sábado, 9 de mayo de 2009

La Tierra

(Publicado el 25/04/2009 en Prensa Libre) Damos por hecho que este planeta podrá sobrevivir a nuestro afán destructivo. La realidad es muy otra y podemos comprobarla. No hace más de 10 ó 15 años, hablar de contaminación ambiental, de destrucción del hábitat o del deshielo polar chocaba con la poderosa campaña de lobby de las grandes compañias y los gobiernos del primer mundo en contra del activismo ecológico. Miles de millones de dólares invirtieron estos gigantes multinacionales para descalificar a los científicos que lograban una tribuna para expresar su preocupación por lo que ha sucedido en nuestro planeta durante el último siglo. Hoy no han podido detener el abrumador peso de las evidencias y el mundo escucha, por fin, voces oficiales que advierten sobre la destrucción del ambiente a nivel planetario. ¿A dónde se desplazó lo que despectivamente llamaban ecohisteria? A las casas de gobierno, al concierto de naciones, a las agencias de desarrollo, a las grandes universidades, a los centros de investigación científica y a los organismos encargados de velar por la salud y la seguridad de los habitantes del mundo. La destrucción del entorno ha dejado de ser un tema de relaciones públicas para compañias petroleras y por fin se ha erigido en una plataforma estratégica para enfrentar el problema en el siglo actual. Lo más difícil será, sin embargo, cambiar la mentalidad a nivel individual. Incluso quienes presumen de tener conciencia ecológica manifiestan conductas poco amigables con su medio ambiente y no contribuyen a cambiar los vicios destructivos que tienen a nuestro planeta al borde del colapso. Acciones tan aparentemente banales como reunir la basura sin clasificar, usar bolsas plásticas cada vez que vamos de compras, imprimir toneladas de hojas porque preferimos leer en papel en lugar de hacerlo en el monitor de la computadora o el simple acto de dejar todos los aparatos enchufados aún cuando no los usamos, representan varios pasos hacia la degradación de nuestro entorno. El uso inteligente y adecuado del agua, ese tesoro sin el cual no podría existir vida alguna, es un tema que todavía en este siglo nos parece intrascendente, a tal punto que ni siquiera constituye una materia en el pensum escolar. Creemos que transmitimos valores y una educación completa a nuestros hijos, pero les permitimos repetir nuestros errores y los animamos a desperdiciar aquello que será un lujo inaccesible para quienes vienen después que nosotros. La irresponsabilidad, la arrogancia y la ignorancia nos han convencido de que somos dueños del universo, pero sólo hemos sido capaces de generar un desarrollo a la inversa –la destrucción de lo que había y la incapacidad de volver a crearlo. Si nuestra cultura de desperdicio no cambia de manera radical, será lo único que dejaremos como herencia a nuestros sucesores.

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