domingo, 17 de julio de 2011

Una lucha desigual

Publicado el 11/06/2011

La idea que flota en el ambiente es que Guatemala es impotente ante el crimen. 


El narcotráfico ya entró en la cotidianidad del guatemalteco. Cada día esta sociedad se enfrenta a la dura realidad del crimen cometido con saña extrema, estrategia clásica de los grupos organizados cuando ingresan a un territorio para ejercer el dominio total subyugando a sus instituciones.

Como en una guerra cualquiera, el enemigo lanza sus proyectiles contra la sociedad civil ante cada amenaza de sus contrincantes, con la intención de demostrar su poderío. En Guatemala, sus adversarios son las instituciones encargadas de seguridad y justicia, las organizaciones civiles promotoras de los derechos humanos y otros organismos cuya función sea combatir a los grupos criminales para erradicar el tráfico de estupefacientes, la trata de personas, el contrabando y otras acciones que atentan contra el estado de Derecho.

Ante una situación de tan enorme envergadura, poco es lo que el Estado puede hacer por sí mismo. Conscientes de que el tema de la droga está íntimamente ligado a su mercado internacional, sería natural suponer que en esta batalla las víctimas estuvieran también en ámbitos internacionales, pero no es así.

Para que los ciudadanos norteamericanos y europeos puedan tener acceso a los estupefacientes, muchos latinoamericanos inocentes mueren cada día. Los mecanismos de control del tráfico de drogas castiga a estos países de manera inclemente, mientras en las naciones consumidoras las capturas de grandes capos –que los hay- son tan escasas como los decomisos del producto.

Las fuerzas armadas de las naciones de nuestro continente fueron primero entrenadas para combatir al comunismo, faena que también se llevó por delante a cientos de miles de civiles indefensos en guerras de una crueldad inimaginable. Muchas de esas fuerzas acuciosamente capacitadas en las técnicas de la tortura, la represión y el asesinato han alimentado las filas de las organizaciones criminales –ejemplo claro es el cuerpo de kaibiles- y hoy la población se enfrenta al acoso y la amenaza constante contra su vida y su propiedad por parte de esos elementos.

Ante esta realidad, los gobiernos son impotentes. De cada acción efectiva contra las organizaciones del crimen, se obtendrá una larga fila de muertos inocentes, demostración sanguinaria de la determinación inclaudicable de estos individuos de apoderarse del país entero y transformarlo en un narcoterritorio.

No importa cuántas promesas surjan durante esta campaña, ninguno de los candidatos tiene la respuesta y, menos aún, una plataforma viable de combate al crimen organizado. Las cartas están echadas y mientras los gobiernos norteamericanos y europeos no se involucren de lleno en esta cacería, de nada servirán nuestros muertos.

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