domingo, 17 de abril de 2011

El rey soy yo

La mayoría de las dictaduras empiezan con pretensiones de respeto a la democracia.

La ruptura entre democracia y dictadura es, muchas veces, un proceso gradual mediante el cual los gobernantes amarran cabos, blindan instituciones, corrompen a las asambleas legislativas y consolidan sus redes de nepotismo, corrupción y clientelismo, todo esto antes de que el pueblo reaccione intentando defenestrarlos.

La tolerancia al abuso, sin embargo, es como una masa elástica cuyo punto de ruptura podría estar demasiado lejos, con peligrosas consecuencias para el equilibrio social y económico de las naciones.

Treinta años de corrupción, abuso, manipulación de las instituciones fundamentales del sistema democrático e infiltración de grupos de poder en todas las instancias de decisión horadan los fundamentos mismos de las libertades ciudadanas. Cuando esto sucede en un marco de irrespeto a los derechos humanos, cuando el trabajo legislativo es un circo de repartición de privilegios, negociaciones ilegítimas y manoseo del poder, la democracia es un mito y la justicia, una burla.


De nada sirven las convenciones internacionales cuando el poder se corrompe al punto de llevar a la ciudadanía a salir a las calles para exigir cambios de fondo en las políticas públicas y el relevo de los principales cuadros de gobierno. Los derechos humanos también se negocian en esas instancias mundiales, llegando a extremos tan degradantes como peligrosos para el equilibrio global, como sucede con el silencio cómplice de ciertos organismos ante el genocidio por motivos étnicos o religiosos o la imposición de intereses empresariales de las potencias económicas en los países en desarrollo.

En la mayoría de naciones, una falla en los sistemas de protección a la democracia reside en el excesivo poder de ciertos órganos del Estado, cuyo espacio legal les permite bloquear los espacios de participación de la población en la toma de decisiones, mediante la creación de obstáculos muchas veces contrarios a sus mandatos constitucionales.

En este escenario es fácil, entonces, el surgimiento de pequeños tiranos agazapados tras una careta de legitimidad, quienes prometen la aplicación de la fuerza para lograr el orden y luego se convierten en dictadores. La fuerza en medio de situaciones caóticas resulta a veces atractiva para una masa humana desesperada por cambios de fondo, pero también representa un peligroso retroceso a su aspiración de construir una nación con un estado de Derecho sólido y una justa distribución de la riqueza.

Las pretensiones de poder absoluto en las esferas politicas no son cosa del pasado y amenazan aún a las sociedades permisivas, hasta que éstas tocan fondo en su caída y se rebelan contra las injusticias y los abusos, arriesgando su vida.

Por si las dudas, me refiero a Egipto.

05.02.2011

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Tus comentarios son como una luz en el camino, me agradaría mucho que los compartieras en este espacio.