domingo, 17 de julio de 2011

El fin del mundo

 Publicado el 23/05/2011

No tengo idea de dónde comenzó a circular el mensaje de que el mundo se acaba. 

Como todos esos rumores de origen incierto, el que anunció el fin del mundo para el fin de semana pasado invadió la internet y fue creciendo a medida que se transformaba en motivo de broma para los usuarios de las redes sociales.
Es probable que solo fuera una feliz coincidencia, pero mientras llegaba la hora del anunciado fin del mundo, Piñera enfrentaba con enfado varias manifestaciones de rechazo a su gestión, reprimidas con lujo de fuerza por los cuerpos especiales, España vivía una de las mayores jornadas de protesta de su historia cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, y en Francia se replicaba en menor escala el campamento de la Plaza del Sol.
Todas estas manifestaciones masivas parecen apuntar hacia un mismo objetivo: retomar los valores de la democracia auténtica, propiciar un acuerdo social que beneficie a todos, eliminar los privilegios del gran capital y proteger a los países de la invasión de compañías multinacionales cuyas ganancias crecen en proporción inversa a los beneficios de las naciones en las cuales operan.
El derecho al trabajo y la obligación de los Estados de proteger el patrimonio natural destacan fuertemente en las protestas. Las leyes de los países que funcionan bajo la sombra del capitalismo deshumanizado impuesto por Estados Unidos y Europa están orientadas a proteger a grupos privilegiados por medio de legislaturas comprometidas con el capital que financia sus campañas electorales.
De ahí surgen las absurdas propuestas de desarticular al aparato estatal para reducir su poder, contrario a lo que hacen los países del primer mundo cuyos mecanismos de control de la sociedad son cada vez más extensos y cuyas burocracias cada vez más intrusivas tanto en su ámbito interno como en los países bajo su órbita de influencia.
La recuperación de la democracia tendrá que pasar por una reforma de las leyes. El capitalismo se ha desvirtuado tanto como el concepto de libertad, que sólo funciona para segmentos muy selectos de la población: el que posee los medios para adquirirlo.
La extrema discrecionalidad de los gobernantes para establecer compromisos con las compañías multinacionales debería pasar por una revisión exhaustiva, con el texto constitucional en mano, para establecer límites realistas a esa forma de poder. Un presidente puede actualmente cambiar la geografía de su país, alterar las condiciones de vida de grandes sectores de la población, permitir la contaminación de sus aguas y no parece existir la fórmula legal para impedir semejante pérdida de soberanía. Afortunadamente no se produjo el fin del mundo, pero ¿será el principio del fin de este tipo de capitalismo?

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