CONTEXTO-UNIVERSITARIO: Por Carolina Vásquez Araya: Del fuego a las brasas Http://www.carolinavasquezaraya.com
Mi Quinto Patio
Un espacio personal para compartir pensamientos, opiniones y publicar mis columnas semanales sobre temas de interés social, político y cultural. Se admiten críticas de cualquier tipo y sobre todo el aporte de distintos puntos de vista.
miércoles, 1 de febrero de 2017
jueves, 7 de abril de 2016
lunes, 15 de febrero de 2016
Decentes y pudorosos
Pero también está la postura pretendidamente moral de la mayoría de candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos, quienes han dedicado muchas de sus intervenciones en los debates públicos a esgrimir argumentos en contra de la diversidad sexual, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto, en un afán de retomar posiciones de conservadurismo extremo, al parecer con la intención de satisfacer a cierto sector de la ciudadanía que se resiste a aceptar los cambios inevitables de la evolución social.
La relación entre estos hechos no resulta evidente, pero de algún modo existe. Es el nexo ancestral que vincula a los sistemas de control político -en un marco patriarcal de dominio absoluto sobre las normas que rigen a lo más primario de las comunidades humanas: su sexualidad y la manera de ejercerla- con la antigua estrategia de condicionar la libertad hasta en lo más elemental de su esencia, a través de la culpa y la soberanía de su papel como ente reproductor.
Pero esta visión incide y limita especialmente a las mujeres, consideradas una especie de “repositorio genético” cuya responsabilidad es hacer de su cuerpo y su sexualidad una suerte de ofrenda social que no solo la sobrepasa, sino prácticamente la convierte en objeto bajo el dominio de otros.
Las nuevas generaciones -esa juventud actual enfrentada a un mundo conflictivo, hostil y nada propicio para facilitar su desarrollo- habrán de determinar cuáles son sus objetivos de vida y, a partir de ellos, buscar la manera de incidir en las normas y leyes que regirán su futuro y el de sus hijos, dejando a un lado los prejuicios y la ignorancia que han condicionado y satanizado durante siglos el ejercicio libre y maduro de su sexualidad.
La visión ideal desde una perspectiva retrógrada y conservadora, pero sobre todo desde los parámetros del control político, es una juventud sumisa y apegada a normas institucionales. Una juventud “decente y pudorosa”, incapaz de rebelarse contra los cánones existentes. No deliberante, con la cual sea posible mantener las reglas de un juego que en nada la favorece. Para ello, privar a las nuevas generaciones de una educación de calidad, es prioritario. Negarle asimismo el acceso a mecanismos de control de su propia sexualidad es una forma adicional de restringirle sus derechos y de tal modo someterla a las decisiones de otros.
Política y religión no se mezclan, eso es lo que se dice en un afán de corrección política absolutamente abstracto. La verdad es que política y religión no son más que dos caras del mismo espejo en donde se refleja el mundo actual y los modos de regirlo. Es el espejo en donde nos reflejamos al tomar decisiones y también al no tomarlas, porque sus valores –diseñados por otros para conveniencia de alguien más- nos indican siempre cuál es el camino a seguir.
A la juventud actual no le queda más que una opción y es, como bien lo ilustró la muestra fotográfica de Daniel Hernández-Salazar, despojarse de las vestiduras y exhibirse desnudos ante el mundo.
elquintopatio@gmail.com
@carvasar
lunes, 29 de junio de 2015
Los motivos del lobo
“Y el lobo dulce (…) tornó
a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.”
Entonces viene de cara a las elecciones un desfile de nuevas personalidades empeñadas a conquistar las viejas posiciones y es cuando el olfato y la intuición de la población votante ha de mantenerse en alerta, porque un pequeño descuido puede dar al traste con los esfuerzos, las propuestas de cambio, la renovación de cuadros políticos y todo lo avanzado gracias a la fuerza de conjunto demostrada en los últimos meses.
Ayer me vino a la mente un hermoso poema de Rubén Darío, Los motivos del lobo,
“bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños…”,
poema en donde ilustra esa lucha ancestral entre el bien y el mal encarnados ambos en el animal, pero también en la sociedad.
No es solo la naturaleza del lobo, sin embargo, el factor que provoca retrocesos en el deseado ambiente de paz y concordia entre los seres que comparten un territorio. Son los impulsos naturales de las comunidades humanas, en donde ha asentado sus reales la ambición desmedida, la falsía, la intriga y la mentira. Y de esas comunidades, es de donde surgen los rostros de quienes desean alcanzar las alturas del poder político, económico y social, para lo cual ya tuvieron que vender su libertad pero, sobre todo, empeñar su independencia de criterio.
No hay que engañarse, ningún candidato viene libre de compromisos. Y quien quiera alzarse por encima de sus contendientes viene con un enorme bagaje de condiciones y mandatos a los que no podrá sustraerse una vez en el poder. Esa es una de las razones fundamentales para luchar por la transformación profunda y real del sistema, para diseñar uno más acorde a la certeza jurídica, la seguridad democrática y el acceso del pueblo a los niveles de decisión.
El entorno político está poblado por depredadores. Esta es una realidad a la cual se debe prestar mucha atención. Rubén Darío le concedió al lobo motivos irrebatibles para ser como es, pero corresponde a los humanos la tarea de trascender y ser mejores.
“Y el gran lobo, humilde: ¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.”
He de confesar que admiro al lobo. Y a Darío.
domingo, 21 de junio de 2015
Hace algunas semanas apenas, asistí a una graduación en Estados Unidos. Era el acto de un colegio del cual salían los estudiantes del último grado, preparados para ingresar a las universidades, buscar un trabajo o continuar con una carrera técnica que les preste las herramientas para insertarse con éxito en la vida.
No podía dejar de pensar en nuestros jóvenes guatemaltecos, privados de esas oportunidades elementales que les fueron prometidas y, más importante aún, cuya garantía de realización consta en el texto constitucional. A esta juventud a la cual solo le quedan, como opciones, engrosar las filas de los desempleados o ingresar a las del crimen organizado, el cual les ofrece los alicientes económicos suficientes para inclinar la balanza a su favor.
Al ver las filas de graduandos de clase media, la mayoría hispanos inmigrantes -y, sin duda, más de alguno con su estatus migratorio irregular- y compararlo con el estado paupérrimo del sistema educativo nacional no resulta difícil entender el afán de la juventud centroamericana de escapar hacia la frontera norte, aun a costa de su vida.
Estas son las misiones pendientes para la ciudadanía. No solo cambiar las reglas del juego, sino reparar los daños, cerrar las brechas sociales, comprender y asimilar el hecho de que una sociedad con tales inequidades solo se dirige a su propia destrucción y ese es el futuro inminente si no se actúa en la dirección correcta.
Conocimiento es poder
La prensa es uno de los recursos más valiosos de la democracia.
Comprendo bien el aburrimiento provocado por ciertos temas porque, de tan repetitivos, se vuelven transparentes en la mente de las personas. Algunos son auténticas piedras de toque, valiosos recursos para el debate y el crecimiento intelectual o para el desarrollo de la democracia, pero esa cualidad no los hace más tolerables para audiencias saturadas de mala política, violencia y en permanente contacto con un ambiente agresivo en muchos aspectos.
Por eso resulta tan difícil determinar hasta dónde insistir sobre ciertas situaciones cuyo impacto reiterado provoca más rechazo que interés. Una de ellas es la violencia criminal, cuyo protagonismo ha marcado las páginas de los diarios y los medios digitales de manera constante, al punto de que no falta quien culpe al mensajero por las malas noticias en lugar de analizar cómo ese flujo noticioso permite conservar el balance del sistema democrático.
En épocas de dictadura, cuando la prensa es el primer objeto de la represión y la censura, la falta de información crea en la población la falsa idea de que nada sucede. Cuando transcurren los años, las décadas, y la gente comenta sobre tiempos pasados, se tiende a construir una imagen distorsionada basada en esa carencia de conocimiento sobre los sucesos reales de un tiempo determinado. Así se obtiene una visión de seguridad o estabilidad totalmente irreal. La memoria colectiva es de corto alcance y ese factor se acentúa de manera notable en una sociedad cuyas mayorías menos favorecidas están alejadas de las fuentes de conocimiento y estudio. Cuando ese es el caso, esa memoria sencillamente desaparece.
Por eso es tan importante recuperar y mantener la libertad de prensa y de pensamiento, porque el conocimiento es una palanca de poder y pertenece a toda la ciudadanía como un derecho humano fundamental. La represión política contra la prensa y muy especialmente en contra de algunos comunicadores demasiado acuciosos en el ejercicio de su profesión, ha sido sustituida en muchos casos por la intimidación que ejercen diversos grupos de poder, tanto fuera como dentro de la ley, usualmente de gran influencia en los sectores político y económico.
Sin embargo, a muchos les exaspera conocer los detalles de su propia realidad. Este tema es tan complejo como para ser objeto de un tratado de psicología de masas. Por un lado y gracias al extenso uso de la tecnología, se produce una vertiente de comentarios, protestas virtuales, y un intenso ejercicio del debate por medio de las plataformas digitales, todo ello como una especie de catarsis. Pero es una catarsis condenada a permanecer en la nube, a ser un escape necesario para que esa frustración no se traduzca en acciones concretas. Por otro lado, está el rechazo a informarse como una manera de evitar las emociones derivadas de un entorno hostil, en crisis progresiva.
Es importante señalar que así como existe el derecho de saber, también está el de comunicar y quienes lo ejercen realizan una labor de servicio para toda la sociedad. Proteger a la prensa y a sus miembros es, por lo tanto, una medida urgente y necesaria con el fin de preservar no solo su integridad, sino también el equilibrio democrático que tanto ha costado construir.
elquintopatio@gmail.com
Comprendo bien el aburrimiento provocado por ciertos temas porque, de tan repetitivos, se vuelven transparentes en la mente de las personas. Algunos son auténticas piedras de toque, valiosos recursos para el debate y el crecimiento intelectual o para el desarrollo de la democracia, pero esa cualidad no los hace más tolerables para audiencias saturadas de mala política, violencia y en permanente contacto con un ambiente agresivo en muchos aspectos.
Por eso resulta tan difícil determinar hasta dónde insistir sobre ciertas situaciones cuyo impacto reiterado provoca más rechazo que interés. Una de ellas es la violencia criminal, cuyo protagonismo ha marcado las páginas de los diarios y los medios digitales de manera constante, al punto de que no falta quien culpe al mensajero por las malas noticias en lugar de analizar cómo ese flujo noticioso permite conservar el balance del sistema democrático.
En épocas de dictadura, cuando la prensa es el primer objeto de la represión y la censura, la falta de información crea en la población la falsa idea de que nada sucede. Cuando transcurren los años, las décadas, y la gente comenta sobre tiempos pasados, se tiende a construir una imagen distorsionada basada en esa carencia de conocimiento sobre los sucesos reales de un tiempo determinado. Así se obtiene una visión de seguridad o estabilidad totalmente irreal. La memoria colectiva es de corto alcance y ese factor se acentúa de manera notable en una sociedad cuyas mayorías menos favorecidas están alejadas de las fuentes de conocimiento y estudio. Cuando ese es el caso, esa memoria sencillamente desaparece.
Por eso es tan importante recuperar y mantener la libertad de prensa y de pensamiento, porque el conocimiento es una palanca de poder y pertenece a toda la ciudadanía como un derecho humano fundamental. La represión política contra la prensa y muy especialmente en contra de algunos comunicadores demasiado acuciosos en el ejercicio de su profesión, ha sido sustituida en muchos casos por la intimidación que ejercen diversos grupos de poder, tanto fuera como dentro de la ley, usualmente de gran influencia en los sectores político y económico.
Sin embargo, a muchos les exaspera conocer los detalles de su propia realidad. Este tema es tan complejo como para ser objeto de un tratado de psicología de masas. Por un lado y gracias al extenso uso de la tecnología, se produce una vertiente de comentarios, protestas virtuales, y un intenso ejercicio del debate por medio de las plataformas digitales, todo ello como una especie de catarsis. Pero es una catarsis condenada a permanecer en la nube, a ser un escape necesario para que esa frustración no se traduzca en acciones concretas. Por otro lado, está el rechazo a informarse como una manera de evitar las emociones derivadas de un entorno hostil, en crisis progresiva.
Es importante señalar que así como existe el derecho de saber, también está el de comunicar y quienes lo ejercen realizan una labor de servicio para toda la sociedad. Proteger a la prensa y a sus miembros es, por lo tanto, una medida urgente y necesaria con el fin de preservar no solo su integridad, sino también el equilibrio democrático que tanto ha costado construir.
elquintopatio@gmail.com
El año de la no violencia
Vivimos en el país de la eterna primavera y las eternas contradicciones.
No tenían identidad los dos bebés heridos por disparos de arma de fuego víctimas de la violencia criminal, porque ni siquiera habían nacido. El hijo de Norma Leticia Donis recibió uno de los 20 impactos que quitaron la vida a su madre y no logró sobrevivir a pesar de los esfuerzos de los médicos. El otro bebé hasta ayer luchaba por su vida. Mientras tanto, en Zacapa, el ataque armado contra 5 integrantes de una familia dejó como saldo a 2 hombres muertos y 3 mujeres heridas, entre ellas a una niña de 6 meses.
Unos días antes, Silvia Orozco, madre de una niña de 10 años, fue acribillada a bordo de su taxi en la zona 6 capitalina y Víctor Manuel Cac Tzoc, de 16 años y comerciante de telas típicas, fue asaltado y asesinado para robarle su mercancía, en Santa María Chiquimula. Ese mismo día en Escuintla, Pedro José Albajara, adolescente de 14 años, perdió la vida por heridas de arma de fuego.
Imposible consignar en un espacio tan reducido la cantidad de asesinatos perpetrados en el breve lapso de una semana. Lo cual hace aparecer las palabras del mandatario como un sarcasmo, cuando declara a 2015 como el Año de la No Violencia en Guatemala y promete una seguridad que en los 3 años transcurridos de su gobierno no se ha cumplido.
Aun cuando los medios de comunicación reportan a diario un promedio de 16 asesinatos, una cifra que delata el pavoroso estado de inseguridad en el país, quedan muchas otras víctimas en total oscuridad mediática. Estas son las familias de los muertos: sus parejas, sus hijos, sus madres y hermanos, muchas veces segundos en la línea de las extorsiones y venganzas, con su vida destruída, su futuro incierto y a merced de los agresores.
El colapso del sistema de salud pública incide también como un factor de violencia contra la población de menores recursos, al no proporcionar la atención debida a quienes recurren a él. Las condiciones en las cuales funcionan los hospitales nacionales constituyen una violación a los derechos humanos de su personal y de los pacientes, cuyo único recurso en caso de enfermedad es el sistema público, actualmente incapaz de responder a la demanda y hoy dependiente de un ministerio señalado por la corrupción y el pésimo manejo de sus recursos.
Ninguna proyección optimista de la realidad –como parecen ser las ilusiones presidenciales- cambiará la dura realidad enfrentada a diario por millones de guatemaltecos. La constante amenaza de muerte se encuentra a la vuelta de la esquina, tras las puertas del propio hogar, en los buses del transporte colectivo o en la parada del semáforo. El estado de paranoia no es gratuito, tiene sus raíces en las cifras absurdas de muertos inocentes cuyo destino fue cifrado por una pandilla, una organización criminal o un grupo de policías corruptos.
El Año de la No Violencia en Guatemala será posible cuando las autoridades de gobierno actúen con estricto apego a la ley, la ciudadanía se involucre en la fiscalización de sus instituciones, se eliminen los rincones oscuros para transparentar la ejecución de los fondos públicos y se depuren las fuerzas de seguridad. A eso, añadir un sistema de justicia implacable con el crimen que ha marcado al país con una huella macabra.
elquintopatio@gmail.com
No tenían identidad los dos bebés heridos por disparos de arma de fuego víctimas de la violencia criminal, porque ni siquiera habían nacido. El hijo de Norma Leticia Donis recibió uno de los 20 impactos que quitaron la vida a su madre y no logró sobrevivir a pesar de los esfuerzos de los médicos. El otro bebé hasta ayer luchaba por su vida. Mientras tanto, en Zacapa, el ataque armado contra 5 integrantes de una familia dejó como saldo a 2 hombres muertos y 3 mujeres heridas, entre ellas a una niña de 6 meses.
Unos días antes, Silvia Orozco, madre de una niña de 10 años, fue acribillada a bordo de su taxi en la zona 6 capitalina y Víctor Manuel Cac Tzoc, de 16 años y comerciante de telas típicas, fue asaltado y asesinado para robarle su mercancía, en Santa María Chiquimula. Ese mismo día en Escuintla, Pedro José Albajara, adolescente de 14 años, perdió la vida por heridas de arma de fuego.
Imposible consignar en un espacio tan reducido la cantidad de asesinatos perpetrados en el breve lapso de una semana. Lo cual hace aparecer las palabras del mandatario como un sarcasmo, cuando declara a 2015 como el Año de la No Violencia en Guatemala y promete una seguridad que en los 3 años transcurridos de su gobierno no se ha cumplido.
Aun cuando los medios de comunicación reportan a diario un promedio de 16 asesinatos, una cifra que delata el pavoroso estado de inseguridad en el país, quedan muchas otras víctimas en total oscuridad mediática. Estas son las familias de los muertos: sus parejas, sus hijos, sus madres y hermanos, muchas veces segundos en la línea de las extorsiones y venganzas, con su vida destruída, su futuro incierto y a merced de los agresores.
El colapso del sistema de salud pública incide también como un factor de violencia contra la población de menores recursos, al no proporcionar la atención debida a quienes recurren a él. Las condiciones en las cuales funcionan los hospitales nacionales constituyen una violación a los derechos humanos de su personal y de los pacientes, cuyo único recurso en caso de enfermedad es el sistema público, actualmente incapaz de responder a la demanda y hoy dependiente de un ministerio señalado por la corrupción y el pésimo manejo de sus recursos.
Ninguna proyección optimista de la realidad –como parecen ser las ilusiones presidenciales- cambiará la dura realidad enfrentada a diario por millones de guatemaltecos. La constante amenaza de muerte se encuentra a la vuelta de la esquina, tras las puertas del propio hogar, en los buses del transporte colectivo o en la parada del semáforo. El estado de paranoia no es gratuito, tiene sus raíces en las cifras absurdas de muertos inocentes cuyo destino fue cifrado por una pandilla, una organización criminal o un grupo de policías corruptos.
El Año de la No Violencia en Guatemala será posible cuando las autoridades de gobierno actúen con estricto apego a la ley, la ciudadanía se involucre en la fiscalización de sus instituciones, se eliminen los rincones oscuros para transparentar la ejecución de los fondos públicos y se depuren las fuerzas de seguridad. A eso, añadir un sistema de justicia implacable con el crimen que ha marcado al país con una huella macabra.
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En centro del Universo
“Esta hermana (tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto»”
En las 190 páginas del documento, Francisco no deja lugar a dudas sobre su preocupación por el tema ambiental, al cual considera una cuestión moral y ética. Cita a varios de sus antecesores, entre ellos a Juan Pablo II quien, ya en 1991 insistía en la necesidad de realizar cambios profundos en el estilo de vida y de consumo, así como en las estructuras de poder que condicionan a nuestras sociedades modernas.
La influencia de Francisco I -cuyo pensamiento se identifica y extrae la esencia del otro Francisco, el de Asís-, este jefe supremo del catolicismo, un hombre de pensamiento moderno capaz de sacudir las entretelas anquilosadas del Vaticano para ponerse en los zapatos de las clases más humildes para defender las causas fundamentales, sin duda será agriamente criticada por quienes ven peligrar sus privilegios.
Pero la humanidad necesita estas voces de un liderazgo sensato y conducente a los cambios indispensables para no solo preservar al planeta, sino a quienes habitamos en él. Esas naciones, en cuyos centros financieros se ha concentrado el poder mundial, deben comenzar a ceder en sus posiciones de un capitalismo deshumanizante ante la realidad de la catástrofe anunciada por medio de inundaciones, temperaturas extremas, pérdida masiva de especies y de biodiversidad en toda la redondez de la Tierra. El Papa no podría haber sido más claro al señalar que no tenemos derecho a acabar con la vida de otras criaturas, porque esas vidas aparentemente ajenas nos son indispensables para conservar la nuestra.
El centro del universo no está en Wall Street, en Berlín, Londres, ni Beijing. Por lo tanto, las decisiones sobre el futuro de la especie humana, sus condiciones de vida, sus expectativas de desarrollo y todo lo concerniente a las relaciones entre Estados deben responder a las necesidades de los pueblos con pleno respeto a su soberanía. Es aquí en donde tiene pleno sentido el mensaje papal, un mensaje de enorme trascendencia para el momento actual, cuando se pone en la balanza el beneficio económico de unos pocos contra las esperanzas de vida de las grandes mayorías.
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Los peces muertos de La Pasión
Con una irresponsabilidad rayana en lo criminal, las autoridades en nuestros países permiten la explotación irracional de recursos naturales y la invasión de grandes extensiones de tierra con monocultivos agresivos, crianza de ganado, explotación minera o construcción de oleoductos y plantas hidroeléctricas sobre tierras agrícolas en las cuales han vivido sus comunidades durante siglos.
En esos “territorios liberados” por multinacionales o empresas locales de mucho poder, nadie ingresa. En Guatemala, por ejemplo –y también en Chile y Brasil- se avala desde las altas esferas una especie de extraterritorialidad, permitiendo en esos espacios un desempeño exento de controles administrativos, sanitarios o de vigilancia del cumplimiento y respeto de derechos humanos. Como en Las Vegas, lo que allí sucede allí se queda.
Hoy nos golpea la visión de millares de peces muertos en el río La Pasión, uno de los ecosistemas más ricos de Guatemala en especies nativas y un paraje de belleza sin igual. Sus riberas, pobladas por aves, mamíferos y otras especies fueron, hasta ahora, un importante destino turístico. Sin embargo, hoy están cubiertas de peces muertos envenenados por agroquímicos, una de las graves consecuencias de la falta de control en la aplicación de las leyes que regulan su uso.
La depredación de masas boscosas, la contaminación de ríos y otras fuentes hídricas, el exterminio de aves, reptiles y mamíferos por pérdida de sus hábitat y el desalojo de personas para entregar enormes extensiones a empresas que solo perpetuarán esa destrucción, han sido políticas impuestas a partir de la codicia de políticos y empresarios cortoplacistas, ciegos a las repercusiones de ese modo depredador de simular un falso desarrollo.
El poder de quienes promueven el uso de agroquímicos en áreas protegidas –algunos de ellos prohibidos en países desarrollados- así como la lasitud de las autoridades responsables de evitar estos abusos, constituyen una afrenta contra la vida silvestre y humana. Pero también representan un síntoma del más perverso subdesarrollo político, ya que evidencian la pérdida de respeto por valores superiores en toda nación, como son la integridad territorial, la protección de la vida humana y del patrimonio natural del cual depende el sostenimiento de todo un sistema de vida.
Lo que se requiere es una utopía: la revisión exhaustiva de las operaciones agroindustriales, extractivas y de explotación de los recursos, tendente a reorientar los planes de desarrollo hacia un sistema racional de aprovechamiento de la riqueza, estableciendo como prioridad la integridad, la vida y el bienestar de todos.
elquintopatio@gmail.com
Los dineros perdidos
Incontable es la riqueza en las manos equivocadas.
La corrupción en el seno de las instituciones es, más que un acto vil e inmoral, una condena a muerte contra amplios segmentos de la población, aquella incapaz de defenderse y cuyo aporte a esa riqueza jamás le regresará en forma de beneficio alguno. Por esta razón, los actos delictivos cometidos por las personas de su confianza (la población fue quien los colocó en posición de poder) son tanto o más traicioneros que el de un delincuente común de quien naturalmente se espera un golpe artero. No importa cuán saludable sea la economía de una nación, siempre el sistema predominante en el hemisferio occidental y ahora también en una buena parte de los países de Oriente, condenará a más de la mitad de la ciudadanía a una vida de trabajo y privaciones. Es el capitalismo, cuya prioridad es la explotación máxima de los recursos –naturales, tecnológicos y de mano de obra- con el fin de acumular ganancias para competir con ventaja en los mercados internacionales. La parte humana de la ecuación siempre resulta secundaria y, por tanto, se requiere de Estados fuertes y bien organizados para proteger sus intereses de la codicia empresarial. Para tener un Estado fuerte y saludable, capaz de resistir las presiones de sectores de poder paralelo, es preciso contar con un sistema político transparente y perfectamente blindado, especialmente contra las infiltraciones del crimen organizado y el narcotráfico. Para ello, se requiere de leyes diseñadas con ese objetivo, procesos electorales limpios y creíbles, instituciones independientes de control de esos procesos y, muy especialmente, la intención sincera y comprobable de sus autoridades de respetar las normas establecidas. En el momento de exigir cambios –cuando el sistema parece ir en dirección opuesta al mandato constitucional- debe analizarse muy cuidadosamente cuáles son los requeridos para enderezar el barco, porque de nada sirve un relevo de personas cuando es el sistema mismo el incapaz de resguardar y garantizar el camino hacia una democracia plena y participativa. El despertar de un pueblo dormido es uno de los momentos más brillantes de una nación. El desafío es convertir ese despertar en una palanca de progreso en el camino correcto, el de la consolidación del estado de Derecho y de la participación ciudadana en los destinos de la patria. Los actos de corrupción implican una pérdida real para la población. Sin embargo, afectan con fuerza descomunal a los más necesitados, a esos amplios contingentes de trabajadores del campo y de la industria, a los desempleados, a la juventud perdida en el tráfico y consumo de drogas, en el sicariato y en la miseria moral. Por ello es todavía más perversa su comisión por parte de quienes están supuestos a proteger sus derechos y proporcionarles las oportunidades de desarrollo, tal como dicta la ley fundamental. Esos dineros perdidos en lujos, viajes, privilegios y sobornos son el peor crimen que se puede cometer contra la niñez privada de alimento, salud, educación y vivienda. Contra las mujeres y hombres cuyo trabajo es menospreciado y mal pagado. En fin, contra la verdadera fuerza vital del país. elquintopatio@gmail.com
La corrupción en el seno de las instituciones es, más que un acto vil e inmoral, una condena a muerte contra amplios segmentos de la población, aquella incapaz de defenderse y cuyo aporte a esa riqueza jamás le regresará en forma de beneficio alguno. Por esta razón, los actos delictivos cometidos por las personas de su confianza (la población fue quien los colocó en posición de poder) son tanto o más traicioneros que el de un delincuente común de quien naturalmente se espera un golpe artero. No importa cuán saludable sea la economía de una nación, siempre el sistema predominante en el hemisferio occidental y ahora también en una buena parte de los países de Oriente, condenará a más de la mitad de la ciudadanía a una vida de trabajo y privaciones. Es el capitalismo, cuya prioridad es la explotación máxima de los recursos –naturales, tecnológicos y de mano de obra- con el fin de acumular ganancias para competir con ventaja en los mercados internacionales. La parte humana de la ecuación siempre resulta secundaria y, por tanto, se requiere de Estados fuertes y bien organizados para proteger sus intereses de la codicia empresarial. Para tener un Estado fuerte y saludable, capaz de resistir las presiones de sectores de poder paralelo, es preciso contar con un sistema político transparente y perfectamente blindado, especialmente contra las infiltraciones del crimen organizado y el narcotráfico. Para ello, se requiere de leyes diseñadas con ese objetivo, procesos electorales limpios y creíbles, instituciones independientes de control de esos procesos y, muy especialmente, la intención sincera y comprobable de sus autoridades de respetar las normas establecidas. En el momento de exigir cambios –cuando el sistema parece ir en dirección opuesta al mandato constitucional- debe analizarse muy cuidadosamente cuáles son los requeridos para enderezar el barco, porque de nada sirve un relevo de personas cuando es el sistema mismo el incapaz de resguardar y garantizar el camino hacia una democracia plena y participativa. El despertar de un pueblo dormido es uno de los momentos más brillantes de una nación. El desafío es convertir ese despertar en una palanca de progreso en el camino correcto, el de la consolidación del estado de Derecho y de la participación ciudadana en los destinos de la patria. Los actos de corrupción implican una pérdida real para la población. Sin embargo, afectan con fuerza descomunal a los más necesitados, a esos amplios contingentes de trabajadores del campo y de la industria, a los desempleados, a la juventud perdida en el tráfico y consumo de drogas, en el sicariato y en la miseria moral. Por ello es todavía más perversa su comisión por parte de quienes están supuestos a proteger sus derechos y proporcionarles las oportunidades de desarrollo, tal como dicta la ley fundamental. Esos dineros perdidos en lujos, viajes, privilegios y sobornos son el peor crimen que se puede cometer contra la niñez privada de alimento, salud, educación y vivienda. Contra las mujeres y hombres cuyo trabajo es menospreciado y mal pagado. En fin, contra la verdadera fuerza vital del país. elquintopatio@gmail.com
sábado, 30 de noviembre de 2013
lunes, 25 de noviembre de 2013
sábado, 21 de septiembre de 2013
El gen del conformismo
Adjudicar a otros las responsabilidades propias es un síndrome generalizado.
Una de las virtudes de las redes sociales es su calidad de espejo de la sociedad. Allí se puede apreciar con bastante nitidez la manera de ver la vida, el comportamiento social, los mecanismos de evasión y aquellos rasgos característicos que marcan a una cultura determinada.
A través de los meses, me ha resultado fascinante comprobar la facilidad con la cual la mayoría echa sobre los hombros de Dios el pesado fardo de proteger a la niñez, combatir la corrupción, reducir la violencia, colocar en el mando a un buen y honesto gobernante, reducir el costo de la vida, resguardar el patrimonio natural, evitar el contrabando y combatir el narcotráfico. Para todo es bueno y todo se espera de su infinito poder, siempre y cuando no sea la ciudadanía la que tenga que involucrarse en tan complicadas tareas.
Es y ha sido el mensaje más recurrente recibido en los muros de facebook, por ejemplo, al compartir notas sobre asesinatos de personas inocentes cuyo único pecado para alcanzar tan lamentable final ha sido el simple hecho de existir, excusa suficiente para que un perverso asesino les quite la vida con un par de balazos.
Este afán de endilgarle semejante paquete de obligaciones parece haberse infiltrado en el imaginario social con la persistencia y profundidad de un gen. Tanto como el color del cabello o la complexión física, la convicción de que Dios va a resolver todo sin que uno tenga que mover un dedo, parecen ser rasgos indeleblemente impresos en lo profundo del ADN.
Creo firmemente que una cosa es la fé y otra muy distinta el cumplimiento de las responsabilidades que vienen implícitas en el ejercicio de la ciudadanía. Una sociedad no se mueve únicamente por la fuerza de las creencias religiosas. De hecho, su motor es la participación ciudadana en todos los aspectos de la vida en comunidad. Por ello, encomendarse a Dios puede ser muy positivo siempre y cuando no sea el único acto dirigido a cambiar un estado de cosas torcido y lleno de fallas estructurales.
Esta especie de conformismo congénito tiene una variante peligrosa, y es la negación absoluta de que el ser humano también tiene el poder de alterar la ruta de su propio destino, siempre y cuando actúe en esa dirección. De creer más en la humanidad y en su capacidad de adaptación al cambio, en su talento para romper estructuras y crear otras más aptas para las necesidades de la sociedad, no habría tanto estancamiento como el que se percibe actualmente.
La consigna para alcanzar objetivos comunes es involucrarse y participar. Actuar con decisión para exigir resultados, hacer más eficiente la gestión del Estado, controlar el gasto de los fondos -cuyo origen es el trabajo de cada ciudadano-, denunciar la corrupción y comprometerse a no alimentarla, son pasos aparentemente insignificantes pero de enorme impacto si todos van en la misma dirección.
Encomendarse a Dios es algo positivo, siempre y cuando no se utilice como un refugio contra la realidad. Las doctrinas religiosas también enseñan a servir, a compartir y a comprometerse en una labor común para lograr todo aquello que engrandece a las naciones.
Una de las virtudes de las redes sociales es su calidad de espejo de la sociedad. Allí se puede apreciar con bastante nitidez la manera de ver la vida, el comportamiento social, los mecanismos de evasión y aquellos rasgos característicos que marcan a una cultura determinada.
A través de los meses, me ha resultado fascinante comprobar la facilidad con la cual la mayoría echa sobre los hombros de Dios el pesado fardo de proteger a la niñez, combatir la corrupción, reducir la violencia, colocar en el mando a un buen y honesto gobernante, reducir el costo de la vida, resguardar el patrimonio natural, evitar el contrabando y combatir el narcotráfico. Para todo es bueno y todo se espera de su infinito poder, siempre y cuando no sea la ciudadanía la que tenga que involucrarse en tan complicadas tareas.
Es y ha sido el mensaje más recurrente recibido en los muros de facebook, por ejemplo, al compartir notas sobre asesinatos de personas inocentes cuyo único pecado para alcanzar tan lamentable final ha sido el simple hecho de existir, excusa suficiente para que un perverso asesino les quite la vida con un par de balazos.
Este afán de endilgarle semejante paquete de obligaciones parece haberse infiltrado en el imaginario social con la persistencia y profundidad de un gen. Tanto como el color del cabello o la complexión física, la convicción de que Dios va a resolver todo sin que uno tenga que mover un dedo, parecen ser rasgos indeleblemente impresos en lo profundo del ADN.
Creo firmemente que una cosa es la fé y otra muy distinta el cumplimiento de las responsabilidades que vienen implícitas en el ejercicio de la ciudadanía. Una sociedad no se mueve únicamente por la fuerza de las creencias religiosas. De hecho, su motor es la participación ciudadana en todos los aspectos de la vida en comunidad. Por ello, encomendarse a Dios puede ser muy positivo siempre y cuando no sea el único acto dirigido a cambiar un estado de cosas torcido y lleno de fallas estructurales.
Esta especie de conformismo congénito tiene una variante peligrosa, y es la negación absoluta de que el ser humano también tiene el poder de alterar la ruta de su propio destino, siempre y cuando actúe en esa dirección. De creer más en la humanidad y en su capacidad de adaptación al cambio, en su talento para romper estructuras y crear otras más aptas para las necesidades de la sociedad, no habría tanto estancamiento como el que se percibe actualmente.
La consigna para alcanzar objetivos comunes es involucrarse y participar. Actuar con decisión para exigir resultados, hacer más eficiente la gestión del Estado, controlar el gasto de los fondos -cuyo origen es el trabajo de cada ciudadano-, denunciar la corrupción y comprometerse a no alimentarla, son pasos aparentemente insignificantes pero de enorme impacto si todos van en la misma dirección.
Encomendarse a Dios es algo positivo, siempre y cuando no se utilice como un refugio contra la realidad. Las doctrinas religiosas también enseñan a servir, a compartir y a comprometerse en una labor común para lograr todo aquello que engrandece a las naciones.
(Publicado el 21/09/2013)
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