sábado, 17 de enero de 2009

Una ciudad hostil

Es una lástima que Guatemala no haya tenido a su Haussmann. Sus principales avenidas ya no resisten la presión del tránsito. El Barón Georges-Eugène Haussmann fue el artífice de la remodelación de Paris en pleno siglo diecinueve, uno de los proyectos urbanísticos más ambiciosos y futuristas de la historia. El trazo de sus grandes avenidas y los sistema de iluminación –en aquellos tiempos un avance costoso y revolucionario- acabaron con el París oscuro, sucio y medieval para convertir a la ciudad luz en la urbe más moderna del mundo. Pero no es de Haussmann de quien se trata esto, sino de la otrora hermosa y pulcra ciudad de Guatemala, convertida hoy en un enredo caótico de calles y avenidas saturadas al extremo por la circulación a toda hora de una excesiva cantidad de vehículos. Además del problema ya crítico del tráfico, este centro urbano muestra elevados niveles de contaminación de toda clase: del agua, del aire, por ruido y por desechos que se acumulan en una progresión imparable. Sus sistemas de drenajes ya resultan insuficientes para servir a la cantidad de habitantes que soporta, y las calles presentan un aspecto desordenado y sucio. ¿Cuál es la solución para el ordenamiento de una ciudad que crece sin un plan capaz de regir su expansión de manera organizada? Este es un enigma que parece no tener respuesta y, mientras los vecinos se quejan de los atascos cada vez más frecuentes del tráfico, el parque vehicular aumenta y no se ve una solución para el transporte colectivo, quizás la única salida al atolladero. Hace ya tanto tiempo que el sistema de buses funciona de forma deficiente, que a aquellos ciudadanos con medios suficientes para proveerse su propio transporte ni siquiera se les cruza por la mente la posibilidad de usarlo. Contrario a lo que sucede en otras ciudades un poco más desarrolladas, en las cuales los vecinos aprovechan las ventajas de las redes de transporte colectivo, aquí subirse a un bus parece ser la última de las opciones y algo así como una maldición del destino. Quienes tuvieron la desagradable experiencia de tener que trasladarse desde las zonas céntricas hacia el sur de la ciudad durante la semana pasada, saben a qué me refiero. Largas filas de automóviles, buses y motos que hicieron casi imposible el avance, semáforos que no servían para nada porque los cruces estaban bloqueados por vehículos detenidos a la mitad, conductores cansados, enojados, agresivos, que a esas alturas no medían las consecuencias de echarle encima el auto a cualquiera que se les cruzara, volvieron esta ciudad un verdadero infierno. Pero esto no es circunstancial, es crónico y no se atisba la posibilidad de que la situación se revierta. La única opción, entonces, es que el alcalde ponga fin al problema del transporte público de una buena vez.

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