sábado, 21 de marzo de 2009

La vida breve

Salir de casa ya no es parte de una rutina normal, hoy se ha convertido en un acto de supervivencia, como saltar de un avión en picada. Es de suponer que la mayoría de los mensajes de advertencia circulando por internet tienen algo de cierto, porque cada vez se escuchan más historias reales coincidentes con relatos espeluznantes de los internautas anónimos. Y no deja de ser fascinante cuán creativos se han vuelto los criminales para sacar cada semana una técnica nueva capaz de generar más pánico en la población. El objetivo primario de tan sofisticada manera de torturar psicológica y físicamente a los guatemaltecos, parece coincidir con la falta de decisión del gobierno para detener esta ola de violencia. Es decir, unos profundizan el caos y la anarquía a su favor mientras los otros esperan, indecisos, a que las cosas cambien por sí solas. A la gente común ya no le convencen las buenas intenciones, si en cada semáforo los automovilistas se detienen mirando obsesivamente por el retrovisor por si se le acerca una moto con dos individuos armados, y los peatones deben cruzar la calle cada vez que se les aproxima alguien con aspecto sospechoso. Lo difícil de vivir así es que ahora cualquiera podría ser un asesino en potencia, desde un marero tatuado, un niño de uniforme o un hombre con aspecto de alto ejecutivo. Esto, porque las fronteras se han desdibujado hasta convertir a esta sociedad en rehén de pandillas, carteles de la droga y criminales de altos vuelos, muchos de los cuales incluso han llegado a las posiciones más elevadas en la burocracia estatal. Por un mensaje de internet me enteré también de que unos maestros estuvieron a punto de ser linchados en una aldea de San Ildefonso Ixtahuacán, Huehuetenango. Los pobladores, azuzados por el alcalde auxiliar, los rodearon y los hubieran quemado vivos de no ser por el maestro de la escuela de la localidad, quien convenció a la turba de su inocencia. No intervino la Policía, porque en ese lugar ya no hay delegación. Esto sucede con demasiada frecuencia como para ignorar el peligro implícito en la crisis de institucionalidad en la cual ha caído la Nación. Así como esos maestros se salvaron por un pelo de ser linchados, otras personas inocentes pueden fácilmente caer en manos de pobladores hartos de la amenaza criminal, y dispuestos a imponer su ley a diestra y siniestra sin pensar en las consecuencias de sus acciones. Mientras la escalada continúa cobrando vidas, el sistema penitenciario se confiesa incapaz de detener las comunicaciones celulares desde las cárceles, el ministro de Gobernación declara que hay suficientes policías y el organismo judicial continúa en un vergonzoso impasse. Los responsables de la seguridad, comenzando por el propio Presidente de la República, tienen la obligación absoluta de tomar cartas en este asunto y atacar el inconcebible estado de anarquía en que se encuentra sumida Guatemala.

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