sus parrandas a la ciudad de las rosas.

Hace algunos días circuló el vídeo captado por un vecino de La Antigua, en donde se puede escuchar el estruendo de la música y las montañas de basura que arrojan a la calle desde algunos de estos establecimientos. Cualquier persona puede observar, después de un fin de semana de fiestas y relajos, los “recuerdos” que han dejado los visitantes ocasionales: latas, botellas rotas, papeles, envoltorios de comida, orines y excrementos en plena vía pública.

La Unesco declaró a La Antigua Guatemala Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1979. Un título tan honroso ineludiblemente traía consigo una serie de compromisos y obligaciones. Una de ellas –y no la menos importante- es la preservación de la arquitectura y el auténtico ambiente colonial de esa pequeña urbe. Para garantizar esa condición existe un Consejo Nacional de Protección de La Antigua Guatemala, cuya misión es el “cuidado, protección, restauración y conservación de los bienes muebles e inmuebles, nacionales, municipales o de particulares situados en La Antigua Guatemala y sus áreas circundantes”.

El panorama actual de La Antigua, sin embargo, no parece corresponder a esta declaración de principios institucionales. Edificaciones que rompen la armonía del entorno, basura, escasa iluminación y el libertinaje en el uso de ciertos inmuebles de gran valor histórico hablan de un deterioro acelerado de este patrimonio de la Humanidad, cuya preservación no parece preocupar mucho a las autoridades.

La Antigua Guatemala podría ser una joya. Y aun en su estado actual, sigue atrayendo a miles de turistas cada año, visitantes que ven en ella ese poderoso potencial todavía latente. Sus fachadas, su empedrado y los resabios aun perceptibles de ese señorío tan característico de su época, sugieren la posibilidad de revertir el daño ocasionado por una cadena de malos administradores carentes de visión y faltos de autoridad.

En las condiciones actuales, caminar por esa ciudad ya no es la experiencia grata que alguna vez ofreció a sus habitantes y a sus huéspedes. El tráfico excesivo, con su cauda de contaminación atmosférica, el ruido estridente y el escaso cuidado en la conservación de sus banquetas –lo cual dificulta en grado sumo ese acto básico y cotidiano de caminar por ellas- comienzan a pesar de manera determinante en la pérdida de su encanto legendario.

La Antigua es uno de los atractivos turísticos más emblemáticos de Guatemala. Resguardar esa riqueza con su interesante ingreso de divisas debería ser una prioridad, ya que también es un compromiso de alcance mundial. Por ello, quienes poseen el poder y la autoridad para devolverle el brillo perdido no tienen excusa para no hacerlo.

(Publicado el 24/08/2013)

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