domingo, 17 de abril de 2011

El testigo de cargo

Muchos asesinatos se cometen contra posibles testigos de actos criminales, pero nunca se sabe si queda otro. 

Hay una cierta forma de justicia misteriosa e inexplicable. Se revela por medio de actos de excepcional coraje realizados por personas que prefieren arriesgar su vida en aras de lo correcto, de lo que debe ser, antes de permitir el triunfo de la impunidad. Estas rara avis de la especie humana marcan la diferencia entre lo común y lo extraordinario, entre la preeminencia del yo y la difícil elección del nosotros.

En Guatemala han sido las voces no silenciadas de unos pocos testigos de cargo las que han permitido avanzar en el esclarecimiento de casos de alto impacto, en los cuales el involucramiento de redes criminales -infiltradas en círculos de poder aparentemente inexpugnables- representaba una garantía de impunidad. Este punto de ruptura, indetectable a veces y siempre ubicuo, puede encontrarse en el eslabón más débil de la cadena y en algunos casos en personas aparentemente inofensivas.

Sin embargo, el sistema actual de justicia no parece apreciar en toda su dimensión la importancia de proteger a estos elementos cuya existencia constituye una carta de triunfo para la aplicación de la ley de manera pronta y cumplida. El sistema de protección de testigos es uno de los lados más débil en este poliedro formado por los distintos pasos a seguir en la investigación criminal. Los testigos de cargo suelen desaparecer de manera violenta y entonces los casos se caen por falta de evidencias, ante el estupor de una ciudadanía incapaz de comprender tanta ineptitud.

Las fallas del sistema de investigación criminal y administración de justicia son múltiples y graves, pero entre las más perjudiciales está la falta de recursos para la investigación de los casos, la etapa más critica de los procesos. Esta pobreza de medios es provocada en parte por la irresponsabilidad del sector político, el cual ha instrumentalizado a la violencia como recurso de propaganda electoral, usando a la población como carne de cañón en la persecusión de sus propios fines y, en parte, por la actitud pasiva de una ciudadanía incapaz de protestar.

Todo esto hace pensar en el riesgo de que un día los testigos clave se cansen de testificar y su valentía se disipe en una nube de escepticismo al no encontrar eco en quienes deben protegerlos para garantizar su seguridad, ante la amenaza de ser borrados del mapa. En otras palabras, si en Guatemala no se atiende a esta deficiencia de manera urgente, está muy cercana la posibilidad de que la justicia pierda esa palanca irreemplazable de la declaración jurada de quien presenció el crimen, de quien posee documentos incriminatorios, de quien es capaz de jugarse el todo por el todo por la sola satisfacción de ser testigo de un acto de verdadera justicia.

14.02.2011

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