martes, 21 de agosto de 2007

Esto sucedia en el 99

El comercio de niñas y niños es una de las actividades más rentables de las organizaciones de traficantes que actúan al amparo de su increíble poder económico. NIÑOS PARA LA VENTA Cualquier niña o niño podría caer bajo sus garras. Ni siquiera es necesario que sea un pequeño abandonado, sino simplemente alguien que carezca de formación y criterio suficientes para defenderse de las maniobras de reclutamiento creadas por el crimen organizado. Promesas de una vida mejor, de un estatus social atractivo, de una aventura prohibida y quizás de grandes beneficios económicos encandilan a pequeñas víctimas que ni siquiera imaginan el destino que les espera al ingresar a las redes de prostitución. Pero no sólo se utilizan estos métodos. También, y cada vez con mayor frecuencia, se practica el secuestro para engrosar las masas de niñas y niños que se destinarán como carne de matadero a satisfacer los instintos de millones de hombres ávidos de sexo y pornografía. Si esto sucediera en estratos sociales de cierto nivel, el escándalo no hubiera dejado que fructificara el negocio. Pero las víctimas son por lo general niñas y niños de escasos recursos, provenientes de familias que apenas tienen cómo subsistir, hijos de padres que no cuentan con los contactos indispensables para que las autoridades respondan a sus llamados de auxilio y que, por lo general, desconocen los alcances de la ley porque apenas pueden leer y escribir. Esto sucede en todos los países del tercer mundo, pero en los últimos años Guatemala ha adquirido un deshonroso sitio entre los que presentan mayor incidencia de tráfico de menores y pornografía infantil. ¿Por qué? No cabe duda de que para encontrar una explicación plausible a esta inconcebible situación, es indispensable profundizar en las condiciones en que vive la mayoría de los habitantes de las áreas marginales, rodeados de miseria e insertos en un contexto en el que se disputan el territorio el tráfico de drogas, el contrabando, la prostitución y el latrocinio. Y en el que, para terminar de rematar el cuadro, no existe un mínimo de asistencia educativa ni de seguridad para la población menor de quince años, que sufre con mayor fuerza el embate de las bandas organizadas. La prostitución infantil no es un fenómeno aislado del panorama general de la criminalidad. No es una actividad independiente, sino que representa un macabro “side line” del negocio en el que se disputan el liderazgo el tráfico de drogas, el secuestro y el robo de vehículos. Por lo tanto, para combatirlo y acabar con esta lacra, es preciso tener la voluntad de acabar también con aquello que le proporciona recursos y oxígeno, y de paso aplastar las férreas estructuras del tráfico de influencias que ha constituido uno de los peores escollos para alcanzar el desarrollo en nuestros mal administrados países. Ya no es cuestión de que las niñas y niños son el futuro de la patria. Eso quedó atrás cuando se convirtieron en algo más cercano a la esperanza de supervivencia de la democracia misma.

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