sábado, 24 de octubre de 2009

Respuesta inmediata

El tema de la niñez y la adolescencia en riesgo no sólo debe conmovernos, sino alentarnos a emprender acciones efectivas.

Uno de los momentos más gratificantes de hacer periodismo y escribir columnas de opinión es la reacción del público ante determinados temas. El reportaje de Mariela Castañón en el vespertino La Hora -el cual me sirvió de inspiración para denunciar, a mi vez, las violaciones y los abusos cometidos contra niñas y adolescentes por los reclusos del sector 11 del Centro Preventivo para Varones de la Zona 18- ha traído una saludable cauda de correos, comentarios de otros columnistas, como el de Carolina Escobar, y una que otra iniciativa particular orientada a crear conciencia sobre esos crímenes abominables.

La situación de la niñez y la adolescencia en un país donde las tres cuartas partes de la población es menor de 35 años, constituye la piedra angular de la estructura que sostiene todas las posibilidades de desarrollo para esta nación. Por eso es tan importante invertir en alimentación, educación, salud y vivienda, así como fortalecer los sistemas de seguridad y justicia.

Sin embargo, ha sido justamente este mayoritario sector de la población el más discriminado y marginado en los proyectos políticos de los últimos treinta años, aún cuando las promesas y las líneas de propaganda de cada campaña electoral lo usan como palanca emotiva de proselitismo. ¿Por qué será? Probablemente porque los menores de 18 años no tienen derecho a voto y eso los coloca automáticamente al final de las prioridades.

Las niñas violadas por los reclusos del Preventivo son apenas un punto en el universo de abuso e injusticia que rodea el ambiente de millones de potenciales víctimas de delitos sexuales, violencia intrafamiliar, carencia de servicios básicos, discriminación escolar y muchas otras maneras de violación de los derechos fundamentales de la parte más vulnerable de una sociedad disfuncional como la nuestra.

Divulgar los casos, como éste del sector 11, nunca será suficiente. Hay que organizarse y actuar. Es vital para el futuro de Guatemala detener el abuso pero, sobre todo, convencernos a nosotros mismos del enorme peligro implícito en esta cultura de silencio que tanto daño ha ocasionado a la sociedad.

La denuncia oportuna y el seguimiento de los temas tendrán siempre más efecto que el comentario ocasional de sobremesa o el gesto de horror ante la noticia impresa. Nadie, ni uno solo de los ciudadanos de este país, está exento de responsabilidad cuando de la vida de niñas, niños y adolescentes se trata. El involucramiento directo implica salir de la burbuja, desprenderse de la zona de comodidad en la cual nos refugiamos para no ver aquello que ofende nuestra sensibilidad y no enterarnos de cuán poco hacemos por evitar que suceda.

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