domingo, 21 de junio de 2015

Hace algunas semanas apenas, asistí a una graduación en Estados Unidos. Era el acto de un colegio del cual salían los estudiantes del último grado, preparados para ingresar a las universidades, buscar un trabajo o continuar con una carrera técnica que les preste las herramientas para insertarse con éxito en la vida.

No podía dejar de pensar en nuestros jóvenes guatemaltecos, privados de esas oportunidades elementales que les fueron prometidas y, más importante aún, cuya garantía de realización consta en el texto constitucional. A esta juventud a la cual solo le quedan, como opciones, engrosar las filas de los desempleados o ingresar a las del crimen organizado, el cual les ofrece los alicientes económicos suficientes para inclinar la balanza a su favor.

Al ver las filas de graduandos de clase media, la mayoría hispanos inmigrantes -y, sin duda, más de alguno con su estatus migratorio irregular- y compararlo con el estado paupérrimo del sistema educativo nacional no resulta difícil entender el afán de la juventud centroamericana de escapar hacia la frontera norte, aun a costa de su vida. 

Estas son las misiones pendientes para la ciudadanía. No solo cambiar las reglas del juego, sino reparar los daños, cerrar las brechas sociales, comprender y asimilar el hecho de que una sociedad con tales inequidades solo se dirige a su propia destrucción y ese es el futuro inminente si no se actúa en la dirección correcta.

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