sábado, 8 de septiembre de 2012

Esa tarde llovía...

Este es un trozo de algo que escribí hace más de 15 años... Suena como si fuera hoy, el tiempo se detuvo en plena mediocridad...


Esa tarde llovía más de lo esperado para esa época del año. Se suponía que el día debía estar soleado y seco, muy seco. Con ese polvo que se te mete por todos lados, que se cuela entre los dientes y rechina produciendo la sensación arenosa repugnante que te deja la boca con un sabor a tierra que no es de esa que huele bien cuando llueve. Pero la cosa es que llovía a cántaros y el agua repentina se estaba llevando toda la basura de la cuneta, bolsas de plástico, papelitos que una nunca sabe de dónde salen, y hojas secas, muchas hojas secas mezcladas con pétalos de buganvilia.

El auto estaba detenido como si no tuviera a dónde ir. En realidad, lo único que esperaba mientras miraba el agua atropellarse para entrar lo antes posible a los tragantes, era que se apareciera José Antonio por la esquina y entonces yo tuviera la evidencia de que aún estaba en la ciudad.

Andate antes de que te agarren, le habían dicho en el periódico, apenas un par de días antes. Pero yo lo conozco y sé cómo piensa, porque piensa igual que yo. Siempre nos creemos más listos pero andamos dejando rastros de nuestro paso por todos lados. Nada más anoche, sentí esa sensación en la nuca que te dice que te siguen. Por más que miré por el retrovisor no vi nada, pero la sensación persiste aún hoy después de haberme atravesado la ciudad entera cruzando calles estrechas y viajando a una velocidad de muerte.

Si alguien me hubiera dicho esto cuando me vine, pero no. Todavía creen algunos que este país es un paraíso porque tiene ruinas mayas y monumentos coloniales en alguna parte. Les impresionan las telas que les llevo cada vez que vuelvo, porque lleno las maletas de regalos típicos con esa idea peregrina de que es lo que más les gusta, sabiendo que prefieren los perfumes y los licores del duty free que costarían, claro, mucho más.

El otro día estuve en una recepción de la embajada y me impresionó la frivolidad de todo el mundo, cuando en el centro cívico, en esos momentos, había gente armando bochinche y recibiendo balazos. Pero así es aquí. El Ministro del Interior llegó acompañado de una rubia teñida muy vulgar pero atractivona que él decía era su asistente.

No me atreví a preguntar en qué, porque en el fondo no quería saberlo, así es que me volteé con cara de estúpida y mi sempiterna copa de vino en la mano, tratando de parecer inteligente aunque mi sentido común me exigía salir corriendo.

La vicepresidenta del congreso apareció tarde, con un hombre al que sólo le faltaba el pistolón a la cintura. Un típico macho de oriente, con la diferencia de que éste, al parecer, es del sur y ella lo presenta como su marido, elevando ligeramente la barbilla esperando que alguien le haga un comentario sarcástico, como si se atrevieran.

Tampoco es que les importe. Ella lucía un vestido negro impecable, con una elegancia rota por un misterioso aire de vulgaridad que no pude establecer de dónde salía. Le hablé brevemente, tratando de mostrar el entusiasmo que antes sentía ante su energía juvenil y sus esporádicos signos de inteligencia. Pero me fue imposible mantener el diálogo sin soltarle un par de comentarios amargos sobre su responsabilidad en los últimos incidentes.

El frenazo en la esquina me volvió a la realidad de mi vidrio empañado y el calor insoportable de esta tarde de lluvia inoportuna. Era su auto, pero no pude ver quién iba adentro porque el polarizado de los vidrios es impenetrable. Esperé a que se estacionara frente al edificio antes de decidirme a abordarlo.

¿Cuándo te vas?, fue lo único que dije cuando me paré enfrente chorreando agua.

Me miró asustado. Por lo visto, no tenía la menor idea de que yo anduviera cerca, menos aún de que supiera cómo localizarlo. Miró para los lados y me agarró del brazo con fuerza, arrastrándome hacia una oficina en el edificio de enfrente.

2 comentarios:

  1. Por alguna razón asocio este tu relato con la época de La Casa de Los Espíritus, y más aún con De Amor y de Sombra, con ese amor entre la periodista y el fotógrafo. A esa época me recuerda, la de la dictadura chilena. A ese tiempo de buscar refugio en otras tierras inventándote una vida para salvar la propia. ¡Me encantó! Por ahí esbozando un poco de la tierra en donde ahora vivís. No si ella, es una escritoraza. Yo quiero leer uno tuyo con esos modismos de tu país, ¿tendrás uno por ahí? Consentime no seás mala. Besos.

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  2. ¡Tienes razón!... los nombres cambian, pero la situación no. Por eso, desde hace varios años me despedí de toda mi familia y amig@s, porque sé que un buen día no veré el amanecer, por el simple y enorme pecado de decir la verdad y luchar por la construcción de una sociedad más justa, tolerante e incluyente, donde el respeto irrestricto de los DD.HH. sea una realidad.
    Besitos,
    Jolie.

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