sábado, 7 de febrero de 2009

Educación y trabajo infantil

Las cifras oficiales no lo dicen todo. En Guatemala, la educación es todavía un lujo reservado a los hijos de unos pocos. Las imágenes de niñas y niños sentados en blocks de cemento, sobre tablas de madera o simplemente en el suelo, rodeados de agua estancada, basura y ripio, denuncian a las claras lo que ha sucedido con el sistema educativo en Guatemala. Se ha convertido en una pura palanca de presión política. Que no vengan los legisladores a presumir de solidarios ante la miseria en la cual transcurre la infancia de millones de guatemaltecos. Ese cuento no se lo creen ni ellos mismos, porque a la población le consta cómo, festivamente y sin el menor pudor, se reparten las plazas para sus allegados –o intentan hacerlo-, organizan el circo de las interpelaciones al ministro o ministra de turno, para luego transar acuerdos con el Ejecutivo; negocian su voluntaria miopía para los despilfarros en las dependencias del Estado y callan ante el descalabro de la infraestructura educativa, que ha llegado al extremo de convertirse en una vergüenza nacional. No hay que extrañarse, entonces, de que muchos padres de familia prefieran usar a sus hijas e hijos como mano de obra adicional en sus labores agrícolas, comerciales o de servicios, cuando no los obligan a mendigar por las calles. Quizás lo hagan para protegerlos de las terribles condiciones en las cuales transcurren sus jornadas educativas, hundidos en el lodo o bajo unos techos que nada cubren. Cuando el Gobierno presume de educación gratuita dan, entonces, ganas de llorar de la impotencia. ¿De veras pretenden cobrar por tan mísero servicio obligatorio? Las niñas y niños de este país tienen derecho a más que eso. Mucho más. En honor a la justicia y a lo mucho que la clase política les ha quitado en cuanto a fondos, a oportunidades de desarrollo, a construcción de una sociedad equitativa y democrática, este segmento mayoritario de la población debería contar con el mejor servicio de educación posible, alimentación balanceada, vestuario apropiado y centros de salud adecuados a sus necesidades. Una vez más, es importante recordar que Guatemala no es un país pobre. Es un país rico lleno de pobres, lo cual es muy distinto. De otro modo, después del descarado latrocinio de todos los gobiernos que han usufructuado del poder y de todas las compañías que han expoliado sus recursos naturales sin dar nada a cambio, ya hubiera sucumbido en la más total bancarrota. En una sociedad con una infancia y juventud educadas y con acceso al deporte, a la recreación, a la cultura y al arte -verdaderas herramientas de crecimiento personal- esta Guatemala en crisis ya tendria mejores armas para combatir la delincuencia juvenil, las maras y probablemente también el narcotráfico. Porque a estas lacras les hubiéramos arrebatado a su mejor aliada: la miseria.

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