No podía dejar de pensar en nuestros jóvenes guatemaltecos, privados de esas oportunidades elementales que les fueron prometidas y, más importante aún, cuya garantía de realización consta en el texto constitucional. A esta juventud a la cual solo le quedan, como opciones, engrosar las filas de los desempleados o ingresar a las del crimen organizado, el cual les ofrece los alicientes económicos suficientes para inclinar la balanza a su favor.
Al ver las filas de graduandos de clase media, la mayoría hispanos inmigrantes -y, sin duda, más de alguno con su estatus migratorio irregular- y compararlo con el estado paupérrimo del sistema educativo nacional no resulta difícil entender el afán de la juventud centroamericana de escapar hacia la frontera norte, aun a costa de su vida.
Estas son las misiones pendientes para la ciudadanía. No solo cambiar las reglas del juego, sino reparar los daños, cerrar las brechas sociales, comprender y asimilar el hecho de que una sociedad con tales inequidades solo se dirige a su propia destrucción y ese es el futuro inminente si no se actúa en la dirección correcta.
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