viernes, 1 de enero de 2010

Ni voz, ni voto

Los países en desarrollo, débiles y vulnerables frente al cambio climático, fueron ignorados de la manera más grosera. 

Nuestros problemas domésticos quedan cortos ante la perspectiva aterradora de un clima trastornado por algo que podría llamarse el “efecto Wall Street”: es decir, un mundo en el cual la actividad industrial y financiera se considera el eje absoluto del progreso, cuya cultura depende de cuanta riqueza es capaz de producir un país a cualquier costo, incluso en vidas humanas –veamos el ejemplo de África- y cuya tendencia debe llevar a una concentración extrema de la acumulación de bienes en manos de un puñado de magnates indiferentes ante las consecuencias de sus actividades, todo lo cual se denomina desarrollo.

Si desarrollo es el consumismo compulsivo de bienes y servicios que no son esenciales para vivir ni son amigables con la naturaleza, dado su enorme impacto en el medio ambiente, entonces quizás hemos crecido bajo la premisa de que la muerte por contaminación, deforestación, sequía, trastornos climáticos y pobreza es parte de nuestro destino natural como especie.

Lo sucedido en Copenhagen es un ejemplo de cuán desequilibrado está el poder en el mundo actual. Un puñado de países, todos enriquecidos a costa de haber explotado hasta el agotamiento los recursos de los países más pobres, decidieron por sí y ante sí bloquear toda posibilidad de establecer un nivel de compromiso que les pusiera ante la perspectiva de reducir sus operaciones de alto impacto ambiental.

A este puñado de países industrializados pertenecen las poderosas compañías multinacionales que vienen a nuestros continentes a extraer los minerales, a alterar el equilibrio ambiental con sus productos agroquímicos, a cambiar las reglas ancestrales de la agricultura con su manipulación genética, a contaminar los océanos con su chatarra petrolera y sus desechos nucleares y, en resumen, a destruir todo aquello que no les pertenece con las consecuencias de una devastación planetaria.

Si el mundo fuera una sociedad anónima, esto sería el caso típico de mala administración, abuso de poder y corrupción, por lo cual los actuales directivos ya deberían haber sido destituidos por la asamblea general y procesados por sus delitos. Sin embargo, los países industrializados son los dueños y señores de las organizaciones mundiales que deberían servir de fiscales y jueces, de contrapeso para frenar el abuso contra los más débiles. Los foros internacionales no cumplen su misión, esto es proteger al ser humano de toda condición, edad, género, raza, ideología política y credo religioso contra el abuso y la discriminación. Este es el mensaje oculto de Copenhagen a los miles de millones de seres humanos que habitan la Tierra.

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