domingo, 17 de abril de 2011

Cien millones

La propaganda oficial no tiene lugar entre las prioridades del presupuesto de gastos.

El presidente Colom necesita que le canten alabanzas. Para eso gastó casi 150 millones de quetzales el año pasado y quiere por lo menos 100 para 2011, porque según su secretario de comunicación “tienen la obligación de informar a los guatemaltecos (sic)” sobre cada uno de sus supuestos avances, enfatizando de paso las cualidades de sus potenciales candidatos (o candidatas) a cargos de elección popular.

Ese dinero para alabar al señor Presidente y a su honorable esposa debe ser una parte de los 200 millones que le recortaron al Ministerio Público con respecto al presupuesto del año anterior. Como Guatemala está en jauja y su sistema de investigación y administración de justicia no necesita nada más que el aire de las montañas para funcionar como un reloj suizo, quizás el mandatario haya considerado fútil concederle los fondos requeridos por la Fiscal General para echar a andar las dependencias mínimas necesarias en el interior del país y contratar investigadores para los miles de casos acumulados.

Otro de los sectores que nada en la abundancia es el de la educación, con sus escuelas cinco estrellas en las cuales ni siquiera hay letrinas. Pero ahí tampoco se requiere mayor atención y mucho menos dinero del Estado, porque probablemente los niños y niñas que acuden a ellas ni siquiera terminarán el ciclo escolar. O los hospitales, cuyos magníficos edificios –carentes de mantenimiento, de camas, de personal, de ropa, de medicinas y de servicios básicos- albergan la miseria humana en su máxima expresión. Tampoco ellos merecen esa limosna.

El cacareo de las obras públicas no es necesario. De hecho, es inmoral hacer tanto ruido por un trabajo mal hecho y a medias, porque constituye un engaño a la población que vive de manera precaria esquivando asaltantes, estirando los pocos quetzales con que sobrevive el mes y pagando las consecuencias de la campante corrupción tolerada y consentida por el propio gobierno.

Si todavía les queda algo de sentido común –la decencia es un lujo en los ámbitos políticos- entreguen esos 100 millones para que sean invertidos en algo necesario y, si después de ese acto de generosidad se entusiasman con la idea de trabajar en la solución de alguno de los múltiples problemas graves que enfrenta este país, entonces de una vez tomen la decisión y eliminen esa secretaría de comunicación con todo y secretario para destinar esos fondos a una causa verdaderamente útil.

La propaganda oficial en año de elecciones es, además, una espada de doble filo. Para hacerla creíble se necesitaría de algún súper genio de la creatividad y eso es demasiado caro, por lo cual esos 100 millones van a despilfarrarse en vano.

31.01.2011

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