sábado, 14 de noviembre de 2009

Prohibido pensar, decidir y amar

Como en los oscuros tiempos de la hegemonía vaticana sobre los pueblos de América, hoy se pretende imponer la ley del silencio.

Nada bueno puede provenir de instituciones cuya premisa fundamental es mantener al pueblo en la más completa ignorancia. Esto sucede hoy con la puesta en vigencia de la Ley de Acceso a la Planificación Familiar, cuya implementación representa un enorme avance para un país cuyos indicadores de desarrollo social se encuentran entre los más bajos del mundo.

Resulta absolutamente irracional e irresponsable el rechazo de algunos grupos a poner al alcance de toda la población aquellas herramientas básicas para planificar sus embarazos, conocer el funcionamiento de su cuerpo, adquirir conciencia sobre sus derechos sexuales y reproductivos y, en fin, asumir la responsabilidad sobre su propio desarrollo como persona.

Los argumentos de la curia para repudiar y condenar la aplicación de esta ley son tan débiles, que ni sus propios feligreses los respetan al interior de sus hogares. Porque nadie podrá negar que una abrumadora parte de la población católica también usa métodos anticonceptivos con total libertad y sin resabio de culpa, y que, en algunos casos muy especiales, hasta tiene el privilegio de recibir una dispensa para realizar procedimientos públicamente condenados por la iglesia.

El intervencionismo eclesiástico en asuntos de Estado no es congruente con la historia de esa institución, cuyo lamentable papel ha consistido desde la Edad Media en mantener en la ignorancia de sus derechos a las clases menos favorecidas –mujeres, obreros y campesinos-, en un esfuerzo por dar a la alta burguesía un poder total sobre la fuerza de trabajo.

Si esto no es abusar de la credulidad y la fe, entonces ¿cómo puede calificarse esa manipulación desde los púlpitos que contribuyó al dominio de clase sobre las comunidades indígenas desde la época de la Conquista hasta nuestros días? Hoy las voces que se alzan contra la libertad individual, con el acento puesto en la represión de la mujer y la juventud, no reparan en el hecho de que esa libertad es un derecho humano inalienable, y que desde esa libertad que tanto condenan se pueden sentar las bases de una sociedad más democrática y progresista.

Nadie niega que la educación sexual debe comenzar en el hogar. Sin embargo, la supina ignorancia de la ciudadanía sobre los temas que hoy nos ocupan constituye el mayor de los impedimentos para establecer una comunicación eficaz entre padres e hijos, precisamente por la construcción antinatural de mitos y tabúes, temores y amenazas desde las elevadas esferas del imperio de la fe.

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