lunes, 15 de julio de 2013

La humanidad ausente

Es un mecanismo de auto protección que bloquea las emociones.

El sábado se publicó la noticia sobre el asesinato de una joven mujer. Recibió varios impactos de bala en la cabeza, decía la escueta nota. Un femicidio. Uno de esos crímenes a los cuales ya nos hemos acostumbrado. La nota que circuló por las redes, sin embargo, se enfocó en el perro que salió a defenderla de los sicarios. Herido en una pata, fue el protagonista de la jornada y la mujer muerta quedó en el olvido.

Nada tengo contra los perros, todo lo contrario. Por lo general los estimo más que a muchas personas, por nobles, generosos y solidarios. El tema es la indiferencia ante un estado de violencia criminal que nos alcanza a todos por igual y al que intentamos evitar con todas nuestras fuerzas. No queremos saber, no queremos ver ni oír. No queremos vivir la realidad.

Esa especie de autismo inducido nos ha llevado a contabilizar los hechos de violencia en términos abstractos. De ese modo, no solo le restamos fuerza al impacto, también lo hacemos tolerable y lejano. Las mujeres y hombres asesinados, las niñas violadas, las víctimas de trata y aquellas niñas y niños que vemos a diario en las noticias, agonizantes por la desnutrición –eso también es crimen- se transforman en estadística y pasan por nuestra cotidianidad dejando apenas un soplo de drama, pero ningún remordimiento.

No es que seamos culpables, pero cuando la tolerancia rebasa los límites de lo posible, cuando preferimos callar a protestar y nos encerramos tras alambres espigados que tampoco nos protegen, entonces creamos un ambiente propicio para el abuso y el crimen, para la corrupción y la mentira, para que quienes lo deseen hagan de nuestra vida y nuestro territorio una tierra de nadie.

Es importante conocer la vida detrás de esas muertes. Averiguar si esa mujer tirada en la calle con el cerebro reventado a tiros tenía hijos. Si su madre dependía de ella o si sus compañeros de trabajo le tenían afecto. Empecemos por conocer su nombre. Por identificarla como a un ser humano que paseó por las calles creyéndose segura. No perpetremos en ella otra agresión negándole la existencia porque entonces nos volveremos cómplices de su total desaparición.

El femicidio no es una exageración. Los asesinatos de pilotos y las extorsiones contra pequeños comerciantes -quienes acaban muertos por no pagar lo que no tienen- tampoco lo son. Tengamos la decencia de por lo menos reconocer su calidad de vecinos, de seres humanos con derecho y obligaciones, con un nombre propio y una vida real.

Es importante aterrizar desde la nube virtual en la cual hemos construido un falso refugio para tomar conciencia de la dimensión del deterioro social. Quizás así veremos desde otra perspectiva hasta qué punto hemos contribuido con nuestro silencio a esa decadencia moral. Las muertes por violencia, los asaltos, las violaciones y sus terribles consecuencias no son algo que tenía que suceder, es algo posible de erradicar si por lo menos existe una expresión de rechazo y la ciudadanía hace patente su condena.

La mujer se llamaba Ruth Noemí García Ico y tenía 20 años. Que en paz descanse.
(Publicado el 15/07/2013)

Nicanor Parra


Hay dos panes. 

Usted se come dos. 

Yo ninguno. 

Consumo promedio: 

un pan por persona

domingo, 14 de julio de 2013

Las máscaras


Tengo sobre mi escritorio unas bellas máscaras africanas que traje de un viaje a Sudáfrica y a Zambia. También cuelgan sobre la pared una que me trajo Caro de Cuba y otra, muy guatemalteca, que compré yo misma en el mercado central. Cuando me siento a escribir no puedo evitar mirarlas, pero a veces ni siquiera mirándolas las veo. No pienso en ellas porque son como un objeto de adorno que perdió su identidad en el momento de adquirirlo. Sin embargo, hoy me impusieron su presencia al pensar en los temas sobre los cuales escribo religiosamente cada semana. Mis artículos sobre el hambre, la injusticia, el abuso, la corrupción y la violencia se parecen a estas máscaras un poco en eso de hacer de adorno cuando fueron hechos para conjurar otros demonios. Y estas máscaras me vienen a recordar la presencia de todos esto y la inutilidad de gastar mis energías en el intento de denunciarlos en un país pequeñito, hacia un grupo de persoas que no conozco, en medio de un continente en constante cambio, con todas las amenazas que socavan sus estructuras y que no tenemos la menor oportunidad de vencer. Esto me lo recuerdan esas máscaras porque en Africa las cosas no son mejores que aquí. De hecho, son peores las injusticias, los asesinatos masivos, el hambre que extermina con insidia a la población civil y con más saña aún a niñas, niños y mujeres que no tienen otro lugar -ni otro continente- a donde refugiarse.

Las palabras



"Aún no sabía leer, pero ya era lo bastante snob para exigir tener mis libros. Mi abuelo se fue a ver al picaro de su editor e hizo que le diesen Les Contes del poeta Maurice Bouchor, relatos sacados del folklore y adaptados al gusto de los niños por un hombre que, según decía él, había conservado los ojos de la infancia. Yo quise empezar en seguida las ceremonias de apropiación.

Cogí los dos pequeños volúmenes, los olí, los palpé, los abrí cuidadosamente por «la página buena» haciendo que crujiesen. Era en vano: no tenía el sentimiento de poseerlos. Sin lograr mayor éxito, intenté tratarlos como muñecas, los mecí, los besé, les pegué. A punto de echarme a llorar, acabé poniéndoselos en las rodillas a mi madre. Ella levantó la vista de su labor. «¿Qué quieres que te lea, queridín? ¿Las Hadas?»" Jean Paul Sartre, Les Mots.

La vieja Royal


Sé que no es fácil de creer, pero cuando el director de El Gráfico me invitó a escribir mi columna allá por 1992, decidí comenzar desde atrás. Desde esta preciosa Royal antigua que acumulaba polvo en mi estudio. La idea era, quizás, recrear sensaciones vividas hacía mucho, cuando entraba a escondidas a la oficina de mi padre -director impenitente de diarios y noticiarios radiales- a teclear cualquier cosa en su vieja máquina.
Según me aseguró el anterior propietario de esta preciosidad, le había pertenecido a Lorenzo Montúfar. Era su portátil (viene con estuche). De creerlo o no, la verdad es que no importa de quien haya sido, lo lindo del artilugio es que fue usado más de una vez y tiene esa larga experiencia marcada en sus teclas.
La cinta aun pinta y en su mecanismo no hay falla. Algún día escribiré en ella una carta especial, por ahora no es más que un adorno con una historia que me cautiva.

La vida es así

Algunos prefieren ver las cosas como a través de un tubo. Sin contexto.

Si la culpa de su desgracia la tienen los pobres y ellos son mayoría, ¿en dónde queda la responsabilidad del resto de la sociedad? Se supone que un conglomerado social es un conjunto de seres humanos compartiendo un territorio con sus riquezas y también sus desventajas. Se supone, además, que para compartir ese pedazo de tierra se han puesto de acuerdo en determinadas normas de conducta y han establecido los sistemas que les permitan convivir en armonía y dentro de un juego de valores. Eso, se supone.

Pero hay quienes creen sinceramente que los pobres viven en la miseria porque así lo escogieron. Porque son unos vagos sin iniciativa y sus mujeres son unas promiscuas irredentas incapaces de controlar su instinto reproductivo. Esta línea de pensamiento no es una exageración; de hecho, brota a cada paso en variados comentarios sobre la realidad nacional y la pobreza en corrillos formales e informales.

Algo similar sucede ante el espectáculo de una juventud desquiciada, volcada a la criminalidad extrema desde temprana edad y sin más perspectiva que ir a parar a los centros carcelarios. Es culpa de esos niños y jóvenes -opinan algunos- el estilo de vida que han elegido para desgracia de toda la sociedad. Al mismo tiempo y sin mayor reflexión sobre su incidencia en el fenómeno, se pretende cerrar los ojos ante la mala calidad de la educación, la falta de seguridad alimentaria durante los primeros años de vida, la degradación del ambiente que les rodea desde la más temprana infancia, la desaparición progresiva de los centros educativos gratuitos y especializados en la enseñanza de técnicas y oficios, la falta de oportunidades de empleo y la violencia en el seno de sus hogares.

La sociedad no es más que el reflejo de cada uno de sus miembros, se quiera o no. Por lo cual, existe una responsabilidad compartida en el estado de cosas que parecen relevantes desde la perspectiva del desarrollo, pero también en las que colocan a un país a la zaga de sus vecinos. En el continente latinoamericano existe por fin una coincidencia democrática firme y bien establecida, después de haber atravesado por una racha de regímenes dictatoriales que lo desgastó política y socialmente. Entonces no hay muchas excusas para no saber cuales son los motivos por los que existen los grandes abismos de miseria. Cualquiera tiene acceso a la historia y abundan los estudios sobre el tema.

La situación de la mujer con su cauda de inequidad, racismo, exclusión y violencia en su contra, es también una consecuencia de ese devenir histórico que nos ha marcado a todos. Por eso resulta patética la simplificación de las causas de su marginación y de su situación precaria. Afirmar que una madre de 5 hijos que vive en la más absoluta pobreza es culpable de sus desventuras, es el colmo de la ignorancia, por no calificarlo de maldad. Para ver la realidad en toda su enorme complejidad hay que sacudirse los prejuicios y estereotipos que contaminan la visión y tener la mínima sensibilidad de ponerse por un minuto en el lugar de quienes nada tienen. Al fin y al cabo, ellos son –lo queramos o no- nuestros compañeros de viaje.
(Publicado el 29/04/2013)

Dieta de pobres

La alimentación durante los primeros años de la infancia define el futuro.

Pan duro remojado en agua y rociado con azúcar. Esa fue la cena de Dorotea y sus cinco hijos y, aunque el hambre arreciaba, todos se fueron a dormir con cierto alivio en el estómago. Muchas son las Doroteas obligadas a hacer milagros para engañar a la tripa vacía y cuando surge una oportunidad de conseguir algo más sustancioso que esas calorías sin contenido nutricional, la aprovechan sin siquiera dudarlo. Por eso, quizás, esperan con cierta ilusión las campañas electorales y los programas asistencialistas promovidos por los distintos gobiernos.

Esas niñas y niños bajo la tutela de unos padres sin recursos y, peor aun, si solo dependen de su madre, están destinados a una vida sin oportunidades. Con muy escasas excepciones, quienes hayan tenido una niñez carente de la nutrición adecuada y los elementos indispensables para el desarrollo cerebral y físico, difícilmente se convertirán en personas activas e intelectualmente aptas en su vida adulta.

Cuando se extrapolan las cifras conocidas de hambre y desnutrición crónica a los pronósticos de crecimiento económico y desarrollo social, el resultado nos regresa a una realidad precaria y llena de obstáculos, condicionada por las bases endebles de una fuerza de trabajo insuficiente para atender con cierto éxito los desafíos de la tecnología y las nuevas condiciones de los mercados.

La dieta pobre de esa gran cantidad de niñas y niños nacidos en un ambiente tan desfavorable los coloca en una enorme desventaja frente a las inclemencias del clima, la falta de sistemas sanitarios y las condiciones precarias de subsistencia, por lo cual son víctimas propicias para toda clase de enfermedades. Dorotea, la madre de los cinco menores alimentados a pan y agua, a pesar de trabajar desde la madrugada lavando ropa y cuidando a niños ajenos, tampoco tiene cómo comprar medicinas.

No los vemos, pero estamos constantemente rodeados de personas tan necesitadas como Dorotea. Lo que sucede es que jamás preguntamos cómo les va, si les alcanza el salario, si tienen deudas o si comieron un bocado la noche anterior. Es una especie de protocolo –dicen que preguntar es de mala educación- pero en realidad es la mejor manera de no saber para evitar involucrarse emocionalmente en una situación que no sabemos cómo enfrentar.

La perspectiva distorsionada que nos hace segmentar a la población en grandes bloques: los ricos, los asalariados y los pobres de pobreza absoluta, nos ha ido transformando por dentro hasta aceptar esa estructura como el orden natural de las cosas, sin cuestionar los motivos de las inequidades profundas que nos rodean. Pero los hijos de Dorotea no tienen por qué pasar hambre ni es justo que deban faltar a la escuela por enfermedades fácilmente prevenibles con un poco de esfuerzo: mejores condiciones sanitarias, mejor alimentación.

En el campo de la nutrición, la constancia es fundamental. Los esfuerzos esporádicos y las iniciativas interrumpidas terminan siendo meros paliativos para una carencia estructural cuyas raíces están profundamente hincadas en una historia de desigualdad e injusticia. Por ahí hay que comenzar.
(Publicado el 27/04/2013)

Amor al prójimo

El viento arrastra a las nubes, pero ellas ocultarán al sol en donde vayan.

El escenario de lucha en la sociedad moderna nada tiene que ver con los viejos conflictos que se dirimían a punta de bayoneta. Hoy los recursos de comunicación han planteado un escenario complejo y diverso que exige nuevas estrategias y propone distintas metodologías para enfrentar y resolver las diferencias. Sin embargo, algunas de las antiguas tácticas de guerra permanecen incólumes, tales como la descalificación moral o el ataque directo a la integridad física de un enemigo a quien se teme.

La ambición por el poder, en contraposición con los increíbles avances en la tecnología de la información, no ha cambiado ni un ápice a lo largo de los siglos. Todo lo contrario, se potencia a sí misma de manera exponencial hasta llegar a niveles nunca antes vistos, con capacidad de influir en decisiones de Estado a partir de intereses particulares, como se observa en algunos conflictos bélicos basados en privilegios de industrias estratégicas como el petróleo, la minería o la agro industria.

Esa influencia, expresada en el campo político, fortalece ese maridaje ideal capaz de transformar a las sociedades en instrumento de consumo y acumulación de bienes materiales para unos pocos, en desmedro de grandes masas pauperizadas cuyo peso muerto es un freno determinante para el desarrollo de los países que funcionan bajo esa norma.

En el segmento de planeta que toca a América Latina –occidental y sur- esto se ha experimentado de manera palpable. Fue en este inmenso territorio en donde se concentraron todas las ideologías y se han ensayado todos los sistemas orientados a convertirla en un proveedor de mano de obra barata y materia prima para los países desarrollados. Este continente de inmensas riquezas naturales, culturales y étnicas, fue primero el patio de ejercicios de los dos mayores contrincantes políticos del siglo pasado y, por consiguiente, el mayor reducto de la guerra fría liderada por la nación más rica y poderosa del mundo bajo la bandera de la democracia y la libertad. El resultado, profundas divisiones y una creciente polarización social.

El amor al prójimo, uno de los valores fundamentales de todas las doctrinas religiosas y del verdadero humanismo, ha sido la primera víctima de esa deconstrucción del concepto de democracia. Este pilar de armonía e igualdad de los pueblos que han conquistado la paz en base al respeto por los derechos humanos es hoy un lujo raro, transformado en herramienta de relaciones públicas y recurso de imagen corporativa o política que no concuerda con su verdadera esencia valórica.

El respeto por la vida humana ha perdido, por ende, la supremacía como derecho indiscutible de toda persona para pasar a ser un elemento más en el juego de poderes, en el campo de batalla e incluso en el debate jurídico. Lo que ha quedado de los grandes movimientos de reinvindicación de la auténtica independencia de nuestros países es un rescoldo de odios que ha opacado por completo el verdadero sentido de solidaridad, los mismos que alguna vez propiciaron los grandes avances en educación, salud y desarrollo de políticas orientadas a eliminar las inequidades que nos encadenan al subdesarrollo.
(Publicado el 22/04/2013)

El sueño de la paz

La paz no es la antítesis de la guerra. La paz lo abarca todo.

El ejemplo de algunos líderes mundiales como Nelson Mandela, Martin Luther King o Mahatma Gandhi nos dejó grandes enseñanzas. Una de ellas es que la búsqueda de la paz no siempre está exenta de violencia. Perseguidos y encarcelados por pregonar ideas contrarias al sistema establecido, su fuerza moral los sostuvo durante años de persecuciones y campañas de desprestigio por parte de los círculos de poder. Dos de ellos –Gandhi y Luther King- fueron asesinados en un inútil y tardío afán de callarlos.

De esa capacidad de resistencia, de esa solidez intelectual y humana surgió el mensaje de estos pensadores, cuya esencia transformó de manera radical la manera de ver al mundo y dejó para la posteridad el mensaje de que el respeto de los derechos humanos de las grandes mayorías es el único camino posible hacia la paz y el desarrollo.

La resistencia pacífica fue, coincidentemente, una de las estrategias utilizadas por estos tres personajes de la historia del siglo veinte. De ella emanó la certeza de que sin perseverancia, sin una conciencia clara del porqué de la lucha y sin la convicción de cuál es el camino correcto para transformar las condiciones de vida, no hay esperanza de cambio. Pero además, constituyó todo un ejemplo para las generaciones del futuro respecto de la importancia de buscar la paz a través de la verdad como única manera de lograr la reconciliación.

En ese camino hacia el entendimiento, todos los senderos pasan por la justicia. Por ello un sistema diseñado para favorecer a unos pocos en desmedro del resto de la población, se interpondrá de manera inevitable en la búsqueda de la paz.

Para restablecer el imperio de la justicia, el conocimiento es básico. La búsqueda de la verdad en países agobiados por la violencia pasada y presente, con una historia de conflicto bélico y un gran porcentaje de sus habitantes viviendo bajo la línea de la pobreza, implica un proceso de catarsis, revelación y recuperación de la identidad alterada por décadas de silencio y represión. La reconciliación y el perdón, por lo tanto, constituyen ingredientes básicos en esta fórmula cuyo objetivo es la reconstrucción del tejido social para conformar una sociedad más justa e igualitaria.

La consecución de estos objetivos chocará frontalmente con la resistencia feroz de quienes sostienen en sus manos las riendas del poder político y económico, al considerar como una amenaza, la participación de la población en procesos de cambio incluyentes, capaces de abrir las estructuras de poder para garantizar una auténtica democracia. El riesgo de esa democratización de las instituciones que conforman la base del sistema, los lleva a cerrar filas en contra de cualquier intento de cambio y, de paso, a crear mecanismos destinados a deslegitimar esos esfuerzos.

La paz, como nos enseñaron esos grandes líderes, representa la culminación de procesos radicales y profundos de transformación social. Significa la plena aceptación de los derechos de los otros, la reivindicación de su sitio en la sociedad, el respeto a las diferencias y el combate a la injusticia. No hay otro modo de alcanzarla, los acuerdos y tratados son letra muerta si no hay acciones hacia esa meta.
(Publicado el 20/04/2013)

Violar es la consigna

La empatía no funciona con las víctimas. Nadie quiere sentir tanto dolor.

Es difícil imaginar qué ideología perversa, qué estrategia de dominación podría convertir a esos soldados reclutados a la fuerza de sus comunidades campesinas en unos engendros demoníacos sedientos de sangre inocente. Porque el relato de las violaciones –esas historias indescriptibles de saña y dominación- no deja espacio a interpretaciones políticas ni a la manipulación de la duda. Allí están las víctimas de estos actos de salvajismo extremo.

Me resulta casi imposible dejar de lado el hecho de que los perpetradores, muchachos jóvenes adiestrados en el siniestro arte de matar y torturar tenían madres, hermanas, novias o esposas semejantes a sus víctimas. Cuando abrían los vientres de tajo para extraer a un feto palpitante, era quizás la imagen de su propio hijo a punto de nacer. Y cuando hacían cola para violar a una niña de 5 o 7 años, una pequeña frágil y paralizada de terror, era la imagen de su propia hermana.

Las violaciones sexuales en tiempos de guerra son un arma poderosa. No solo destruyen a la víctima directa, también arrasan con la integridad de toda su comunidad. Y eso lo conocen bien quienes se encontraban en la línea de mando, ascendente hasta la mismísima jefatura de Estado. Estos no eran excesos circunstanciales sino toda una estrategia de acción para tocar la base misma de la población de las regiones que constituían el núcleo de operaciones contrainsurgentes.

La Escuela de las Américas, no hay que olvidarlo, fue y sigue siendo el centro de adiestramiento en éstas y otras tácticas de guerra sucia. No importa qué digan los tratados y convenciones internacionales sobre el tema. La guerra sucia corrió paralela a cualquier demanda internacional sobre respeto a los derechos humanos, hasta que estos tratados y convenciones les dieron alcance con juicios emblemáticos que han llevado ante la justicia a dictadores como Videla, Pinochet y a muchos de sus secuaces.

Hoy las víctimas de estos horrores cuentan su historia, pero no tienen el beneficio de la empatía de toda la ciudadanía. Nadie quiere ponerse en su lugar, nadie quiere escuchar esas experiencias de una crueldad inaudita, nadie quiere saber cómo es que sacaban a los fetos de los vientres para estrellarlos contra las piedras. Tampoco cómo fue que murieron esas pequeñas niñas malnutridas a manos de la soldadesca despiadada que las violaba en cadena. Nadie quiere imaginar a sus propias hijas padeciendo la tortura y la muerte.

Pero es preciso hacerlo por el bien de Guatemala. No hay razón alguna para dejar impune tanta iniquidad y mucho menos para beneficiar a sus promotores con la anulación de un juicio que, por justo y pertinente, ya es histórico. Hay que hacer el esfuerzo y volver a oir esos testimonios porque nada –y mucho menos la supuesta amenaza comunista- podía justificar tanta sangre inocente y tal nivel de barbarie.

No hay que olvidar ni hacerse a un lado para no saber, porque eso convierte a todo un país en cómplice de sus victimarios y constituye una renuncia voluntaria a la restauración plena de su integridad. Guatemala clama por seguridad y justicia, ya es tiempo de responderle.
(Publicado el 15/04/2013)

La semilla quemada

Quisieron exterminarlos y no pudieron. Hoy los ixiles cuentan la historia.

Nunca antes hubo un juicio tan trascendental en Guatemala y por eso ojos y oídos del mundo se dirigen hacia la sala de vistas del palacio de justicia, en donde desfilan peritos, testigos y víctimas relatando los horrores vividos durante el conflicto armado interno. Muchas personas han podido observar los testimonios a través de la red y para la mayoría de ellas es el primer acercamiento directo a lo sucedido durante ese período de la historia.

Ante la realidad de un juicio que se venía posponiendo desde hace décadas, una parte de la sociedad ha reaccionado con furor y se ha dado a la tarea de crear toda una estrategia mediática para confundir a la ciudadanía y descalificar no solo a los peritos y a las víctimas, sino también al tribunal que ha llevado este jucio de una manera impecable y ajustada a derecho.

Además y como rara coincidencia, han comenzado a surgir otros escándalos sabiamente dosificados para desviar la atención de la población hacia asuntos escabrosos en los cuales se involucra a funcionarios de gobierno, con lo cual se reduce el impacto de un juicio que, de no ser entorpecido por el tráfico de influencias de algunos sectores interesados, sentará las bases de una nueva visión de la justicia y los derechos humanos en el país.

Uno de los elementos surgidos durante este proceso ha sido el destino incierto de niñas y niños extraídos de su grupo y adoptados de manera ilegal por sus propios victimarios. Algo similar a lo sucedido en los países sudamericanos durante las dictaduras militares y que con el transcurrir de los años ha provocado innumerables investigaciones, búsquedas y denuncias por parte de familiares directos. Sin embargo, para estas niñas y niños ixiles sustraídos de su tierra y de sus comunidades, las oportunidades de reintegración son prácticamente inexistentes. Exterminada su familia y desplazados los demás miembros de las comunidades, esos lazos destruídos de manera irremediable impidieron su regreso a sus raíces.

La crueldad de la metodología de exterminio –la misma que no desean llamar genocidio pero cuyas características encajan con esa figura- fue cuidadosamente delineada y llevada a cabo con éxito hasta el extremo de reducir numéricamente a la etnia ixil, eliminar toda posibilidad de retorno a su vida normal, etiquetarla como enemiga del Estado y convertir a sus sobrevivientes en parias dentro de su propia tierra, quitándoles el acceso a sus fuentes de sustento, su cultura y sus tradiciones.

Las hábiles y a veces ridículas estratagemas de los abogados de la defensa de los generales Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez, señalados como responsables de todos los hechos consignados por la acusación en este caso paradigmático, han pretendido retrasar y, más aún, anular el juicio. De lograr su objetivo mediante maniobras arteras, quedaría en evidencia la desventaja de quienes, apegados a la ética, buscan el imperio de la ley y la consolidación del estado de Derecho en Guatemala. Este juicio no busca, como algunos opinan, abrir heridas del pasado. Todo lo contrario, más bien busca restañar las que nunca se cerraron.
(Publicado el 13/04/2013)

Perros peligrosos

Creada la herramienta, ahora a perseguir chuchos…

No conozco las estadísticas sobre ataques de perros peligrosos, pero como opinan algunos conocedores, de estadísticas está empedrado todo el camino desde Guatemala hasta el mismísimo infierno. Lo que sí sé es la responsabilidad de los humanos en el comportamiento de sus mascotas, sean éstas perros, loros, gatos u hormigas.

Por eso no le he encontrado mucho sentido a la nueva Ley para el Control de animales peligrosos y menos aun la urgencia, como para que los honorables miembros del Congreso hayan abandonado un enorme cúmulo de proyectos de ley importantes, para dedicarle tiempo a la discusión y aprobación de algo que difícilmente se implementará.

De acuerdo con el artículo 1 de esta Ley, su objetivo es “de interés social y tiene por objeto establecer la normativa aplicable a la tenencia, crianza, control, entrenamiento y adiestramiento, cuando sean posibles, de animales considerados potencialmente peligrosos”, lo cual no parece mala idea si se considera que son los dueños de estos animales “peligrosos” quienes hacen lo posible por convertirlos en máquinas de matar. Por ende, el control tiene que orientarse, más que a perseguir a los perros, a realizar exámenes psicológicos y de adaptación social a sus propietarios.

Lo curioso es el artículo 6, en el cual se detallan las razas señaladas como peligrosas y altamente peligrosas. Es un listado de perros grandes y poderosos, pero no necesariamente peligrosos, dado este último comportamiento depende exclusivamente de la crianza y entrenamiento, ambos factores derivados de las intenciones, actitudes y habilidades de sus dueños. Un perro maltratado, dejado a la intemperie atado constantemente a una cadena pesada, sin comida ni agua, no será jamás un animal amistoso ni inofensivo. No importa cuál sea su raza.

Si a eso vamos, debería figurar en ese listado el Llhasa Apso. Yo rescaté uno y jamás he tenido un animal más cariñoso. Pero eso era conmigo. Al acercarse un extraño se convertía en una fiera y se lanzaba directo a los tobillos del intruso. Supongo que elegía los tobillos porque de haber sido más grande su objetivo habría sido la yugular. Eso era un perro peligroso, tan agresivo como aquel poodle miniatura que una vez me mordió la pantorrilla sin haber mediado alerta alguna.

Pero digamos que la ley sirviera para reducir significativamente los ataques a niñas y niños que inocentemente se acercan a estos ejemplares furiosos. Eso estaría bien, pero ¿quiénes van a aplicarla? Para ello, ha de haberse contemplado la contratación de un verdadero ejército de expertos cuya tarea será circular por las calles y los vecindarios cinta métrica en ristre para medir correas y listos para requisar a los perros que paseen sin bozal. Para ello necesitarán una buena provisión de vehículos acondicionados especialmente para el efecto, de esos mismos de los cuales carece la policía para capturar delincuentes.

No cabe duda de que los diputados saben muy bien cuáles son las necesidades más urgentes de la población. Tampoco cabe duda de que esos bozales, utilizados con buen criterio, tendrían mejor aplicación en otros lugares antes que en el hocico de un dogo guatemalteco.
(Publicado el 08/04/2013)

No hay de qué presumir

El fracaso rotundo de las políticas educativas se ve en sus resultados.

El pobre desempeño de los estudiantes graduados de diversificado –quienes fracasaron en las pruebas de matemática y lectura de manera abrumadora (93 y 75.5 por ciento respectivamente) es una alerta urgente para las autoridades educativas, quienes deberán tomar medidas y revertir la situación a corto y mediano plazos.

Este indicador, ilustrativo de cuán bajo es el nivel de la enseñanza en Guatemala, constituye una evidencia del precario nivel de competitividad del trabajador guatemalteco en un mundo cada vez más inclemente con las debilidades humanas y con la mediocridad de los sistemas de enseñanza pública y privada.

De ahí que la capacidad generadora y creativa de la fuerza laboral local es puesta a prueba contra países de la región como El Salvador o Costa Rica, cuya población juvenil obtiene mejores herramientas, saliendo del nivel medio capacitada de manera ventajosa para enfrentar los mercados y optar a mejores oportunidades de desarrollo en cualquier actividad productiva.

Con estas calificaciones académicas, el futuro no parece ser muy prometedor para un estudiante recién graduado y listo para entrar a la universidad o apostarle a un empleo de tiempo completo. Si ingresa a la universidad en esas condiciones tan desfavorables, parece difícil que llegue a convertirse en un profesional competente, capaz de enfrentar los retos de la tecnología avanzada en el campo laboral actual. Si decide, en cambio, buscar un trabajo que le dé lo suficiente para vivir, no tendrá las mismas oportunidades de quien ha coronado sus estudios con éxito y altas calificaciones, optando por el mismo puesto.

Este estudio, realizado por el Mineduc en establecimientos públicos y privados de todo el país y el cual refleja los resultados de 2012, muestra también y de manera muy particular, la necesidad de capacitar a los maestros, quienes en evaluaciones anteriores han mostrado tantas debilidades como sus alumnos. Aquí se plantea nuevamente el conflictivo tema de la eliminación de la carrera de magisterio con la intención de darle nivel universitario, lo cual hipotéticamente tendría incidencia en la calidad de la educación desde los primeros años de primaria.

Pero este fracaso no es una novedad. Los resultados de años anteriores fueron bastante similares con la excepción del período 2007-2009 cuyos porcentajes fueron francamente impresentables. En 2008, por ejemplo, solo 3.5 por ciento pasó las pruebas de matemática y 7 por ciento las de lectura. Es decir, no ha habido ningún esfuerzo sostenido por cambiar esta tendencia y tampoco se ha enfrentado el problema de manera integral, con políticas efectivas y con visión de futuro.

Esto coloca a la niñez y juventud del país en una situación de completa desprotección y desventaja para enfrentar los años venideros. Es importante recalcar, además, que el futuro de este sector es también el de Guatemala, país cuya deficiencia en la calidad educativa de su pueblo significa la baja respectiva en sus oportunidades de competir con éxito en el mundo globalizado y un descenso sostenido de la calidad de vida de sus habitantes.
(Publicado el 06/04/2013)

Detrás de la noticia

Escribimos, hablamos y discutimos sobre desnutrición, pero ¿la conocemos?

Uno de los más graves problemas de nuestra sociedad actual es la distancia que nos separa de los demás. Las mayores catástrofes, la realidad de nuestra niñez y las injusticias imperantes en el sistema en el cual estamos todos inmersos, nos resultan tan abstractas como lejanas, a menos que nos afecten de manera directa.

Por eso cuando nos referimos a la elevada incidencia de desnutrición crónica presente en más de la mitad de las niñas y niños guatemaltecos, difícilmente visualizamos el fenómeno y rara vez medimos sus proyecciones de largo plazo. Esto nos coloca a media distancia entre la responsabilidad propia como ciudadanos y el endoso de la culpa de esa inmensa deuda social a las autoridades de gobierno, masa amorfa de funcionarios cuyos nombres ni siquiera recordamos con exactitud y cuyo alto índice de rotación nos desubica en el mapa burocrático.

El resultado de este distanciamiento mental y de conciencia se replica en muchos otros aspectos de la vida. Pero en el caso de la niñez desnutrida esta indiferencia resulta en una especie de suicidio colectivo que nos conduce hacia la conformación de una población con capacidades reducidas, la cual no será útil ni siquiera para ejecutar las tareas más sencillas exigidas por el mundo laboral.

Tomando en cuenta que de ese 50 por ciento de niñez desnutrida crónica la mayoría logre sobrevivir a las infecciones, los parásitos, la diarrea y las afecciones cardiacas y respiratorias, pronto habrá varios millones de adolescentes y jóvenes de baja talla, de bajo peso corporal y cuyo cerebro no pudo desarrollarse del todo por falta de los nutrientes básicos para su formación y funcionamiento. Fenómeno que, por cierto, ya está presente en la mayor parte del país desde hace varios siglos.

Aquí aplica esa frase tan repetida “la niñez es el futuro de la nación” y en ella se dibuja, como en un mapa vivo, cuál será ese futuro si no se revierten las ominosas estadísticas que colocan a Guatemala a la zaga del continente. Adultos física y mentalmente privados de toda oportunidad de alcanzar un estándar mínimo y cuya precaria calidad de vida es determinada desde el nacimiento por una estrategia de explotación social y laboral definida en los círculos más elevados del poder económico.

Una de las responsabilidades de los medios, en un país con bajo nivel de lectura y más bajo aun de permanencia en establecimientos educativos, es dar información comprensible y actualizada respecto de los temas más importantes y de mayor incidencia en la sociedad. Sin embargo, por lo general el tema de la desnutrición crónica infantil se queda a nivel de noticia, y se deja pendiente la tarea de explicar a la población cuáles son los caminos posibles, desde los ámbitos familiares y comunitarios, para contribuir a reducir el impacto de esta terrible realidad.

Las causas de la desnutrición crónica no son un misterio para nadie y menos aun para el sector político. Pero las cifras aumentan cada vez que se realiza un informe de desarrollo humano y aun así no se observa reacción alguna en los despachos desde los cuales emanan las políticas públicas.
(Publicado el 02/04/2013)

La infancia feliz

Un país que no protege a la niñez está condenado al fracaso.

Las investigaciones señalan que el 38 por ciento de los muertos por el Ejército en el área ixil durante el cnflicto armado, de acuerdo con las osamentas halladas en fosas clandestinas, eran menores de 12 años. Y el Informe de Desarrollo Humano 2013 indica que Guatemala está solo por encima de Haití en los indicadores de (sub)desarrollo, siendo su población infantil la más afectada del continente por la desnutrición crónica y la escasa cobertura en salud.

La juventud no está mejor. Esa desnutrición crónica no es un fenómeno de generación espontánea. Viene agravándose desde hace ya muchas generaciones por la falta de alimentación adecuada, poco acceso de la mayoría de la población a servicios básicos como agua potable y saneamiento, una pobreza cada vez más pronunciada en las áreas rurales y suburbanas con el crecimiento de los anillos de pobreza alrededor de las ciudades.

Para constatar los efectos de la desnutrición crónica no hay que investigar mucho. Es cosa de salir con una cinta métrica y observar la disminución progresiva de la talla de los habitantes menos favorecidos en la repartición de la abundante riqueza del país. En otras palabras, estamos matando de hambre a la niñez y no nos importa si vive o muere. Más aun, no habría que descartar la posibilidad de que a algún sector político o empresarial más bien le convenga lo segundo, porque de ese modo no será necesario atender más adelante a esa población improductiva cuyas capacidades intelectuales y físicas fueron reducidas al mínimo por la falta de alimento.

Entonces, hay que preguntarse ¿cuál es el propósito de las políticas impuestas por los gobiernos desde la última dictadura? Gobiernos democráticos, es preciso aclarar. Presidentes cuyo discurso se ha centrado fundamentalmente en promesas de atención a la niñez y a las mujeres más pobres, con promesas de maravillosos programas para darles la oportunidad de crecer y desarrollarse a plenitud y disfrutar de una vida, si no ideal, por lo menos decente. Eso dicen en las campañas, eso repiten a los representantes de otros Estados y de organismos internacionales, eso le cuentan al Papa mientras le besan el anillo. Y todos les creen.

Pero a la niñez de Guatemala no solo le afecta el hambre total, esa que la mantiene al borde de una muerte contra la cual ni siquiera se resiste, porque no hay energía más que para respirar. También es atacada por la violencia dentro de su hogar. Madres frustradas y agobiadas por partos continuos iniciados en la adolescencia en las condiciones más precarias, padres violentos, alcohólicos muchos de ellos y otros simplemente convencidos de tener poder absoluto sobre su descendencia para hacer con ella lo que le venga en gana.

No es asunto de negar esa realidad, porque los estudios de organizaciones expertas en el tema, así como el Ministerio Público, señalan que el 90 por ciento de las agresiones sexuales a niñas y niños se produce en el seno del hogar. Y entre esas paredes, por lo visto, reina la impunidad. La niñez debería ser la etapa más feliz y despreocupada del ser humano y los Estados existen para garantizarlo. Cuando no lo hacen, es porque son fallidos.
(Publicado el 25/03/2013)

La Azotea

Entre las iniciativas más idealistas, una editorial de fotografía.

Corría el año 1973. Eran las épocas de grandes cambios, revoluciones y golpes de Estado en América Latina cuando a la fotógrafa guatemalteca Cristina Orive y a la fotógrafa argentina Sara Facio se les ocurrió la genial idea de fundar una editorial dedicada a la fotografía.

Arte aun no suficientemente explorado, la fotografía no parecía llenar los requerimientos para hacerse acreedora de un proyecto de tanta magnitud. La iniciativa, entonces, parecía una utopía lejana y poco práctica. Sin embargo estas dos artistas detectaron con gran visión el potencial existente, la riqueza de los archivos y la enorme importancia de rescatar esas imágenes que constituyen uno de los bienes patrimoniales fundamentales de nuestra historia.

Así fue como nació la Editorial La Azotea en una calle de Buenos Aires, con los primeros trabajos de investigación y documentación de la obra de fotógrafos como Martín Chambi, de Perú, Juan José de Jesús Yas y José Domingo Noriega, de Guatemala, Alejandro S. Witcomb, cuya obra es considerada patrimonio histórico de Argentina y Grete Stern, también argentina y quien organizó una de las primeras exhibiciones de fotografía en su país, allá por 1935.

Estos libros, joyas del arte fotográfico, editados con la perfección y la exigencia de dos especialistas en esa técnica, fueron la punta de lanza de un proyecto editorial que hoy cumple 40 años de existencia. Después se unieron a la colección nuevos valores como Sandra Eleta, de Panamá, Luis González Palma, de Guatemala y Marcos López de Argentina.

Pero la edición de libros era solo parte del sueño. Orive y Facio recorrieron mucho mundo dando a conocer los grandes valores latinoamericanos de la fotografía y montaron exposiciones en Argentina, México, Estados Unidos, Europa y Asia, acompañadas de los libros y las tarjetas postales como dos de sus productos más exitosos. Su presencia en las ferias del libro en distintos países y los premios internacionales de Arles, Francia; Leipzig, Alemania; Cámara de Editores de México y de la Cámara de Publicaciones de Argentina las llevaron por fin a ser la editorial fotográfica de mayor prestigio del continente.

¿Por qué les cuento esto en medio de un juicio por genocidio y el azote de la inseguridad? Porque este es un ejemplo de éxito y constancia en el campo del arte y la cultura en un país cuya imagen se encuentra teñida de violencia. Porque insistir en la importancia de la educación y el respeto a la cultura no bastan para elevar esas actividades esenciales al primer renglón de la agenda política. Porque Guatemala es más que pugna por espacios políticos y disturbios sociales. Es cultura.

Estos 40 años de existencia de una editorial pionera en América Latina es un orgullo para esta Guatemala en la cual el arte prospera a pesar de las vicisitudes. Es el legado de una extraordinaria fotógrafa guatemalteca, Cristina Orive, quien a lo largo de los años ha ido creando las bases para la reivindicación de un arte que antaño se consideraba oficio, pero que guarda una incalculable riqueza estética y documental. Gracias, Cristina y Sara, por esa Azotea.
(Publicado el 23/03/2013)

El negocio de la salud

La visión mercantilista de la salud es un vicio político.

Pocos negocios hay tan productivos como los relacionados con la salud. Desde el proceso de investigación de nuevas fórmulas hasta el producto puesto en el anaquel de una farmacia, la cadena resulta una auténtica mina de oro para quienes están involucrados. ¿Algún problema con eso? Claro que sí: la vida de quienes dependen de ese comercio.

En Guatemala y en otros países en desarrollo, la medicina es un lujo que pocos pueden costearse. De hecho, muchas personas mueren por ese motivo y dado que el porcentaje de población beneficiado por el seguro social es irrisorio, este país es uno de los más afectados por la falta de cobertura en salud, tanto desde el punto de vista cuantitativo como de la calidad de los servicios.

Por ello resulta contradictorio el hecho de marginar a las organizaciones que colaboran en la atención de pacientes con enfermedades tan graves y costosas como la insuficiencia renal crónica. Esto sucede actualmente con la Fundación Amor, la cual durante los últimos 12 años ha provisto de tratamiento de hemodiálisis a cientos de pacientes a un costo mínimo comparado con lo que cobra cualquier hospital por el mismo servicio. Esta fundación ha prestado apoyo y ha trabajado en conjunto con la Unidad Nacional del Enfermo Renal Crónico, Unaerc, la cual ha visto cómo cada año su presupuesto se ha ido volviendo más y más insuficiente para atender a sus miles de pacientes.

Las personas que viven con enfermedad renal crónica no son las únicas en sufrir las consecuencias de la visión materialista y poco solidaria en el sector de salud pública. Por el mismo calvario pasan los enfermos de sida, de cáncer, los que sufren enfermedades cardiovasculares y todos quienes dependen de servicios de salud eficientes y oportunos para sobrevivir a sus dolencias. Por ello resulta obvio que en tanto los criterios para administrar estos servicios pasen por el tamiz de la política con énfasis en la priorización de intereses particulares, el sector salud continuará apareciendo en los indicadores como uno de los menos eficientes de la región y la población guatemalteca como una de las más abandonadas en lo referente a este tema.

Quienes toman las decisiones de alto nivel no parecen tomar en cuenta a las personas a quienes afectan. Por lo menos los enfermos renales se han organizado para protestar y hacer oir su voz, pero hay otros afectados a quienes nadie les hace caso ¿qué pasa con las personas que llegan a morir por una infección prevenible o por un parto mal atendido? ¿Qué hay de los accidentados que llegan a los hospitales para ser enviados de regreso por falta de material para curaciones? ¿Y la falta de medicinas? ¿Y la contaminación nosocomial?

Lo importante, entonces, no es a quién adjudicarle los contratos para compra de insumos sino revisar los procedimientos con visión de nación, pensando en las personas que con sus impuestos pagan por los servicios y, por ello, tienen todo el derecho a exigirlos. Además, aunque no parezca estar en la mente de los burócratas, esto de la salud es un asunto de derechos humanos.
(Publicado el 18/03/2013)

Apología de la violencia

El solo pensamiento de acabar con la vida de alguien provoca un daño irreparable.

Es doloroso ver u oir a ciudadanos honrados con tales ansias de venganza como para ser capaces de incitar a otros a cometer un asesinato. El solo hecho de legitimar con su actitud un acto tan extremo –el asesinato de otro ser humano- indica que algo anda muy mal en nuestra sociedad. En cualquier nación democrática y civilizada sería inaudito ver a ciudadanos amables y respetuosos de la ley tener los arrestos de linchar a alguien, convencidos de hacer lo correcto. Eso sucede hoy en Guatemala.

La escalada de violencia no es un producto de la imaginación de quienes se oponen al gobierno y quieren desprestigiarlo, sino una realidad palpable, cotidiana, capaz de transformar a un pueblo normal y pacífico en una sociedad rabiosa, frustrada y abrumada por el miedo de salir a las calles. Todos los días se acumulan tantos muertos por hechos de violencia que casi no da tiempo de contarlos y menos aun de llevar un registro exacto, porque algunos ni siquiera se llegan a conocer.

Entonces nuestro cerebro se bloquea y trata de olvidar. O bien, busca una salida a esa rabia contenida y clama a gritos por venganza. La búsqueda de paz y justicia se perdió en medio del caos que hoy se vive en el país, a pesar de los supuestos avances publicitados por las autoridades. Lo que no han entendido quienes asumieron la responsabilidad de gobernar y, con ella, la obligación de proteger la vida de las personas, es que no será con porcentajes como van a convencer a quienes suben a un autobús, caminan por la calle o manejan su automóvil con un nudo de pánico en el estómago.

En los dos primeros meses del año y aun con el sabor de las fiestas navideñas, fueron 69 las niñas y niños asesinados por heridas de arma de fuego. Nunca antes se había visto semejante saña en contra de la población infantil, pero tampoco se había visto tanta permisividad ante las acciones y el poder de las organizaciones criminales, cuyas huestes transitan libres por todo el territorio nacional.

La ira popular ante el incremento de estos hechos es absolutamente comprensible. Lo que no es aceptable son esas frenéticas ansias de buscar el castigo de manera directa, sin intermediarios, sin instituciones encargadas de administrar justicia, sin un cuerpo de policía que aplique los procedimientos de ley.

El problema es que ese cuerpo de policía no es confiable. Sus elementos, en demasiadas oportunidades, han sido sorprendidos delinquiendo, extorsionando, violando y cometiendo las peores fechorías. Que ese sistema de administración de justicia, la mayoría de veces, termina dejando ir a los criminales aun después de haberlos capturado en flagrancia. Que aun si los retiene en prisión, las deficiencias del sistema les permiten comunicarse con sus secuaces para buscar venganza.

El círculo está completo: desde el funcionario corrupto hasta el último de los delincuentes, la cadena de la impunidad funciona a favor de quienes tienen el poder de su lado y en contra de toda la ciudadanía. Para hablar de avances en seguridad, los números deben reducirse a la mitad y mostrar avances progresivos, sin retrocesos. Cualquier otro indicador significa que las promesas no se han cumplido.
(Publicado el 16/03/2013)

La semilla fundamental

Educación es la palabra. Sin ella nunca habrá paz ni democracia.

A pesar de ser una pieza tan obvia del discurso político, la educación es y seguirá siendo un sueño inalcanzable para la mayoría de la población. No esa instrucción elemental de los planes de alfabetización creados para maquillar las políticas sobre la materia, sino una educación integral orientada al empoderamiento de la niñez y la juventud, con poderosa visión de derechos y apuntando hacia la eliminación de las barreras que dividen a la sociedad actual. En dos platos, la fórmula para una sociedad realmente incluyente y participativa. Una sociedad auténticamente democrática.

Pero no son esos los planes. Dado que la calidad en la educación se consigue por medio de medidas audaces, cambios estructurales, revolución en las ideas y en las acciones de cambio, además de una fuerte inversión, ese tema ha sido sistemáticamente marginado de la agenda pública. Los paños tibios a los cuales se ha acostumbrado la clase política solo ocultan por un tiempo la suciedad conceptual del modelo imperante, pero no calan hasta lo más hondo en la situación de empobrecimiento progresivo de este sector, que afecta a más de la mitad de la población escolar con absoluto énfasis en los sectores de bajos ingresos.

Mucho se discute respecto de programas y contenidos. Pero estamos frente a una escena de divorcio entre el hoy y el mañana provocada por la dicotomía entre lo que el país necesita y la visión particular de quienes llevan las riendas de las políticas educativas. Un diagnóstico preciso podría llevar a reformar no solo los planes de estudio sino también las ofertas de especialidades para una juventud que corre por vía directa hacia el desempleo y la criminalidad. Carreras técnicas orientadas a cubrir necesidades específicas que promuevan más desarrollo y mejores soluciones para problemas puntuales, podrían convertirse en la palanca que ayude a iniciar un movimiento de reforma con impacto en todos los aspectos de la vida nacional.

Guatemala es un país dividido entre un pequeño sector altamente sofisticado y de altos ingresos y una enorme masa cuya energía se invierte casi totalmente en la lucha por la supervivencia. Esa brecha entre estos dos mundos ha sido acunada y propiciada a la sombra de pactos políticos y económicos, con vistas a mantener un gran contingente de mano de obra barata incapaz de negociar la venta de su trabajo y privado de las herramientas intelectuales que le permitan erigirse en una contraparte legítima para la defensa de sus intereses. En medio, un estamento político que actúa como defensor de los intereses de los primeros y represor de las protestas de los segundos.

Sin embargo, el discurso dice otra cosa. Se utiliza el tema de la educación como un recurso demagógico y se le menciona como un puntal para el desarrollo nacional pero negándole los recursos indispensables para hacer realidad sus planes más básicos. Guatemala es uno de los países de América Latina que menos invierte en la educación de su gente y eso tiene repercusiones inmediatas y de largo plazo en todos sus indicadores de desarrollo. Quienes definen las políticas públicas deberán revisar sus prioridades y conceder un mínimo de validez a las legítimas demandas de la ciudadanía.
(Publicado el 11/03/2013)

Mujeres tontas

Negar la realidad puede ser una estrategia muy perversa.

Ayer fue un día de mensajes positivos. Fue una jornada de reconocimiento al esfuerzo de mujeres, hombres y organizaciones de la sociedad en el camino de la igualdad de oportunidades, la equidad de género, la justicia y el respeto por los derechos de esta otra la mitad de la población que produce y aporta riqueza al país desde todos sus ámbitos.

Es evidente que en esa multiplicidad de manifestaciones no podía faltar una voz disonante. Más que disonante, estridente. Me refiero al comentario publicado en un medio de comunicación, en el cual una mujer califica de tontas a sus congéneres del mundo entero que viven sometidas a situaciones de exclusión y violencia.

El comentario no merece ser publicitado y por ello no mencionaré a su autora, pero sí es importante recalcar el hecho de que refleja el pensamiento de un cierto sector de hombres y mujeres cuya opinión sobre la lucha por la igualdad de género siempre ha sido negativa y descalificadora. Esa opinión, aunque hace ruido en el imaginario social, se basa en prejuicios y desconocimiento de la realidad y de los sólidos obstáculos jurídicos e ideológicos construidos por las culturas patriarcales contra los derechos de las mujeres, como ésta en la cual todavía vivimos.

Esa facilidad con la cual se etiqueta a grupos enteros confabula contra el análisis racional y equilibrado, convirtiendo los temas sustantivos en una especie de lucha en la cual vence quien grita más alto o quien pega más fuerte. En este caso, la postura agresiva de calificar como tontas a mujeres víctimas de violencia constituye, más que una ofensa, una muestra de ignorancia e irresponsabilidad ciudadana.

Los sistemas estructurados con una firme base en el privilegio masculino no son exclusivos de las culturas atadas a doctrinas religiosas, como sucede en los países musulmanes, en donde textos sagrados dictaminan el sometimiento absoluto de la mujer y la negación de muchos de sus derechos.

También en nuestras sociedades latinoamericanas supuestamente democráticas la religión y las costumbres han jugado el papel de cepos para la libertad y el desarrollo social, cultural y económico del sector femenino. De hecho, aun en pleno siglo XXI aun existe legislación condicionada por la supremacía del derecho masculino en temas como el matrimonio y el control sobre las decisiones y los bienes familiares.

Los ejemplos de discriminación y sometimiento de la mujer, sacralizado por las tradiciones, son innumerables. Ese concepto se refleja de la manera más evidente y cruda en las elevadas cifras de embarazos en niñas y adolescentes cuya vida transcurre en un medio familiar de abuso y violaciones reiteradas e impunes. Esas niñas no son tontas. Son víctimas de un sistema propiciado por quienes opinan con ligereza respecto a la realidad y pretenden distorsionarla.

Así es como se construye una sociedad disfuncional e injusta: negando la verdad de las cosas y adjudicando a las víctimas toda la responsabilidad por los hechos perpetrados en su contra. Quienes divulgan esta clase de pensamiento también se suman a la lista de victimarios.
(Publicado el 09/03/2013)

A contracorriente

El generoso regalo de las componendas políticas: menos espacios para la mujer.

Las señales son nefastas. Se van cerrando los círculos y desaparecen por presiones políticas los espacios conquistados por medio de largas batallas de grupos organizados de la sociedad civil en los temas de derechos de las mujeres y combate al femicidio. Es así como Guatemala conmemorará el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo.

Algo huele muy mal cuando son mujeres instaladas en altas instancias de poder quienes luchan con mayor ahínco por neutralizar al sector femenino y quitarles sus escasas plataformas de desarrollo. Parece una estrategia perversa pero muy efectiva, ya que esas mujeres poderosas cuentan con la complicidad de quienes se han resistido a ceder espacios en los centros de toma de decisiones, como los dirigentes de los partidos políticos o los funcionarios más influyentes de los organismos del Estado.

Los intentos de eliminar la Secretaría Presidencial de la Mujer comenzaron con la decisión de cerrarle el paso a las organizaciones de mujeres en la propuesta de candidata para la dirección de esa instancia. Entonces, quedó a discreción del jefe del Ejecutivo quién sería la encargada de administrar las políticas desde esa posición. Luego, viene una ex presidenta de la Comisión de la Mujer del Congreso de la República y presenta un recurso de inconstitucionalidad, pidiendo a la CC declarar la supresión de la Seprem alegando que su existencia “contraviene el orden constitucional”.

Aun cuando el argumento de la diputada Delia Back puede ser técnicamente válido, resulta sospechoso que siendo la cabeza de la Comisión de la Mujer nunca pusiera el dedo en ese renglón, ahora tan importante para ella y sobre todo, para el partido Lider al cual pertenece. Es lamentable que el tema de la protección de los derechos de las mujeres dependa de caprichosos vaivenes políticos, transformándola en una herramienta de presión sin considerar para nada la enorme trascendencia de su papel en el diseño de políticas de desarrollo cuya incidencia es fundamental para el crecimiento económico y social de ese sector.

Estas acciones ponen en evidencia el desprecio de los politicos por la salud de la sociedad guatemalteca. Sus decisiones son erráticas y denotan una terrible inmadurez, toda vez van en la dirección contraria a las tendencias mundiales en cuanto a la incorporación de grupos minoritarios en el desarrollo de políticas públicas y en las estrategias para salir del subdesarrollo.

La mujer guatemalteca es un factor determinante para la recuperación de los valores democráticos, a la fecha debilitados hasta casi su extinción. La democracia descansa sobre la participación activa de todos los sectores de la sociedad en la toma de decisiones que afectan al conjunto. En Guatemala, hasta la primera vicepresidenta mujer que ha tenido este país trabaja contra iniciativas tan básicas como la paridad por cuotas dentro de la ley electoral y de partidos políticos, ya funcionales en muchos países desarrollados y en desarrollo. Si no vuelven sobre sus pasos y comienzan a trabajar en la dirección correcta, continuarán hundiendo toda esperanza de cambio. A menos, claro, que sea ésa su intención.
(Publicado el 04/03/2013(

Mercado de niñas

Es, ni más ni menos, el viejo mecanismo de la oferta y la demanda.

Apenas saliendo de la cuna con su cuerpo frágil y su conciencia limpia, las niñas –aquí y en muchos otros paises desarrollados o no- empiezan a ser vistas como objeto de deseo. Así de crudo como suena, estas pequeñas habitantes de nuestro planeta se enfrentan desde la más tierna infancia a la amenaza del abuso, la violación y luego (muy luego) al embarazo no deseado.

Producto ellas mismas, muchas veces, de madres abusadas, su existencia parece estar condenada al servilismo sexual y doméstico sacralizado por doctrinas religiosas tanto como por leyes redactadas por hombres e impuestas en culturas eminentemente patriarcales. Las niñas, entonces, son vistas como encantadores seres inferiores sin voz ni voto, no solo en lo referente a su crianza y seguridad sino también en cuanto a sus derechos como ser humano integral.

El negocio de la trata las prefiere así, indefensas y tiernas. Es su más cara mercancía y se cotiza bien en los mercados internacionales. Entonces los gobiernos hacen como que combaten este tráfico inhumano pero en el fondo están comprometidos con él por medio de sus redes de corrupción, por su incapacidad para enfrentarlo, combatirlo y vencerlo. Entonces, las niñas son abandonadas a su suerte.

La sociedad en la cual vivimos tan conformes no está diseñada para protegerlas. Los trabajadores del sistema de salud observan las señales de maltrato o violación en una niña, así como los embarazos en niñas y adolescentes y raramente reportan estos casos. Si lo hicieran como parte de un estricto protocolo, estaríamos todos horrorizados por su enorme incidencia. Los embarazos en niñas y adolescentes son una epidemia nacional. Pero eso no sucede porque las niñas sean promiscuas ni porque anden “buscando” que las abusen. Es porque no las protegemos y porque ellas no saben defenderse. Les hemos grabado en el subconsciente que los hombres son superiores y ellos mandan.

Es de este modo como una niña no concibe oponerse a la voluntad de un padre, un tío, un hermano o un vecino abusador. Eso, porque la figura masculina, en su incipiente concepto de la sociedad, tiene un rol de autoridad.

La pequeña ventana de denuncia que ha comenzado a abrirse gracias a los esfuerzos de representantes de la sociedad civil, en conjunto con autoridades del sistema de administración de justicia, del Ministerio Público y de la prensa, muestran un aumento de las denuncias, algo que ha sorprendido a esta sociedad y la ha sacudido de su cómoda inercia. Esas denuncias no significan que en estos tiempos haya más abusos sexuales contra niñas, sino que por fin se comienzan a abordar como un tema de impacto social.

Este esfuerzo por cambiar nuestros parámetros de conducta y actualizar nuestra visión de las estructuras de poder en el interior de la familia y la sociedad debe ser objeto de políticas integrales orientadas a rescatar a la niñez del sitio marginal al cual la hemos relegado. Colocar a las niñas en un lugar prioritario en las políticas de educación y salud las salvará de un destino de esclavitud, pero también tendrá un impacto positivo en el resto de la comunidad. Y esto es una deuda pendiente, no una concesión que merezca aplausos.
(Publicado el 02/03/2013)

Jennifer

Me cuesta imaginar el nivel de crueldad de quien la asesinó a golpes.

Imaginemos que esto es un duelo, una prueba de fuerza y poder. De un lado, una mujer manipuladora y violenta, cinta negra de karate, ducha en el arte de burlar a las autoridades. A su lado, una Procuraduría General de la Nación y un Ministerio Público débiles e inefectivos, con baja capacidad de investigación pero sobre todo indiferentes ante las denuncias.

Del otro lado, Jennifer. Una pequeña de apenas 3 años y algunos meses (a esta edad los meses todavía cuentan), condenada -por las leyes vigentes y por quienes tienen la obligación de protegerla- a una vida de pesadilla, tortura y miedo constantes. A su lado su padre, quien luchó sin descanso para salvar a su hija de ese tormento. Sin embargo este hombre fue incapaz de derribar los prejuicios sexistas y los obstáculos legales de un sistema institucional que prefiere remitirse a los textos para no verse en la ardua tarea de investigar los casos.

Esta no es una guerra entre sexos. Es un llamado de atención que llegó tarde para Jennifer, quien falleció de una manera imposible de imaginar para cualquier ser humano normal y decente. Los reportes forenses mencionan 83 golpes en vida. Golpes tan certeros y devastadores que destrozaron su pequeño cuerpo hasta quitarle el último aliento. Pero eso no bastó para descargar la rabia de su madre. Faltaban aun medio centenar de patadas y puñetazos para asegurarse de que esa criatura nunca volviera a entorpecer su miserable existencia.

A mí me cuesta imaginarlo y cuando lo intento me estrello contra la imposibilidad de comprender tanta crueldad. Veo la foto de Jennifer y pienso en todas esas niñas y niños bajo la custodia de una persona incapaz de dominar sus frustraciones, incapaz de aceptar el hecho de que la niñez merece respeto y protección más allá de cualquier otra consideración. Hombres y mujeres a quienes jamás se les debería confiar la custodia de otro ser humano.

Pero sobre todo me resulta repugnante la pasividad del Estado. Instituciones como la PGN, el MP y la PDH que se terminan lavando las manos y mirando hacia otro punto cardinal para no meterse en líos burocráticos. ¿Cómo es posible que el Procurador General de la Nación todavía esté en su puesto? ¿Acaso no es él el garante de la protección de la niñez guatemalteca? ¿Cree, acaso, que con despedir a un par de empleadas negligentes queda a salvo de pagar por esta falta mortal de responsabilidad?

Fácil resulta cortar la pita por su punto más delgado, pero hay un factor que no han tomado en cuenta. Jennifer no era solo una. Hay miles de pequeñas Jennifer y Luisitos por ahí, bajo la custodia de seres irresponsables y cuya vida es preciso proteger del abuso sexual, de las golpizas y de los arrebatos irracionales de sus madres y padres.

El Organismo Judicial tampoco ha actuado con justicia. La indemnización concedida al padre de Jennifer es ridícula, es una ofensa que no compensa el dolor y la frustración de ese padre, quien debió ver desde la distancia cómo la madre de Jennifer asesinaba a su pequeño tesoro. Y quien debe pagarla es el Estado por no haber actuado.

Algo tiene que cambiar y es el momento de comenzar ese tardío examen de conciencia.
(Publicado el 25/02/2013)

Dulce hogar

Es parte de la vida diaria de la mayoría de niñas, niños y adolescentes.

Mirada huidiza, temor constante, pesadillas y dolor físico y psicológico son algunas de las huellas que va dejando la violencia cotidiana en niñas y niños. Esto no es inusual, es la norma para millones de seres humanos en sus primeras etapas de desarrollo, cuya vida depende de personas adultas violentas, inmaduras e incapaces de asumir la responsabilidad de cuidarlos durante su formación.

La niñez es uno de los sectores tradicionalmente acallado por imposición, por la autoridad indiscutible de los adultos con quienes convive. En un mundo donde el poder es de los fuertes, la sumisión de la niñez es vista como parte de la naturaleza humana, algo imposible de cambiar. Es así como sus derechos son considerados tema abstracto, aplicable en el ámbito político pero rara vez manifiestado en el doméstico.

Es natural que en las familias predomine la voluntad de los padres o adultos a cargo. Sin embargo, no es frecuente que las personas ajusten su proceder a los protocolos mundiales respecto del trato a la niñez y mucho menos consideren los límites de sus derechos en lo que a su descendencia se refiere.

En las sociedades más primitivas –y también, probablemente las más sabias- las niñas y niños eran una parte importante de la comunidad y no se consideraban, como sucede en la actualidad, propiedad de sus padres. En ellas, las mujeres se encargaban del cultivo de la tierra al mismo tiempo que cultivaban a esos nuevos miembros de la comunidad para convertirlos en adultos capaces de participar en las labores productivas.

Cuando se menciona este tipo de estructura social, un temblor recorre el espinazo de nuestra idiosincracia. Para nosotros y las generaciones que nos precedieron, los hijos son considerados patrimonio, son personitas sin derecho a voz ni voto en el ámbito hogareño y se les forma a partir de un molde predeterminado. Se les premia o castiga de acuerdo a parámetros tan caprichosos como injustos dependiendo del humor o el estado de ánimo, lo cual va dejando una huella indeleble en su psiquis y en su escala de valores.

Si tenemos tiempo y ganas, les proveemos de buenos alimentos. Si no, los atiborramos de cualquier cosa que tengamos a mano, sin la menor consideración por sus valores nutritivos. Pero eso sí, somos tan resistentes a la crítica como al análisis de nuestro comportamiento de adultos, porque en casa nuestras decisiones son soberanas aunque esté en juego la vida y la salud de nuestros hijos.

Sin embargo, la amenaza más poderosa no viene desde el seno de un hogar mal integrado por jóvenes o adultos irresponsables e inmaduros. Viene de una institucionalidad incapaz de imponer las leyes y hacer valer el derecho de niñas y niños a una infancia protegida del maltrato en cualquiera de sus formas. Los ejemplos abundan y se acumulan en los expedientes, cuando la violencia ha traspasado el límite de lo tolerable. Pero esa otra violencia de la subordinación establecida, mucho más callada y sutil, va acumulando frustraciones y temores, odios y rencores que finalmente se proyectan con violencia en todos los ámbitos de la vida social.
(Publicado el 23/02/2013)

Señor Presidente

Comparto esta carta de un padre y esposo golpeado por la violencia.

“Hace un mes, la madre de mis hijos se convirtió en estadística al ser asesinada dentro de esta vorágine de violencia que azota al país. Madre, abuela, hija, profesional. Desapareció de repente de la vida de quienes la amaban.

No puedo culparlo a usted por esa muerte en particular. Pero como parte de este país que se desangra y que con esa sangre mancha las pancartas con su puño elevado y con la promesa de mano dura contra la delincuencia, si lo señalo a usted y a su gobierno. No se ufane en señalar si los asesinatos han disminuido o aumentado. Para mis hijos la muerte de su madre es toda la estadística que necesitan para clamar justicia y reclamarle a usted por tanta ineptitud.

Es espantoso que nadie esté ya seguro en ninguna parte, a ninguna hora. Hay balaceras a plena luz del día, en cualquier zona y lugar. Y atacan no solo a civiles y ciudadanos desarmados. Es tanta la magnitud de la inseguridad que se vive, que hasta las fuerzas de seguridad son atacadas con total impunidad y con total eficacia.

Usted, así como haraganes diputados y los presidentes de los otros poderes del Estado, viajan protegidos en carros blindados y viven rodeados por todo un cuerpo de seguridad. Se protegen con el dinero que pagamos los contribuyentes. Dinero que pagamos para nuestra protección, no para la suya.

Usted ha gastado dinero en hacerle publicidad a un gobierno que hasta ahora se muestra ineficaz. Todo ese dinero en carros, seguridad y publicidad llora la sangre de las victimas que no pudieron contar con protección; esa protección de la que su familia goza.

Déjeme darle otro ejemplo de su incongruencia. Usted, abusivamente, se permitió el lujo de amenazar a médicos que detienen sus labores exigiendo que les proporcione insumos a los hospitales. Usted gana mucho más que cualquiera de esos médicos que cada día, salvan vidas. Médicos que hacen turnos interminables, desvelados y cansados, mientras usted duerme cómodamente en el lujo de su posición. Los acusó diciendo que no han cumplido con el trabajo para el cual les pagan. Pues bien, el pueblo de Guatemala debe levantarle a usted un acta y debe despedirlo por no cumplir con su trabajo. Es indignante que mis hijos no tengan a su madre y que usted trate de demostrar su fuerza contra un grupo de médicos, cuando no ha podido hacerlo con los delincuentes que la asesinaron.

Señor Presidente, mis hijos le levantan un acta por no cumplir con su trabajo. Y por cada lágrima que mis hijos han derramado y que me ha desgarrado el alma, lo señalo a usted, y a su demagogia, como responsables.

No ha de ser fácil estar en sus zapatos. Pero usted se los puso. Le exijo que detenga esta carnicería. Le exijo que se levante cada día con la imagen de mis hijos llorando por su madre y que haga algo para que no existan más hijos, o más madres o más nietos, llorando por esta violencia que, sin importar lo que digan sus estadísticas, afecta ya a cada familia de alguna manera. Haga algo, Señor Presidente. Basta ya de palabras y promesas. Basta ya de demagogia.”

David Mendizábal - Ced A-1 26900-DPI 1665 03592 0101
(Publicado el 18/02/2013)

Poquito a poco

El entumecimiento va ganando terreno hasta la insensibilidad total.

La semana termina y nos deja con la sensación ya instalada de que las cosas van de mal en peor. Es como si de pronto nos hubiéramos dado cuenta de la profunda brecha que nos separa de esas sociedades abiertas, democráticas y seguras en donde las personas tienen un lugar determinado y gozan de ciertos privilegios, como el de ser escuchadas.

La voz de los ciudadanos es importante. Se podría afirmar sin temor a exagerar que constituye uno de los factores fundamentales para el equilibrio institucional, para el funcionamiento óptimo de un sistema democrático; pero, sobre todo, para la fiscalización y el control de los gobiernos. El problema es que estamos algo afónicos o no hemos sabido desarrollar el recurso. O quizás nos atrofiaron las cuerdas vocales hace años a punta de amenazas, dictaduras y golpes de Estado y entonces hemos decidido que es más saludable aguantar en silencio.

Lo que esto provoca es una insensibilización progresiva, un entumecimiento que poquito a poco nos va quitando las ganas de participar, pero también el entusiasmo de vivir. Es el ingrediente ideal para dejar en manos de otros más listos aquellas decisiones que podrían definir un rumbo directo hacia el desarrollo y entonces no perdernos más en este laberinto de calles mal trazadas y callejones sin salida en donde estamos miserablemente atrapados.

Dicen algunos que la cosa no va tan mal, que Guatemala tiene buenos indicadores macroeconómicos y hay inversionistas europeos interesados en realizar grandes proyectos. Ese es el camino correcto, afirman. Dejar que vengan, inviertan y se lo lleven todo porque para eso los invitaron. Pero como no tenemos voz y no conocemos los detalles, dejamos esas importantes decisiones en manos de quienes firman los contratos, confiando en su vaga promesa de buscar lo mejor para el país.

No solo estamos mudos, también somos ingenuos. Permitimos el engaño porque no escudriñamos lo suficiente en los recovecos de la administración ni conocemos a fondo las iniciativas de ley. Dejamos que otros las discutan mientras nosotros soñamos con las vacaciones de semana santa. Sabemos, por supuesto, cuáles son las deficiencias de los legisladores pero tampoco los conocemos a todos. De hecho, si mucho nos sonarán conocidos una media docena de nombres. De los demás no tenemos idea a pesar de que deciden por nosotros en asuntos tan importantes como la elaboración de nuevas leyes y la fiscalización del gasto público.

Poco nos falta para convertir al país en una dictadura, pero desde el lado de la ciudadanía. Es decir, una especie de golpe al revés. Como no queremos alzar la voz, nos vamos quedando en la sombra sin participación alguna y entregamos a los grupos económicos y políticos todo el poder de decidir sobre nuestro futuro. Es cómodo, sí, pero muy inconveniente. Por ello, del modo como fuimos entrando poquito a poco en la afonía, así también salgamos de ella porque es el único camino para forzar un cambio profundo, dar un golpe de timón en la dirección correcta y salvar muchas vidas inocentes, hoy perdidas por causa de una violencia que nadie ha podido controlar.
(Publicado el 16/02/2013)

¿Cierto o falso?

Las encuestas y sondeos de opinión dan tema para debatir.

“El 66 por ciento de los encuestados aprueba la gestión de Pérez Molina”, asì comienza el análisis de resultado de la encuesta realizada por CID Gallup y publicada por El Periódico el sábado pasado. La pregunta que queda flotando es si esos resultados -66 por ciento aprueba gestión pero 54 cree que el país va por el camino equivocado- reflejan el sentir de la población, marcan alguna tendencia o tienen algún impacto en la ruta a seguir.

Los números no siempre son una medida real de las cosas. Las personas muchas veces responden de acuerdo con su experiencia más reciente o su estado de ánimo. Es decir, aunque las metodologías de medición sean las correctas, las desviaciones probablemente están definidas por lo aleatorio de la naturaleza humana.

En eso influyen factores tan particulares como la cortesía o la corrección política. Me ha tocado observar a personas criticar duramente a los funcionarios de gobierno en una plática informal, para transformarse en todo un dechado de diplomacia al nomás ser interrogada por algún desconocido. ¿Temores ancestrales, desconfianza?

No soy ninguna experta en estadísticas, pero como a cualquier persona me intriga la manera como operan estas mediciones y he dedicado algún tiempo a escudriñar en lo que sucede a mi alrededor en cuestión de opinión. Muchos ciudadanos lo hacen y en cierto modo elaboran sus propias estadísticas, pero eso solo configura un mundo de percepciones aisladas e inconexas.

Por ejemplo, ¿cuál es el concepto de buen gobierno en la mente de un ciudadano común? En Guatemala, es probable que un buen gobernante sea quien lo hace menos mal. Es decir, quien roba pero no mucho, quien se rodea de más expertos que de amigos y parientes, quien tiene una mejor campaña de imagen, quien hace un poco más de obra visible o quien tiene mayor carisma. Después de tantos años de mala ejecución y corrupción descaradas, los parámetros de calidad son excesivamente bajos en comparación con otros países cuyas normativas impiden esos desmanes.

Por lo tanto, criterios de preferencia de lo malo por sobre lo peor deberían, por lógica, constituir filtros distorsionadores de la auténtica valoración de una administración determinada. La población, por lo general, no tiene el tiempo ni el conocimiento técnico como para poner en duda la certeza de estos sondeos. Se asume su precisión y a partir de ahí se acepta el hecho de que si fulanito sacó 66 en conducta es porque no ha de ser tan deficiente. Y el propósito supuesto del estudio estadístico -el cual debería ser exigir mejores resultados en tal o cual aspecto de la administración- se queda como mera referencia numérica desvinculada de la fiscalización ciudadana.

Entonces, ¿cómo leer estos números y cuáles serían las interpretaciones correctas? Para saberlo con certeza hay que acercarse a los expertos. Muchas veces allí se genera una discusión interesante sobre los límites de la certeza y cuánto influyen sobre la opinión pública esas gráficas. Para mí, ellas revelan cuánto falta para lograr el ejercicio de una ciudadanía más exigente e involucrada con el desarrollo del país.
(Publicado el 11/02/2013)

Por el honor

Y de cómo se convirtió en el cepo y la tortura.

En la vigésima segunda edición del Diccionario de la Lengua Española, una de las definiciones de honor es “honestidad y recato en las mujeres, y buena opinión que se granjean con estas virtudes”. Esta acepción no solo lleva implícito un estereotipo discriminatorio –el cual demanda de la mujer un comportamiento personal determinado y sujeto a censura respecto a su sexualidad- sino se proyecta en la sociedad como un valor, aun cuando conlleva una fuerte carga de prejuicio y la ratificación de la autoridad patriarcal que legitima y respalda un trato diferenciado entre hombres y mujeres.

El impacto de la idea del honor en la vida de millones de mujeres en el mundo no se detiene en el marco de la conducta. También afecta a su libertad, estilo de vida y oportunidades de desarrollo, hasta tocar el extremo de amenazar su supervivencia. Por cuestión de honor, mujeres de diferentes culturas son víctimas de tortura, lapidación y muerte. Son violadas y despojadas de sus bienes, alejadas de sus hijos y expulsadas de su hogar. Por el honor se cometen contra ellas crímenes abominables, los cuales –también por cuestión de honor- quedan impunes al estar protegidos sus hechores con la legitimidad que otorgan las leyes.

En días pasados se publicó una nota sobre el abuso sexual de niñas en India. En ella se mencionaba el nivel de impunidad en esos delitos cometidos por hombres cercanos a sus víctimas. Y esa impunidad se debe, precisamente, al tan arraigado como distorsionado concepto de honor, según el cual las familias afectadas –que son mayoría- sufrirían ostracismo y marginación por parte de la sociedad.

El concepto de honor debe experimentar una profunda revisión. No es aceptable, en una sociedad de este siglo, atribuir a la vida íntima y personal de una mujer –la cual solo a ella le pertenece- el peso de la reputación de todo un grupo social y mucho menos la condena moral por la manera como decida vivir.

Tampoco es aceptable (de hecho, es una monstruosidad por donde se le analice) condenar a las niñas al abuso sexual reiterado apelando al honor, porque desde el momento que el crimen se perpetra y los testigos callan, ese supuesto honor ya fue destruido. La complicidad en esta clase de actos de barbarie es tan perversa y culpable como la comisión misma del delito y no hay excusa alguna para ampararlo.

El honor, como el mismo Drae lo señala, es una cualidad moral. El ocultamiento de actos criminales no lo es. Por eso esta reflexión debería calar en lo profundo de la conciencia de quienes en Guatemala –tanto como en India, Pakistán, Estados Unidos, Brasil o cualquier otro país del mundo- ubican el honor en el sexo femenino, lo condenan, lo marcan a fuego, lo violan y lo satanizan a fuerza de prohibiciones, credos y mitos.

Si somos capaces de llevar la ciencia y el arte a niveles de sublime exquisitez, si la humanidad se pavonea con el desarrollo de sus grandes logros, si nos consideramos superiores a todas las especies, entonces estamos obligados a redefinir conceptos arcaicos cuya vigencia desmiente todo lo anterior y nos coloca en el peldaño más bajo de la escala.
(Publicado el 09/02/2013)

El peso de la palabra

El fenómeno de la comunicación y sus significados.

Cuando una se sienta frente a la página en blanco con la mente también en blanco, le resulta mucho más evidente visualizar ese proceso de la comunicación de ideas que comienza por la elaboración –como una receta de cocina- de los distintos elementos del mensaje, el tono y la intención. Este guiso no siempre resulta como se espera. A veces es francamente desabrido y en otras ocasiones, tan carente de consistencia que es preciso repetirlo una y otra vez. Sin embargo, ahí está la página y si somos responsables y más o menos duchos en el oficio, terminamos por llenarla.

Uno de los factores de mayor incidencia en este fenómeno de la mente en blanco es el agotamiento físico o la carga psicológica resultante de vivir en inmersión constante en el tráfago de la noticia. En Guatemala son los hechos de violencia, las crisis institucionales, el manipuleo político y las denuncias de corrupción los temas situados en el nivel más alto de ese flujo.

Al final de cuentas, esos tópicos cargados de negatividad terminan por ser unos focos de atención tan poderosos que postergan a otros tanto o más importantes para el resto de la sociedad y, si nos rebelamos contra esa tendencia, corremos el riesgo de producir un material sin mayores repercusiones para un universo ávido de temas de actualidad.

Es curioso cuánto pesa la palabra. En medios escritos, lo impreso adquiere la categoría de verdad al punto de que para contradecirla es preciso tener evidencias, como si se tratara de un proceso judicial. Si está escrito y publicado, dicen muchos, ha de ser cierto. Si no lo es, entonces ¿cuál es la verdad? Ese poder tiene su balance, sin embargo, en la enorme responsabilidad de quien toma la decisión de imprimirla.

En ciertas circunstancias y dependiendo de quien las pronuncie, hay palabras no escritas cuyo impacto es enorme. El mejor ejemplo son los discursos políticos y, entre ellos, las alocuciones realizadas tanto en actos oficiales como en spots publicitarios. Esas palabras, como en el caso de un presidente de la República, deben reflejar la estatura de la investidura representada y, por ende, ser veraces y precisas.

En esos ámbitos del poder, la demagogia y la propaganda electoral han demostrado ser instrumentos de precisión de la mentira institucional. Lo que en discursos y elaborados mensajes políticos se manifiesta raramente coincide con los hechos y casi nunca se traduce en el cumplimiento real y concreto de acciones prometidas. Más aun, se espera la exageración y la manipulación de conceptos o de estadísticas como una consecuencia inevitable de la actividad política, perdiendo la palabra todo su valor.

En definitiva, esa herramienta tan poderosa, la palabra, es una materia prima maleable con la cual se produce tanto un pasquín de la peor calaña como una obra de arte trascendente y universal. Y si nos remitimos a los niveles intermedios entre lo malo y lo superior, encontramos toda clase de medios de comunicación -algunos más empeñados que otros en informar con apego a la verdad- pero la mayoría partiendo de esa plataforma de credibilidad que les otorga su naturaleza editorial. Por eso es comprensible y necesario temerle y tratarla con sumo cuidado.
(Publicado el 04/02/2013)

El costo del abandono

Las necesidades básicas satisfechas también construyen ciudadanía.

Es imposible no pensar en una intención oculta tras las decisiones de privar a la población de los recursos básicos para subsistir y desarrollarse. Es difícil creer en la buena intención de los políticos y en su discurso conciliador, cuando las personas acuden a los hospitales y centros de salud para encontar entidades desprovistas de recursos, incapaces de atenderlos en un nivel sanitario básico y muchas veces en condiciones de ruina física por ausencia de mantenimiento.

Esta falta de atención, de interés o de sentido humanitario coincide muchas veces con estrategias económicas orientadas hacia el mantenimiento de una sociedad subordinada y carente de poder, incapaz de exigir el respeto de sus derechos. Esto también juega en contra de las oportunidades de crecimiento económico y estabilidad laboral de grandes sectores de la población, con lo cual se establece una distancia mucho mayor entre patronos y trabajadores, con el detrimento de la capacidad de negociación de estos últimos.

Algo similar sucede con la niñez y la juventud privadas de la atención alimentaria suficiente durante su período de crecimiento y formación, condenadas por el Estado a un futuro mediocre y sin perspectivas. Niñas y niños ávidos de recibir educación en establecimientos adecuados y accesibles, en un sistema funcional que les garantice un trato digno y les permita disfrutar de una niñez protegida solo encuentran cabida en aulas ruinosas, sin servicios sanitarios y sin un techo seguro.

Es un hecho que la mayoría de guatemaltecos experimenta grandes privaciones. Pero éstas nada tienen que ver con el recurso económico, argumento explotado hasta el cansancio por quienes toman las decisiones importantes en el país. Dinero hay y mucho, pero no invertido de la manera correcta ni controlado con la eficacia con la cual debería regularse todo movimiento financiero derivado de las complejas funciones del Estado.

Se ha dicho hasta el cansancio que Guatemala es un país rico lleno de gente pobre. Y esa idea se confirma cada vez que se descubre algún acto de corrupción en alcaldías, ministerios, secretarías y en cualquier dependencia, sea ésta grande e importante o pequeña y sin demasiada relevancia. La sobrevaloración de insumos, las ventajas estampadas en los contratos y la discrecionalidad en los gastos –los cuales llevan incluída una jugosa comisión- representan de manera automática menos inversión en redes de agua potable, servicios de salud, escuelas, mantenimiento de caminos, construcción de puentes, drenajes y cuanto servicio se requiere como base fundamental para el desarrollo de un país.

El discurso oficial ha estado siempre lleno de afirmaciones aventuradas. Al escucharlo, parece referirse a otro país, el país supuesto en donde las cosas funcionan correctamente, en donde las curules no se transan por millones –los mismos que faltan en inversión social- en donde no existe el enriquecimiento ilícito. El problema parece residir en el debilitamiento de las estructuras del Estado, estrategia bien diseñada por los grupos de poder más influyentes y los menos interesados en el verdadero desarrollo del país: el de su gente.
(Publicado el 02/02/2013)

Atavismos

Las doctrinas religiosas deben actualizarse.

El hombre se acercó a la mujer que manifestaba frente a casa presidencial y con aire de enojo le espetó: “Ustedes las mujeres deberían estar en su casa atendiendo sus labores domésticas, tal y como lo manda la Biblia, no tienen nada que hacer en la calle”. Luego dio media vuelta y se alejó satisfecho de haber cumplido con un deber superior.

Esto no es novedoso. Basta con asistir a una boda para escuchar cómo los estereotipos sexistas marcan la vida de una pareja desde el momento de su unión, bajo la indiscutible norma espiritual. A partir de allí se establecen las jerarquías, en las cuales la mujer siempre termina en posición secundaria, cuando no se la coloca de entrada en un peldaño inferior al de sus propios hijos en el esquema familiar.

Esta costumbre se repetía también hasta hace algunos años en la boda civil, al leer los artículos del Código relativos a la unión matrimonial, conminando a la esposa a cuidar del hogar, prohibiéndosele trabajar fuera de él sin autorización del esposo. Este Código fue reformado, pero sin duda los viejos ejemplares aun circulan y se utilizan en muchas ceremonias, ante la ignorancia de las parejas sobre la derogación de tales monstruosidades jurídicas.

Por eso, cuando se analiza la violencia de género, resulta evidente que en las estrategias para combatirla y erradicarla no pueden quedar al margen las instituciones religiosas ni los profesionales participantes en la institucionalización de las uniones. Allí debe insistirse en la toma de conciencia y la reeducación de hombres y mujeres sobre derechos y obligaciones. Es un momento oportuno para dejar estampada la igualdad con tinta indeleble. En estos tiempos y ante la violencia imperante, ese compromiso podría constituir un toque de timón hacia la dirección correcta.

Los atavismos tienen la característica de impregnar la vida casi sin sentir, son unos elementos subrepticios capaces de condenar a la miseria a todo un grupo social, escatimándole derechos a unos para otorgárselos a otros. En esos atavismos cargados de prejuicios no existe la justicia. Ni la divina ni la terrenal. Y es desquiciante vivir bajo sus parámetros.

El progreso y la actualización de los roles masculino y femenino, como los percibimos desde un centro urbano desarrollado y de costumbres cosmopolitas, no es igual al de la aldea perdida en la montaña en donde los hombres no permiten a su mujer parir por cesárea “porque ya no estará completa”. Y peor aún, en donde el personal de salud muchas veces respeta más la voluntad del esposo que la vida de su mujer.

Esas ideas primitivas de autoridad y dominio masculino inciden en los índices de violaciones sexuales y abuso en el seno de la familia. El concepto arcaico de “jefe” de hogar determina implícitamente una jerarquía sacralizada por las doctrinas religiosas y reproducida por la sociedad. ¿Por qué no se habla de “socios” en la complicada aventura de una vida en pareja? ¿Por qué no se educa en el concepto de equidad desde la más tierna infancia? ¿Por qué se sigue sacrificando un lechón cuando nace un varón y se instala una atmósfera de frustración cuando la recién nacida es una niña? Esos perversos atavismos nuestros…
(Publicado el 28/01/2013)

Miedotenango

¿Por qué la sociedad se encierra en su burbuja?

Parece que la violencia criminal no fuera suficiente motivo para sacudir la modorra social. Cada nuevo hecho de violencia provoca un cierto burbujeo que dura lo que permanece la noticia en los medios, ni un día más. Luego, se calma; cada quien regresa a su rutina mascullando frustración y finalmente todo se disuelve en la nada, hasta el estallido noticioso de un nuevo crimen excepcionalmente perverso.

Las muertes por asfixia, ataque armado o tortura, violación y desmembramiento coexisten con las cuentas por pagar, el precio de la gasolina y las dificultades para encontrar estacionamiento. Parecen ser parte del estilo de vida en Guatemala y los países vecinos, con los cuales comparte esta horripilante costumbre de vivir bajo amenaza.

Pero los seres humanos no son inmunes a este ataque psicológico constante. En unos, la atmósfera de incertidumbre –(¿viviré lo suficiente para amanecer mañana?)- se manifiesta en un tono de agresividad que impregna toda su vida diaria, dirigido contra quienes le rodean: su familia, sus amistades, sus compañeros de trabajo y, sobre todo, los transeúntes o automovilistas que se cruzan en su camino, como aquel pasajero de bus que vació la tolva de su pistola matando a un hombre inocente solo porque el piloto no aceleró lo suficiente. En otros, en cambio, se convierte en puro y simple miedo de salir a la calle.

El denominador común es la impotencia. Habría que analizar a fondo cuáles son los mecanismos que liberan este sentimiento tan agobiador de no encontrar respuestas ni salidas a una situación extremadamente adversa. Pero no cabe duda de que una persona atrapada por la falta de satisfacciones a su necesidad de seguridad se convierte en un ser desequilibrado en más de un sentido.

Con estas características no hay sociedad que avance hacia sus objetivos, si es que los tiene. Se transforma en una comunidad humana apática, frenada por la atmósfera de intimidación en la cual transcurre su vida diaria y cuya visión de futuro –algo indispensable en todo conglomerado social- está siempre en duda. La familia normal en estos días invierte la mayor parte de su energía en protegerse de las amenazas, latentes o explícitas, en lugar de desarrollar su potencial y avanzar en sus logros con cierta certeza de que su vida no está en peligro.

Lo curioso es la manera como este ambiente ya pasó a ser normal. Quienes disfrutan de algún reducto seguro en el cual sus hijos salen a jugar sin peligro o tienen la dicha de pasear sin temor a ser asaltados, se consideran privilegiados. Eso que antes fue norma es ahora la excepción y todos aprendieron a aceptarlo como parte de su realidad.

No es extraño, entonces, observar una fragmentación cada vez más acentuada en la sociedad. Aun cuando se producen pequeñas explosiones de rechazo al estado de cosas, son apenas burbujas más grandes y ruidosas, sin llegar a la envergadura de una protesta colectiva ni una demanda de cambio. ¿Salir a las calles a manifestar el repudio contra la corrupción y la violencia? No. Eso aquí no sucede.
(Publicado el 26/01/2013)