sábado, 17 de noviembre de 2007

Asuntos pendientes

Los detalles y las incidencias del relevo de poder están acaparando una atención que debería enfocarse en los asuntos pendientes de la actual administración. Se va un gobierno cuyo desempeño transcurrió entre denuncias de abandono de la agenda social, profundización de la extrema pobreza, ausencia de justicia, corrupción en todos los organismos del Estado, falta de capacidad de gestión del presupuesto, privilegios para unos pequeños grupos de poder afines al mandatario y, en suma, todo cuanto caracteriza a una administración incapaz de enfrentar -y mucho menos de comprender- la realidad nacional. Y entra otro grupo cuyo arraigo popular es altamente discutible, ya que además del elevado abstencionismo en la segunda vuelta de votaciones, existe el detalle significativo del voto en contra, es decir, todos los electores indecisos que prefirieron a un civil en el poder antes que a otro militar de cuyos antecedentes no existe un conocimiento suficientemente extenso y cuyo mensaje de mano dura no logró convencerlos. Por lo tanto, no parece ser un tiempo de aplausos, sino de análisis del porqué de tantas carencias en un país lo suficientemente rico como para haber soportado el saqueo contínuo durante tantos decenios. Guatemala no es pobre. La pobreza está en sus líderes, individuos incapaces de asumir el riesgo de ejercer un auténtico liderazgo y cambiar las cosas de una vez por todas. El ejemplo está en los mensajes prepotentes del sector privado, apenas transcurridas unas horas de la publicación de los resultados de las elecciones. Para estos magnates, el empobrecimiento de las clases populares parece ser un objetivo central. Cualquier intento de reducir el déficit del presupuesto nacional con una reforma fiscal justa y necesaria, es una amenaza a sus intereses y éstos, por lo visto, han sido prioritarios para todas las administraciones de la era democrática. Entre los asuntos que deja pendientes el gobierno actual están los vergonzosos índices de extrema pobreza, la desnutrición que acaba con la niñez de Guatemala, un inexplicable abandono de los jóvenes guatemaltecos quienes, sin posibilidad alguna de educación o capacitación laboral, ven como su única salida la delincuencia o las drogas; y un sistema de seguridad nacional, investigación de casos y administración de justicia propios de alguna república africana de principios del siglo veinte. Esta realidad no merece grandes actos de autobombo ni fastuosas recepciones en el Palacio Nacional de la Cultura. La transmisión de mando que le corresponde debe ser modesta y silenciosa. Los asuntos pendientes constituyen una carga demasiado pesada y, si la historia hace justicia, este gobierno pasará a sus registros como otro período gris.

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