domingo, 17 de abril de 2011

El faraón

La caída de Mubarak se produjo gracias a la resistencia popular, pero con ayuda exterior. 

La cadena de sucesos en la plaza Tahrir fue seguida con avidez por el mundo entero. En algunos países primer mundistas, con una actitud ambivalente por ser Mubarak uno de sus aliados incondicionales. Y en países del tercer mundo en situaciones similares de miseria y explotación como las padecidas por el pueblo egipcio, con una sensación de catarsis al ver cómo una sociedad entera se impuso para exigir la salida del dictador.

La victoria de los egipcios al derrocar a Mubarak es, sin embargo, apenas el principio de una serie de cambios sobre los cuales el pueblo tendrá poco o ningún control. El ejército asume el mando en medio de la euforia, pero hay todo un sistema blindado de leyes y estructuras de poder construido durante treinta años, el cual será muy difícil desensamblar sin ocasionar graves problemas a la gobernabilidad de ese país.

Esto sucede cada vez que cae un tirano y se instala un gobierno de transición. Nadie sabe con certeza cuál será la dirección a seguir aún cuando las intenciones de quien lo sucede en el poder vayan en la dirección correcta. En el caso de Egipto, queda en manos de un ejército que ha demostrado una total ambigüedad entre su respaldo al mandatario depuesto y su tolerancia frente a las protestas callejeras. El futuro próximo, por lo tanto, es incierto y sólo se conocerán las primeras disposiciones del nuevo gobierno en cuanto se calmen los ánimos y la gente vuelva a sus casas.

Los sucesos recientes en el país más poblado del mundo árabe también llaman a reflexionar sobre el impacto de las redes sociales en el desarrollo de los eventos. En el caso que ocupa la atención mundial, las redes sociales fueron el instrumento de comunicación por excelencia, aún cuando el gobierno de Mubarak intentó por todos los medios bloquear cuanto sistema de información pudiera servir a la causa popular.

Facebook y Twitter estuvieron copados por los mensajes emitidos desde la plaza Tahrir –hoy plaza de la Liberación-, tanto por las cadenas noticiosas como por ciudadanos comunes que sólo deseaban difundir la noticia con la esperanza de despertar la solidaridad de otros pueblos, en otras latitudes.

El enfriamiento natural de los ánimos después de un sitio tan prolongado como traumático traerá un careo con la dura realidad de la política y será entonces cuando se comiencen a vislumbrar los intentos de las potencias desarrolladas por mantener su posición hegemónica ante las nuevas autoridades. Será cuando las redes de corrupción y nepotismo traten de conservar sus privilegios comprando voluntades recién estrenadas pero también será cuando el pueblo elija entre construir un Estado moderno y democrático o sentar en el trono a un nuevo faraón.

11.02.2011

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